28/12/09

Anacronismo (o Escrito hipóxico II)

Como si fuera fin de año, como si luego viniera otro año, así, con un empujoncito, con un Rutsch ins neue Jahr, como sin querer aunque queriendo para que el espíritu, la cabeza, o quizá simplemente el estómago, no suelte la calculadora de los anhelos y que todos los deseos se cumplan, igual a la tabula rasa de Locke, como bebitos que cada año vienen al mundo y comienzan a acumular experiencias, a asociarlas, a originar pensamientos, así ocurre con la vida, así otros creen en ciclos, siempre es más fácil decir que las cosas son iguales, preguntar a los nominalistas, que andan cargados de navajas que recortan el mundo de los entes, sin mirar si son autónomos o no; la calculadora de los deseos, pero si todo tiempo pasado fue mejor la calculadora debe incluir números enteros, porque los otros -incluidos los primitos- sólo pueden ser positivos, vamos manoteando inocentemente engaña-pichangas cada vez más estilizados, cada vez más vacuos pero ubicuos, porque de última, como las hormiguitas estamos todos revolviéndonos en los túneles de tierra, tratando de cargar siempre menos de hasta seis veces nuestro peso por las hernias porque los años no vienen solos (cada año se agrega una pieza más a la figura de la hoz sin martillo, porque como dijo cierto ensayista, estamos prontos para reconvertirnos en humus desde el primer berrido) porque cada año practicamos el ritual de lo habitual para recordarnos a nosotros sin necesidad de jugar a Narciso siendo más Narcisos que nunca, creyendo hasta cuando no creemos, pensando que somos mejores para que por las noches el colchón nos acoja sin demasiadas preguntas, asegurándonos telepáticamente que la llave que guarda nuestros secretos más ocultos esté a resguardo, para que nadie sea capaz de entrever lo único nuestro, que son nuestros fantasmas, esos que nos acompañan y a los que no podemos engañar como nos engañamos hasta a nosotros mismos...
(Con ligeras variaciones originalmente cierto 28 de diciembre de 2008)

19/12/09

Paréntesis

(Hoy sólo escribo entre paréntesis. Es una excusa. Escribir. Es algo que podemos dejar a un lado. Leer. Normalmente una aclaración, algo prescindible, la parte del libro que te podés saltar sin sentir remordimientos ni cargos de conciencia. Hoy escribo entre paréntesis y recuerdo que la vida es un paréntesis, según cantaba el escritor. Hoy es un día como cualquier otro. Para mí estará entre paréntesis. La rutina también, como un día que se levanta con el pie izquierdo. Pero no es señal de mala suerte, es sólo eso. Como todo en la vida, hay un punto que se resume en tomar o dejar. Los términos medios son para los débiles, para los que no son un espíritu libre, en palabras del sabio loco. Yo soy un paréntesis. Vos también, querido prójimo no tan próximo. Hoy la pantalla que exhibe y enmarca lo que leés está entre paréntesis. Nada de lo que hagas saldrá de ellos. Hoy viviremos en un cuadro de Francis Bacon, el mejor retratista del pasado siglo, el que nos mostró tal cual somos, esas masas informes de carne monstruosamente humanas entre finas líneas que como un prisma nos rodean y que bien podrían ser otro juego de paréntesis. Cuando te mires en el espejo, cuanto tu rostro se enfrente a esa imagen especular que incuestionablemente considerás propia pero que no puede serlo porque sólo podés estar en un lugar a un mismo tiempo, dibujale dos líneas convexas a los costados y te vas a dar cuenta de qué estoy hablando. Luego, sin que se lo pidas, ellas te acompañarán, como un ángel de la guarda que tiene la misión de decirte que sos prescindible, un manojo de los cuatro elementos unidos por alguna casualidad a esa suerte de hálito vital y que en algunos casos ni vital es; porque al fin y al cabo, acá estamos de paso y las glorias son para los manuales de historia. Hoy viviremos en una bolsa de basura, el más gráfico ejemplo de un paréntesis de nuestras vidas. Allí echamos todo lo que consideramos inservible y luego lo botamos y abrimos una nueva bolsa, un nuevo par de líneas que encerrarán nuestros futuros desechos. Nos preguntamos de ese modo que no es preguntar nada por el azote del automatismo que esclaviza a las acciones cotidianas si el color, si el material, si el tamaño, si el impacto medioambiental, cuando en realidad de esos paréntesis de plástico lo único que nos interesa es que nos protejan del ataque de las cucarachas. Y me pregunto cuál será la bolsa de basura en la que me muevo, cuál en la que voy a terminar, yo, que también soy desechable. ¿Vos ya sabés cuál es la tuya? Algún día, quién sabe, los paréntesis podrán ser borrados y yo tal vez pueda quitar los que hoy circundan este escrito. Mientras tanto deberé seguir soñando con puertas de la percepción que son derribadas para poder admirar el infinito universo tal cual es. Hasta ese entonces, los límites en los que prefiero no creer, en los que no querés creer, están ahí. Otro secreto innombrable. Hoy es un paréntesis. Fin.)

8/12/09

Concatenación o sin ella

No lo sé, quizá se trate tan sólo de cierta angustia paranoica metaliteraria autodestructiva. Que la pregunta resulta repetida, que haya sido tratada de diferentes maneras, por mentes más, o menos, eruditas o preclaras, no le quita importancia ni relevancia. No al menos para mí, que soy el que la sufre, claro. Porque la verdad es que no sé qué relación hay. Ya el problema arranca con Hume y su tan celebrado juego de billar, que impide tomarse a la ligera eso que se hace llamar principio de causa y efecto. Pero más relevante hoy, aunque de algún modo íntimamente relacionado (lamento la redundancia) como todo lo que atraviesa la mente de una persona, como la obra de un poeta, que es tan sólo una larga poesía con un único tema, que a veces tan sólo puede avizorarse unos cuantos años después de que haya abandonado este gran hospicio; como la obra de un filósofo, que hace que resulte un poco gracioso eso de escuchar lo del primer Wittgenstein y lo del segundo Wittgenstein, por ejemplo. Más relevante es hoy, repito, esa preguntita que Hume se hace, que indaga en el origen de las ideas. ¿De dónde vienen? Freud se habrá zambullido en la profundidades de la psique, pero en todo caso y con todo el aparato explicativo, con las diferentes formas de enfrentar el problema, la pregunta original pervive, porque vengan de donde vengan, los contenidos que invaden nuestra materia gris, sean reprimidos o no, salgan o no de la caverna donde sólo otean las sombras, de algún lado surgen. En el plano que se quiera la concatenación de cosas que suceden dentro de la mente como de aquellas que sucedan fuera de ella, si ello es efectivamente así, puede multiplicarse tanto como se quiera.

Pero, ¿cómo explicar la relación entre mi actual lectura de 2666 de Roberto Bolaño con digamos, que uno de sus personajes se llame Benno von Archimboldi y al otro día de comenzar la novela yo me compre un mueble cuyo modelo lleve por nombre precisamente Benno? ¿Cómo explicar que, según se dice, ese adicto a la música de heavy-metal no tenga alguna relación con que yo me encuentre también al día siguiente hablando en un bar con un ex músico de heavy-metal? ¿Qué decir de que uno de los personajes sufra de esclerosis múltiple, y que tan sólo un par de días antes alguien que conozco me anunciara que le encontraron un tumor de un tamaño mayor al de una pelota de tenis? ¿Por qué tres de los personajes, dos hombres y una mujer, forman un ménage a tròis, cuando en una conversación muy reciente, y un poco a modo de confesión otra persona hiciera mención a una experiencia tal?
Pero si fuera posible hablar de principios, el viernes veo en la biblioteca pública de Munich ¿por casualidad? un libro de Bolaño en los anaqueles de novedades, esbozando una inconfundible portada de la Editorial Anagrama, que me lleva a preguntarme desde cuándo la editorial publica en alemán, para decirme que no, que no puede ser, que ese libro está en español, y confirmarlo. Pero por qué, entonces, lo tomo. Porque es una novedad, porque probablemente me ilusiona la idea de ser el primer lector de dicho libro (cosa que tengo comprobado me ha sucedido en otras ocasiones en otras bibliotecas, pero que ahora, lamentablemente y gracias a los medio informáticos, me es imposible constatar), o porque resulta que Archimboldi es alemán. Está claro que esta novela está catalogada como la obra magna del autor, pero yo ya le había leído otros libros, que dicho sinceramente, me llevaron a preguntarme por qué lo endiosaban, aunque por otro lado me sucedía que no podía detenerme en su lectura una vez comenzados dichos tomos. Tuve que esperar a estar en Alemania, para darme a su lectura.
Y, ¿cómo se relaciona con la lectura de otro libro de otro autor que llevé a cabo hace ya varios años? El libro se titula El Pasado, del escritor argentino Alan Pauls. Yo perseguía a mi corazón, dejaba mi universo material y me jugaba la vida a una sola carta, con un poco de equipaje, y el susodicho libro, un regalo de amigos para el avión, para la vida. En los aviones no puedo dormir, y tengo claro que la receta de bajarse unos faroles del Juancito Caminante pueden ayudar a conciliar el sueño, pero después no me gusta pagar las consecuencias de dormir mal, sufrir de síndrome de cambio de horario (aclaro por las dudas que sí, me estoy refiriendo al internacional jet-lag), y de que mis músculos queden entumecidos por mi falta de entrenamiento en las lides de las bebidas espirituosas destiladas. Así que en medio de un estado que oscila entre la más célebre claustrofobia y cierta ansiedad compulsiva por convertir horas en minutos, me entrego a la lectura, después de desechar la oferta de películas idiotas (que cuando no lo son están soberbiamente editadas para no herir la sensibilidad de algún ser que quiera lanzarse al vacío tras verla vista herida) y de desechar la selección musical (que a veces puede incluir un par de temas que despiertan mi curiosidad) porque mis oídos deben competir en inferioridad de condiciones con el insoportable ruido de las turbinas del avión, más las molestia torturante de los cambios de altura que más parecen ser un enjambre de agujas que irrumpen en mis oídos.
Con El Pasado, me pasó lo que me pasa con 2666, no pude parar de leerla, no pude dejar de pensar en ella durante las pausas obligadas (que en un vuelo básicamente consisten en los momentos de cumplimiento con las obligaciones fisiológicas más las horas de la comida, en donde lógicamente es imposible comer y mantener la lectura. ¿Cómo? ¿Dónde?). Cuando llegué a destino, luego de cumplir con todos los sobreentendidos posteriores a un viaje, prácticamente me encerré a leer la novela, que consta de 506 páginas. En ese sentido, la de Bolaño la doblega.
Pero esto no queda acá, voy a tener que pasar revista a otros elementos que pueden en mayor o menor medida guardar relación entre sí. Por supuesto que el grado de conexión entre dos hechos que logre satisfacer nuestros anhelos lógicos será el que determine nuestro propio diagnóstico sobre el posible mayor o menor grado de cordura que podamos mantener. Pero esto no es relevante. Yo tengo más o menos claro cuál es el diagnóstico en mi caso, pero siendo al mismo tiempo mi autodesignado psiquiatra, al menos mientras no pueda costearme uno que sea externo a mí, y puramente en honor a las formas, debo guardar confidencialidad al respecto.
El Pasado hace referencia, como bien indica su título, al pasado, mientras que 2666 indica una fecha futura. La primera ganó el Premio Herralde de Novela, Bolaño lo hizo con su novela anterior, Los Detectives Salvajes.
En cierto momento me pregunté, apelando a mi memoria, porque como dije, la novela de Pauls la leí hace años, si estos dos escritores, estos dos herejes, no estarían reinterpretando alguna nueva versión de la discusión de los dos teólogos del cuento homónimo de Borges. Uno más académico (Pauls es Licenciado en Letras y es, o ha sido, profesor de Teoría Literaria en la universidad) mientras que el otro tuvo una vida errante y que se le terminó, como se dice, antes de tiempo (su familia tuvo que abandonar Chile y terminó en México, luego él volvió cuando estallaba el golpe de estado en su país, fue capturado pero quedó libre gracias a la gestión de un ex compañero de estudios –que estaba entre sus captores-, luego terminó en España haciendo un poco de esto y un poco de aquello durante cierto tiempo, antes de dedicarse por completo a escribir). El relato de los dos es un viaje a la locura, un descenso a diferentes tipos de infierno, si, más allá de toda ordenación dantesca, ello es posible. En El Pasado se inserta un interesante planteo sobre el arte, pero más curioso aún, en este momento, es la fascinación que ejerce sobre su personaje un cierto pintor. No, no es fascinación, esto debe quedar claro, es una obsesión. En 2666 cuatro críticos que podría decirse que vuelven famoso a un escritor desconocido (¿o es el escritor que los utiliza para volverse famoso?) que responde al nombre del ya mencionado Benno von Archimboldi, y del que nada se sabe, despierta también la obsesión de esos personajes, rige sus vidas de modos misteriosos, ejecuta el papel del titiritero del destino de cada uno de sus críticos. Dicho escritor ¿podría inspirarse en la figura de Thomas Pynchon, uno de los más respetados y admirados novelistas contemporáneos, y de quien muy poco se sabe en lo que respecta a su vida personal, de su actual apariencia; además de que no concede entrevistas y del cual se desconoce su paradero? Lo que se inserta en la obra de Bolaño es un interesante planteo sobre la literatura y sobre el modo en que, o los mecanismos con los que, funciona o puede funcionar. Hace unos años, un autor, creo que David Stove, hacía referencia a la influencia (con cierto dejo totalitarista) de la tradición a la hora de indicarnos (de dictarnos) las lecturas a seguir, señalando (rescatando de la hoguera del olvido de la historia) entre sus lecturas preferidas ciertos escritos de Hume que han sido condenados al olvido, y que para Stove son maravillas literarias con las que dio, digámoslo así, casualmente. De Hume, nada menos. (Y yo me pregunto si al ensalzar las grandes obras que la tradición a dejado de lado, Stove no juguetea a interferir con la tradición justamente para convertirse en ella, para ser el gran nombre que puso en su lugar las obras de Hume a quien nadie antes prestó atención, algo que lo acercaría a los cuatro críticos que protagonizan el primer libro de 2666, pensándolo bien).
El artista plástico que despierta la obsesión del personaje de El Pasado, se llama Jeremy Riltse. No puedo precisar si era inglés, creo que sí, pero suele aparecer relacionado a ese país (¿suerte de alter ego literario de Lucien Freud, de Francis Bacon, tal vez?), y practica lo que el autor da en llamar Sick Art. A lo largo del proceso creativo, el artista va incorporando partes de su propio cuerpo en su obra, practicando la automutilación de modo cada vez más extremo.
En 2666 hay un artista británico de nombre Edwin Johns, que despierta un muy marcado interés en uno de los críticos literarios (el que padece esclerosis múltiple, el que está postrado en una silla de ruedas, el que vive con un cuerpo que no puede usar). El punto más alto del artista, su obra cumbre, es aquella en la que incluye, literalmente, una de sus manos, la mano derecha, que él mismo se corta. ¿Qué posible grado de parentesco hay entonces entre Jeremy Riltse y Edwin Johns?
Ambos escritores sitúan o pasean a sus personajes por Europa. Más marcadamente en Bolaño, pero también en Pauls, hay referencias continuas a la llamada alta cultura (¿la cultura europea?) y a la cultura popular de masas (¿la cultura mundial?).
¿Casualidad? ¿Un guiño más? ¿Es alguna forma de juego especular? ¿Una forma de ajedrez literario? ¿Debo terminar de leer 2666 y volver a leer El Pasado para buscar más pistas? ¿Son meras coincidencias, o hay un juego, o un desafío, o un código a descifrar? ¿Esto puede conducir a otros libros que se me escapan, o queda restringido a un dueto, o mejor, a un duelo? Pero entonces, ¿qué relación hay con lo que escribí al principio, que no tiene nada que ver con Alan Pauls, sino conmigo y el mundo que parecer rodearme?

Pero aquí me detengo, Ya confesé que aún no terminé el libro de Bolaño. No sé qué pueda suceder si a medida que continúo con su lectura voy descubriendo que todo se trataba no más que de un espejismo, de un deseo irresoluto por establecer relaciones entre cosas que no la guardan en lo más mínimo, y que entonces estoy perdido, en fin, que soy víctima de alguna macabra y perversa imaginería propia de una mente que tiene la posibilidad de divagar consigo misma, de que ya no queda orden en mi interior, al menos en la parte que gusta de establecer relaciones. Quizá la solución sea embarcarme en la lectura de Tigres Azules, ese relato breve de Borges. Después todo, volviéndolo a pensar, quizá no todo esté perdido.

3/12/09

Noche de citas (2)

Seguiré siendo hasta el final un hijo de Europa, de la angustia y de la vergüenza; no tengo ningún mensaje de esperanza. No odio Occidente, todo lo más lo desprecio con toda mi alma. Sólo sé que, tal como somos, apestamos a egoísmo, masoquismo y muerte. Hemos creado un sistema en el cual ya no se puede vivir, y lo que es más, seguimos exportándolo.

Michel Houellebecq, "Plataforma", Barcelona, Anagrama, 2002.

Noche de citas (1)

A diferencia de la hoja, del animal, sólo el hombre puede construir y analizar la gramática de la esperanza. Podemos hablar, podemos escribir sobre la luz de la mañana siguiente a su funeral o sobre el ordenado curso de las galaxias mil millones de años luz después de la extinción del planeta. Creo que esta capacidad para decirlo y no decirlo todo, para construir y desconstruir espacio y tiempo, engendrar y decir contrafácticos -"si Napoleón hubiese mandado en Vietnam"- hace hombre al hombre. Más precisamente de todas las herramientas evolutivas hacia la supervivencia, la que considero más importante es la habilidad para utilizar los tiempos futuros del verbo -¿Cuándo, cómo adquirió la psique este monstruoso y liberador poder?-. Sin ella, hombres y mujeres no serían mejores que "piedras que caen" (Spinoza).

George Steiner, "Presencias Reales", Barcelona, Destino, 2001, p. 79.

Verso y Anverso (Parte I: Verso o Anverso)

El fin de semana presenta en sí mismo dos caras de la misma moneda. Lo conforman dos días, uno es el principio, el otro el final. Como las tapas de un libro. En esos dos días uno se puede encontrar también con las dos caras de la moneda, o con la tapa y la contratapa del libro.
Sábado, día de cine. Domingo, día de concierto.
Echo la moneda, y a cara o cruz dice que comience por el domingo. Decir que es el final es sólo una estrategia de poner un dudoso orden sobre las cosas, dentro de unos años no sabré que ocurrió antes o después, y probablemente no recordaré siquiera que cualquiera de las dos cosas pasaron, aunque me acompañen en algún lugar desconocido de mi conciencia.
Hace ya varios años una persona conocida me hizo escuchar a Jan Garbarek. Todo ocurrió como si de casualidades se tratara. Una reunión, un qué hacemos después, un qué tal si vienen a casa a comer algo, un qué les gustaría escuchar, un lo que tu quieras, y finalmente olvidar la cena, olvidar a las personas, y quedar prendado de los sonidos que salían por los parlantes de ese apartamento frente a la rambla montevideana. ¿Cuánto hace ya? Quizá diez años. Recuerdo que el disco era “Rites”, un CD doble que, según supe después, dio mucha proyección al músico, que ya contaba con una muy importante trayectoria. Recuerdo la atmósfera que ese saxo tan potente generaba, en su fusión de ritmos de jazz con algunos sonidos electrónicos y una personalidad definitivamente nórdica. Recuerdo haber salido al otro día a buscar material de él, a abastecerme de su música. También busqué información sobre él. Es una costumbre, a veces un defecto, pero siempre busco información sobre los artistas que me interesan. Defecto porque a veces basta con recibir el arte de la persona. Aunque me abstengo, siguiendo el mandamiento de Augusto Monterroso, de conocer a los escritores a los que admiro (pese a haberme casado con una, que vendría a ser la excepción que confirma la regla). Así comencé a comprar algunos de sus discos. En épocas difíciles, siempre me ayudó la música, además de la literatura, para salir adelante, o en alguna dirección. Es mi terapia, otros van al psicólogo o al psiquiatra, salen a correr, se dan a la bebida, trabajan en exceso. Yo me encierro entre unas páginas, dejo pasar el tiempo, crecer un poco la barba, hasta cerrar con un golpe seco las páginas del libro. O simplemente escucho música. Jan Garbarek me ayudó en su momento. Por eso los artistas a los que sigo, los miro al mismo tiempo como a amigos. Te dan lo mejor que tienen, y a lo mejor eso sirve. En mi caso, sirve.
Luego la vida me llevó de un lado para otro, en otra vida debería contar mis peripecias ultramarinas, pero en tiempo de aviones, sólo puedo enumerar en todo caso las veces que sufrí de síndrome de cambio de horario, algo que no le interesa a nadie, y tampoco a mí. Garbarek pasó en cierto momento a ser escuchado con menos frecuencia, pero como a esos grandes amigos que dejamos de ver por un tiempo prolongado, la amistad no se vio disminuida en grado alguno por el paso del tiempo.
Cierto día de este año viajaba en el tranvía, estaba contento, porque Munich todavía conserva algunos que son tradicionales, de hace más de cincuenta años atrás, y que te retrotraen a tiempos pasados, cuando todo era más mecánico, antes de que las palancas fueran sustituidas por botones, y las voces humanas por sonidos grabados por computadoras, aunque la velocidad del viaje sea la misma y en lo práctico los nuevos no sean exactamente más cómodos o algo. De repente vi un afiche anunciando un concierto de Garbarek. Claro, dije, ahora estoy en Europa, en Munich más precisamente, esto es normal. Pero fue todo un acontecimiento interior. ¿Debería bajar inmediatamente del tranvía para leer la información? Recuerdo haberme preguntado. Finalmente no lo hice, estaba claro que habría más información en otro lado. No la encontré, tuve que bucear en Internet para confirmar cuándo y dónde tendría lugar el concierto. Es común ver afiches antiguos por las calles, ya me he llevado alguna que otra desilusión, por ejemplo cierto día al enterarme que Leonard Cohen tocaba cinco minutos más tarde del momento en que yo tomaba conocimiento de su concierto. Pero en esta ocasión todo funcionó bien, Garbarek tocaba en el futuro de ese pasado que estoy contando, y había aún entradas. Domingo de concierto, finalmente. Y ahí, en la sala de la Philharmonie de Munich, superé mi miedo al reencuentro con mi viejo amigo. La sala estaba llena, aunque no colmada. Pese al esfuerzo económico adquirí en realidad una de las localidades más baratas. Una de las ventajas de Internet es que para esta sala por ejemplo uno puede apreciar con precisión la perspectiva que tendrá en el asiento que escoja, y la verdad, no estaba mal. La acústica, es, como luego descubriría, perfecta, al menos para mis no profesionales oídos. No importaba estar algo lejos, la idea era escuchar música en vivo. Para mi sorpresa no tenía a mi alrededor ni a estudiantes, ni a gente que pareciera haber juntado las monedas para poder entrar. De la primera a la última fila pude divisar a las gentes envueltas en sus mejores trapos. Como en todo evento artístico, fue interesante en lo previo poder atisbar a esos grupos que se muestran, que seguramente aparecerían en alguna publicación social, que comentarían “yo estuve” o se deleitarían al escuchar “el otro día te vi en el concierto de”. Allí estaba yo, cumpliendo con un sueño, un deseo que se mantenía prolongado desde hacía muchos años. Allí enfrente estaba uno de los exponentes artísticos de la alta cultura europea. Uno de los imanes que Europa había diseñado para atraerme. Y el concierto fue de antología. La música no es para mí algo que se escuche con los oídos, es más bien algo que entra por cada uno de los poros y se concentra en algún lugar no físico, cuyos síntomas pueden ser que los ojos se mojen, que las manos tiemblen, que las piernas se muevan nerviosas. Si esos síntomas físicos no se manifiestan, la cosa no va por ese lado. Y puede ser Beethoven, Garbarek, Eddie Vedder, Selim Sesler o Zitarroza, da igual.
Al terminar el concierto emprendí el regreso a casa, inicialmente a pie. La sala se encuentra en una zona céntrica y sus alrededores resultan hermosos tanto de día como de noche. Caían unas pequeñas gotas mientras mis pies cruzaban el Isar, verde de día, tan oscuro al caer el sol. Mientras, la música que acababa de escuchar se repetía en mi interior.
Ese fue un domingo de un fin de semana. La realización de un sueño mantenido durante muchas noches, imaginado tantas veces al colocar mi cabeza entre los auriculares para captar mejor cada sonido, como según decía Córtazar, que es la mejor forma de escuchar música. Un domingo en Europa y lo que ella tiene para ofrecer a sus habitantes y visitantes. Un verso o un anverso, un principio o un fin, la tapa o la contratapa de un libro que se está escribiendo.
Luego les cuento del sábado.

29/11/09

Sin Título (XXXIV)

Veo el sol, como creo ver tantas cosas, me ilumina el rostro, o yo ilumino su cara redonda y flameante. Nos saludamos a la distancia, como dos contrincantes que se respetan y prefieren mantener la distancia. La tentación es grande, salir, acercarse, tocarse, pero todo a ras de tierra, nada de Ícaros, nada de naufragar entre las nubes, nada de izar el globo aerostático entre la niebla, tengo más de ochenta días para navegar por los siete mares y ya no hay muro que divida este de oeste, esas dos cosas que no sé que son, ahora los muros dividen norte de sur o tierra santa de tierra santa, deciden quién queda elevado a la categoría de humano y quién no.
Prefiero salir a caminar, toparme con doña María de los Cuidados, ese hermoso edificio que adorna la plaza que está frente a mi hogar, acercarme a la estación y trepar al primer metro que me lleve a dónde él lo desee, o ella, prefiero decir ella, como en alemán, die U-Bahn, que al fin y al cabo es más atractivo. Sí. Meterme en ella y perderme por los caminos de la ciudad.
Cumplir con algún designio para mí desconocido, dejarme llevar hasta que un grito en el cenit del día anuncie que debo salir, o bajar, mezclarme entre las gentes, que es menos en la estación final, descubrir que no soy el único, asomar y buscar el verde, responder al llamado de la naturaleza, dirigir mis pasos hacia zonas barrosas por la lluvia, la humedad, el Föhn que acompaña la respiración urbana, ese viento que viene del sur y peina a los Alpes y luego baja a la ciudad, a toda la región, embebiéndola de una atmósfera enrarecida, donde el frío de la montaña trae de la mano el calor mediterráneo del Véneto, de la Toscana, el aroma de las vides, de las olivas, la fragancias de la sensualidad de esas tierras más cálidas, que en los picos, esos pezones de las montañas, se inundan de frío polar y la gente se vuelve loca, sufre de vértigo, de pánico, quiere huir, cambia de humores.
Los altos árboles me abren el paso para que yo los visite, los saludo como se saluda a una persona mayor, me inclino antes los años que ellos gobiernan la zona, sin servilismos, una mezcla entre Goethe y de Beethoven al cruzarse con los monarcas, ni hacerse a un lado ni atropellarlos, el justo medio, que después de tantos años sigue siendo un buen invento. Los pasos que escucho cada vez son más míos, adentrarse en el bosque es adentrarse en uno mismo, pero acompañado por el suave contoneo de las hojas, de la hierba que cruje bajo los pies, de los rayos de sol que acuden a todo artilugio posible para eludir el follaje y tocarme en la cara, como ojos penetrantes que dejan la marca de su mirada.
¿Quién no ha soñado alguna vez con ser Thoreau y perderse realmente por los senderos boscosos, construir su propia casa y quedarse allí sobreviviendo por sus propios medios? Comenzamos de pequeños, cuando imaginamos la casa del árbol. No ser otro, ser el mismo pero en otro sitio, precisamente, para poder ser uno mismo. Un juego de palabras como tantos después de todo. Al fin y al cabo, como quería Salinas, qué felicidad cuando tú sólo seas tú. Sin metáforas, sin engaños, aunque ya el pronombre sea un anuncio. La anunciación de la diferencia, de la otredad, de tu ser y no ser, y de tu ser múltiple, porque en el reino de los pronombres tenemos seis posibilidades del ser, y eso sin siquiera tratarnos de usted, o sí haciéndolo pero sin tutearnos.
Miro la hora, pero no en el reloj, la miro a través de la ventana, leyendo en el largo de las sombras proyectadas cuál sea el momento del día. Como si se hubiera tratado de una película, he dirigido mi mirada a través de la pantalla que me une con el mundo exterior. Las horas han pasado sin que me fijara en ello, tras las caminatas reales o imaginadas. El día se escapa, empuja al sol fuera del alcance visual, a menos que me mueva rápido en su persecución, que desafíe el incansable rotar de los mares que nos rodean. Pero, ¿para qué? No cambiará mi destino. Mejor disfrutar de las sombras, de convertirme en un gato pardo más que se confunda con el resto de los seres que se mueven entre tinieblas, sin nunca identificar si somos astros que proyectan luz propia o reflejamos la que nos presta a intervalos algún otro o alguna otra.

25/11/09

Unir por los puntos (Escrito Hipóxico)

un sonido una palabra un signo tras la oscuridad los pasos guían o son guiados a tientas a ciegas por las calles estrechas de una ciudad desconocida como en un sueño donde Virgilio se transforma en la voz de Brenna Maccrimmon que oficia de hilo de Ariadna por los meandros de un laberinto sin paredes donde imperan los sentidos para los que no fuimos congraciados la única arma es el lenguaje somos el animal lingüístico pace Aristóteles no somos el pollo desplumado pace Platón no somos la hoja en blanco pace Locke somos todo eso y el escritor de nuestro propio cuento al modo de Escher en las manos que se dibujan a sí mismas como las aspas de un molino de viento que se ríe del pobre y desgarbado Quijano subido en su pobre y desgarrado rocín encarcelados en alguna de las interminables catedrales carcelarias de Piranesi pero con los colores de Chagall soñamos con lo que no tenemos para volverlo nuestro y así soñar con otras cosas para no tener pesadillas con la muerte que es nuestra única madre porque madre hay una sola según reza el peso de la tradición tradiciones que vienen de oriente donde las almas se pelean a muerte entre gruesos granos de arena como en esa obra de Goya hundidos hasta las invisibles rodillas y un perro que como todos los perros observa todo en tecniblancoynegro esperando que el ganador no le de una patada mortal como al final de aquel cuento de Benedetti cierto doctor especializado en asma que vagaba por las tierras septentrionales de un país pequeño de quien nadie recuerda el nombre y que está al oriente de cierto río de cuyo nombre nadie sabe su significado el dolor acompaña cada compás del espíritu que desconoce lo que es el verdadero dolor aunque lo vea en cada rincón en cada instante pero como esos jóvenes que se vuelven resilientes a fuerza de las circunstancias que no eligieron como nadie elige nada la llama de la vela que se usa como prueba fidedigna de que no hace mella alguna sobre la piel como el faquir que se recuesta plácidamente sobre el colchón de clavos o el chamán que camina sobre brasas humeantes así también ajenos al dolor caminan las mezquinas almas que sólo sufren porque en algún lugar está escrito que hay que declararse doliente para olvidarse del ser que está en el principio de todas las cosas y como sonámbulos deambulan trabajando como la araña que urde viejas telas cubriendo todo de gris polvo que no es de estrellas porque está cansado y ya no entiende de giros recovecos intersticios ni músicas ajenas que también son signos pero que no están signados para despertar de la apatía a estos seres náufragos de su propia existencia que como Winston Smith cada vez reducen su lenguaje a fuerza de borrar y cambiar el pasado y mientras el campo queda guardado en alguna bucólica escrita en idiomas inaudibles intraducibles como durante las épocas que los sacerdotes no se habían vuelto herejes sino que habían olvidado el latín probablemente a fuerza de producir los mejores fermentos y destilados que también son parte de la tradición como envenenar por las orejas a un rey o inventar guerras para no tener que pelear con uno mismo o encerrarse en lo alto de una montaña a escribir ensayos o inventar infiernos que por alguna razón siempre están abajo pero ahora no funciona más porque ya no existe abajo ni arriba y ni siquiera existe una realidad ni el plano ni el norte está arriba ni el sur está abajo porque a un pintor uruguayo simplemente se le ocurrió igual que a un genovés una vez se le metió en la cabeza que enfilando hacia el poniente iba a aparecer en el levante y a alguien se le dio por decir que ese genovés había descubierto algo pero en realidad nadie descubrió nada porque simplemente nos toca estar acá pero nos podría haber tocado estar en otro lado donde la palabra descubrimiento no existiría porque simplemente se llamarían las cosas por su nombre que es algo también relativo porque la rosa que es una rosa que es una rosa pero si la rosa está contenida en cada letra que la conforma yo estaría repitiendo a ese Tiresias del siglo XX antes de terminar de rondar por la aureola de este texto que no termina acá y que continúa aunque no lo veas porque la noción de fin es otra forma de decir antes después y basta y porque lo demás es quizá silencio aunque puede que simplemente sea un color o una forma de la que como no sabemos definir diremos que es informe como un signo una palabra un sonido

1/11/09

De Palabra


Me quedé mudo de palabras. Traicioneras me abandonaron, como si yo fuera un barco que se hunde, alejándose en botes salvavidas. Así que sólo puedo hablar de ellas. Sobre ellas. Es todo lo que puedo hacer. De las que sufren amnesia y se vuelven a resbalar con la misma cáscara de banana, de las que tropiezan con la misma piedra y se dan de bruces nariz contra el suelo. De las que se inyectan el mal de Alzheimer y permiten y justifican y se engañan, en vez de entender y de no olvidar, perdonar si acaso. Por eso esas son las más aburridas y tontas.
Me divierten más las que juegan con fuego, las que son fuego, y con sus largas lenguas me abrazan la cara, dejándome los cachetes colorados y sin vergüenzas, encegueciéndome con sus colores brillantes rojos y amarillos, dejando en las sombras todo lo que no es puro, todo lo que es ajeno a la pira. En movimiento perpetuo, pura vida, incansables, suben y se extinguen como gritos en la montaña que viajan a través de ecos interminables y transmiten su calor más allá de los picos nevados, a seres con otros rostros, con otras vestiduras, con otras costumbres, con otras palabras.
Hay familias de palabras. Y hay palabras que detestan las familias. Que las soportan hasta que pueden emanciparse, para un día despedirse sin dejar de manifiesto ningún significado, que al fin y al cabo es innecesario. Hay otras que se vuelven locas porque no pueden hacerlo, pero sucede que nadie las entiende y les da por asignarles títulos que nada tienen de nobiliario, y así nadan en el latín, en el griego, buscando en sus oscuras profundidades esa cosa maldita que otros llaman nombre, especie de inútil exorcista del caos que prefieren no reconocer, como si multiplicar las letras bajo infinitas combinaciones conformara una cortina que lo aísla, que lo mutila, que lo hace desaparecer, sin darse cuenta que están creando uno nuevo, y tal vez ni siquiera diferente.
Las hay ávidas de placer que se arrastran en susurros hasta el oído que las quiere escuchar y secretean lo impronunciable, convirtiendo todo en piel de gallina, en escozor, en suspiro, en deseo prohibido que se convierte en realidad.
A veces hay que soportar a las vandálicas, armadas de cócteles Molotov, que más que representar el mal lo que hacen es sufrir de juventud, ese tesoro que las palabras más viejas cada vez les roban más temprano y luego las endeudan, sólo por el hecho biológico de tener el tesoro más preciado, que ya no es divino, sino una carga que quieren sacarse de encima, para buscar ser jóvenes cuando ya no lo son, cuando ya nunca lo volverán a ser.
La perfidia inagotable convierte a las dulces palabras que nos encandilan como a conejos, primero en fuertes tenazas que nos aprietan el cuerpo y que luego se nos clavan como cuchillas por la espalda, hasta dejarnos desangrar. Su misión en el mundo es tan sólo esa. La mutilación del ser, de la pureza, de lo que a las palabras hace pensar y decir -quizá equivocadamente- que yo soy yo. Mientras no podemos desviar la mirada de esos ojos dulces que nos inspiran amor, las punciones se multiplican por detrás, desgarrando la piel, los músculos, los huesos, como infinitas espadas de Damocles.
Están las que sufren y lloran por los pasillos, pasándose la vida de rincón en rincón, pensando que el destino está escrito en un libro donde sólo existen altos muros que esconden el sol pero no las inclemencias climáticas, que dejan que las gotas frescas de las lluvia se apareen con las lágrimas saladas que se empeñan en salir como si se tratara de una impráctica fuente en el centro del mar.
La modernidad se divide entre palabras artificiales y artísticas. A veces se confunden y son la misma cosa. Las primeras coquetean y se maquillan, sonríen en presencia de las otras palabras y siempre tienen la respuesta adecuada, pero por sobre todo la pregunta que consigue conjurar al verdadero tema, pensando que así pueden confundirlo, evitar lo inevitable, lo que ningún invento hará prescribir, el final anunciado. Por eso, cuando nadie las ve, también lloran un poco, pero enseguida se recomponen, porque la vida solitaria no les pertenece, y siempre puede tocar el timbre por sorpresa alguien inesperado, para quien hay que estar en óptimas condiciones. Las otras, las artísticas, también tienen como objetivo conjurar a la muerte, por eso se encargan mediante su ars de regalarle cosas al mundo, con una etiquetita bien clara que diga que es obra de ellas, y así multiplicar su nombre para la eternidad, pero, sólo de las palabras, y dentro de las palabras, sólo de las afortunadas que saben leer, que tampoco son tantas como muchos se engañan llamándolo lo normal; porque cuidado, la mayoría de las palabras no saben leerse ni escribirse, y como carecen de vocabulario también desconocen muchos sentimientos y estados del alma, con lo que –justo es decirlo- también se ahorran una gran cantidad de vanos sufrimientos, pero su vida está conformada precisamente por una sola, que funciona como una cárcel cuyas dimensiones no exceden la medida del cuerpo y todo queda en ser como un reloj, que da la hora hasta que un día se descompone, y ya no dice ni tic ni tac.
Hay un manojo de palabras eremitas, pero ya no tienen lugar en el vocabulario, porque ya no queda lugar a dónde ir casi, y eso que en la historia de las palabras hay sobradas razones para creer que hoy podrían ser muchas más, si no se hubieran empeñado como se siguen empeñando en matarse unas a otras, a veces sin razón, otras veces por pasión francesa que se dice no es un delito, y otras muchas veces en nombre del mismo dios que las creó y las cobija a todas. A falta de montañas escondidas, de altas rocas inaccesibles para las palabras comunes, las palabras eremitas se hacen pasar por misántropas y se construyen casas a prueba de ruidos, a prueba de otras palabras, pero no a prueba del tiempo. La dificultad estriba en que ya no están en las alturas, y se les hace más difícil dictar sermón. Por eso el presente está quizá tan descarriado. Las palabras ya no se sacrifican por otras, ni por ellas mismas. Dicen, yo soy palabra, y punto. Luego marchan, pensando que eso es suficiente, y a veces lo es. Palabra.
La descripción es infinita, aunque muchos crean lo contrario, incluso si se llaman William y vienen portando una enorme navaja desde Ockham. Las más divertidas se pasan de fiesta en fiesta, nadan en burbujas de cava español, de champagne francés, de Sekt alemán, o de prosecco italiano. Otras se hacen llamar las héteropascales que cuentan con incontables grupos radicales que ejercen mucha presión sobre todo lo que es distinto, siendo su principal blanco las palabras sodomitas, esas que como bien dice su nombre son parientas de las palabras gomorras, que disfrutan de los placeres entre el mismo género si permanecen en sus pueblos de origen o se convierten en estatuas saladas si miran hacia atrás una vez que salen de ellos.
Mis palabras preferidas son las que no sienten la necesidad de decir que son palabras, tienen sus crisis de identidad como todo lo que se mueve, pero no andan por ahí pisoteando la realidad o lo que queda de ella, imponiéndose y diciendo aquí estoy. Son palabras y punto. Asunto de tomar o dejar. Nada más. Pueden ser muy originales, no vayan a pensar otra cosa, pero la mayor parte del tiempo pasan desapercibidas, entre tinieblas, para que la gran mayoría, descontenta y resentida, no las descubra y las ataque, para que no les roben la intimidad. Se exceden en soñar, pero no son idealistas a la carta. Suelen ser muy románticas, pero su timidez las hace parecer torpes, o incluso incomprendidas o altaneras. Es que casi todas las palabras se creen seguras en sí mismas y la verdad es que no lo son, así que cuando ven a alguien que sí lo es pero aparenta no serlo, pues, la historia se repite e intentan arrebatárselo.
Podría seguir hablando sobre las palabras, pero tengo miedo de que si continúo hablando de ellas, mi mudez se convierta en un estado permanente, y ellas piensen que ya no las necesito, cuando es justamente lo contrario. Voy a prender el fuego para conjurar el frío; a preparar un té oscuro que acaricie tibiamente mis entrañas, a predisponer el espíritu mediante la siempre grata compañía de la música, a buscar en algún libro lo que hoy siento que me falta. Y luego, quizá…

18/10/09

Unas de las páginas más bellamente escritas

"REFORMARSE ES VIVIR... Y desde luego, nuestra transformación personal en cierto grado ¿no es ley constante e infalible en el tiempo? ¿Qué importa que el deseo y la voluntad queden en un punto si el tiempo pasa y nos lleva? El tiempo es el sumo innovador. Su potestad, bajo la cual cabe todo lo creado, se ejerce de manera tan segura y continua sobre las almas como sobre las cosas. Cada pensamiento de tu mente, cada movimiento de tu sensibilidad, cada determinación de tu albedrío, y aun más: cada instante de la aparente tregua de indiferencia o de sueño, con que se interrumpe el proceso de tu actividad consciente, pero no el de aquella otra que se desenvuelve en ti sin participación de tu voluntad y sin conocimiento de ti mismo, son un impulso más en el sentido de una modificación, cuyos pasos acumulados producen esas transformaciones visibles de edad en edad, de decenio en decenio: mudas de alma, que sorprenden acaso a quien no ha tenido ante los ojos el gradual desenvolvimiento de una vida, como sorprende al viajero que torna, tras larga ausencia, a la patria, ver las cabezas blancas de aquellos a quienes dejó en la mocedad.
Cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes."

José Enrique Rodó, "Motivos de Proteo"

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Es una pena que por alguna extraña e injusta ley no escrita las páginas de este escritor estén destinadas a acumular polvo en perdidos anaqueles.

13/10/09

Un viaje de película

Un día estaba sentado en una sala de cine de Sheffield. Cuando salís de tu sobreentendido entorno natural, la relación entre lo que hacés y por qué lo hacés pasa a un plano primario. Si hay una cosa que extraño de Montevideo es la Cinemateca, formaba parte de mi rutina. Ese monstruo es un fenómeno inigualable, considerando las experiencias posteriores en otros parajes. Por una ridícula suma de dinero uno puede ver “hasta 100 películas” a lo largo del mes. El catálogo; donde frenéticamente cada principio de mes todo interesado recorre página por página para ver qué programa incluye la agenda, establece estrategias, debate interna e interminablemente cuando dos películas coinciden y no es posible ver las dos; forma parte de una costumbre tan aneja como desayunar algo humeante mientras la tinta del diario nos mancha los dedos. Los últimos catálogos que conozco lo hacían también, porque la calidad de los mismos cada vez era inferior, pero como cuando se trata de los diarios, ahí estaba parte de su encanto. Existe un grupo de la sociedad que se reúne de un modo extraño alrededor de la oferta cinematográfica, es casi como una secta, y uno aprende a reconocer rostros, sonidos, y hasta manías en ese asistir al cine que no deja de ser anónimo. Uno está rodeado de gente, pero completamente aislado en la oscuridad, más creo yo que en el teatro, donde es más común asistir acompañado. Ver cine es casi como leer. De hecho conozco personas que tienen cines privados, si bien a pequeña escala, pero, ¿qué es pequeña escala luego que uno ha presenciado películas como El Séptimo Sello en la Sala II de la calle Lorenzo Carnelli? La pantalla minúscula, un pobre parlante parado solitariamente delante sobre el suelo, unas pocas y viejas butacas, y los cartones de huevos oficiando de aislantes acústicos colgados de las paredes, la puerta de ingreso a un lado de la pantalla, la odiosa entrada de los impuntuales montevideanos crónicos, que gracias a ello y a la pereza de cerrar la cortina dejaban filtrar luz, ese enemigo cruel del vampírico séptimo arte, los chistidos, las quejas ulteriores. En ello reside precisamente el encanto de una de las salas más peculiares de la ciudad, porque convertía a cada película en una experiencia inigualable, un viaje en el tiempo, donde era imposible prever que podría pasar. A veces eran las propias películas, que por viejas tenían tales defectos que no resultaba posible verlas, o su audio inescuchable o inentendible.
Un día estaba sentado en una sala de cine de Sheffield. No había llegado tras una ardua selección entre miles de películas. En Inglaterra aprendí a elegirlas meticulosamente, porque a pesar de que hay salas donde se cultiva el cine arte, o cine de autor como gusta de decirse ahora, los precios distan de ser del todo populares si realmente se desea no ya ver cien películas, pero sí unas razonables seis u ocho al mes, pongamos, sobre todo si la visita es en pareja. Para empezar, el Showroom de Sheffield, uno de mis lugares preferidos de la ciudad, distaba de ser la Sala II de Lorenzo Carnelli, con sus cinco salas ultra modernas, sonido Dolby en varios altavoces distribuidos a lo largo y ancho de sus paredes, donde no había ni el más mínimo indicio de que los aislantes fueran cartones de huevos. Sumado a eso una cafetería, un restaurante de diseño, más un club (algo casi cercano a una discoteca, sin serlo) con música groovy y electrónica para chicas trendy con mini y chicos under con lentes, en su mayoría universitarios, probablemente la inteligentsia local, y en algunos casos, probablemente internacional, quien sabe, había gente de todos lados por ahí.
La película se titulaba Gegen die Wand en su original alemán (en español Contra la Pared, en Sheffield; como en toda Inglaterra; respondió al nombre de Head-On, a pesar de que hay otra película que se llama Head On sin guión y es sobre griegos en Australia). Es sin dudas una película que aun gustando o no, no deja a nadie indiferente, que odiás o amás, en otras palabras: arte, verdadero arte. La estructura, los personajes, la historia, y la música como un personaje más, con un rol particular asignado tan importante como el de los actores, conformando diría ya hasta parte del libreto. Yo, con mi cultura principalmente europea, pero proviniendo de Uruguay, estaba en una sala de cine de Sheffield, viendo como los personajes alemanes de origen turco convivían con una sociedad alemana que los lleva continuamente al límite. Yo entendiendo todo intelectualmente pero no completamente en la vida diaria que me tocaba vivir, cuando las palabras y los actos son la propia motion picture de la vida, cuando interpretar se vuelve más notorio porque no todos los códigos son tan fácilmente reconocibles, como si hubiera un desfasaje donde la teoría explica la realidad, pero el experimento de la vida práctica siempre opone alguna resistencia que nos hace dudar del punto de partida, que nos testea de continuo, que no nos deja descansar, que nos obliga a elegir continuamente el vocabulario hasta estar seguros de que se corresponde con la situación, de adoptar la pose correcta, de gesticular de cierto modo que no conduzca a equívocos. Y allí estaban, la chica turca que quiere dejar su conservadora vida turca a costa de lo que sea, para vivir como una chica alemana; y el hombre turco, que en realidad es alemán y no quiere saber nada con sus orígenes. Ser de o no ser de, quizá esa es la cuestión. Creo que haber visto la película donde la vi caló más hondo, puede que en Montevideo sólo la hubiera apreciado como una buena película más, una de mis favoritas tal vez, pero desde el falso refugio que nos prodiga el pedazo de tierra que entendemos propio y que en definitiva no lo es. Vivir en un lugar que no sentimos propio, cómo afecta eso a cada persona. A Sibel y a Cahit, personajes de Gegen die Wand, los llevó al camino de la autodestrucción. Si bien sobrevivir a ella puede significar una redención, creo que al fin y al cabo sólo lo podemos apreciar en el caso de él, aunque más bien puede sostenerse que ambos terminan esclavizados por sus actos, ya que como reza la canción que acompaña los créditos finales, life’s what you make it (tema de Take That soberbia y rockanroleramente interpretado por los alemanes Zinoba). Pero esto es lo que se procura cuando se plantean situaciones extremas, mostrar más crudamente lo que no notamos cuando los tonos son más grises, cuando no nos damos a conciencia contra la pared. Nunca sabremos a ciencia cierta el precio real de hacerlo o mantenernos fieles a una vida ajena a actos extremos.
El tema comenzó de cualquier modo a presentar interés, porque en este nuevo siglo que algunos llaman de las migraciones; como si el hombre no lo hubiera hecho desde siempre, pero que si lo hacía antes era un nómada que entra en una clasificación que responde a las leyes de la evolución; fui encontrando películas que en mayor o menor grado han llamado mi atención al respecto. Exils (Exilios) del director Tony Gatlif, nos presenta a una pareja de franceses de origen argelino que deciden emprender a través de Francia y de España el retorno a la tierra de donde es su familia. Siendo su director músico, es su propia música nuevamente en esta película un personaje más. Al final podemos ver que estos franceses argelinos, son en definitiva argelinos cuando están en Francia, y franceses cuando están en Argelia.
Princesas es una excelente película española, que tiene como personajes a dos prostitutas que se hacen amigas. Una es española, la otra es centroamericana. La segunda representa al gran porcentaje de latinoamericanas que se ven forzadas a ejercer la prostitución debido a su situación que unos llaman ilegal, otros irregular, otros indocumentada, y que no dejan de ser meros eufemismos para rebajar a las personas de su condición de seres humanos simplemente porque han cruzado una frontera. Acá no se trata de dos personas de diferentes nacionalidades que simplemente se cruzan por los azares de la vida. Acá de lo que se trata es de los universos paralelos que pueden existir en un mismo lugar. Pero hay un momento clave que conservo, un diálogo que resume una forma de ver el mundo, sobre la forma, como decirlo, patéticamente ignorante y reduccionista de muchas personas, muchas personas que son europeas. La española, que no hace saber a su familia a qué se dedica, invita a su amiga a comer en familia, y la madre de esta en cierto momento, conocedora de su origen centroamericano, le pregunta a la amiga si viajó a España en patera. La patera, pequeña y precaria embarcación que se ha hecho famosa en los últimos tiempos, significa no sólo el calvario de muchos africanos que se arriesgan a cruzar el mar desde el norte de África, sino también su tumba. Lo triste no es imaginar que una persona postule tal pregunta, que imagine que alguien puede atravesar todo el océano Atlántico en algo así, sino que representa un pensar que muchas otras personas tienen. Posiblemente no las personas que asisten a ver películas como Princesas, por eso en su momento se pudieron escuchar muchas risas, la risa de lo ridículo pero tan próximo.
A veces las películas (quizá siempre, no lo sé) presentan aspectos cinematográficos hasta fuera de ellas. Una persona que estudia medicina y cierto día decide recorrer América, luego de salir de su entorno choca con una realidad para él desconocida a tal punto, que la experiencia sentará las bases para su transformación en quien posteriormente conoceremos como el Che Guevara. Inspirado en su diario personal, la película es la conocida Diarios de la Motocicleta. La realidad de una clase media argentina, como supo serla también la uruguaya, distaba mucho de la desigualdad social, el esclavismo, la falta de sanidad, y todo un sinfín de injusticias que Ernesto Guevara fue encontrando por su viaje sudamericano. La música, otra vez personaje, lo es quizá más por la anécdota que acompañó la ceremonia de entrega de los premios Oscar. El músico y compositor es uruguayo, se llama Jorge Drexler, y su canción ganó el premio a Mejor Composición Original. Como él no era conocido en el medio estadounidense, a la hora de la ceremonia se optó por la dupla Carlos Santana y Antonio Banderas para su interpretación en vivo. A modo de lección, cuando subió a recibir su estatuilla, Drexler no utilizó su tiempo en agradecimientos, sino en entonar a capella unas estrofas de su propia canción.
Otras veces no hay que ir lejos para experimentar lo ajeno. Acá en Munich se está por estrenar una película uruguaya, que se titula El Baño del Papa. Hago la referencia a su estreno (aunque ya pasó por el festival de cine uruguayo a principios de año) porque la titularon en alemán “Das große Geschäft” (El Gran Negocio). Si se conoce la temática, puede entenderse lo acertado del título, como a mí me pasó, si además uno averigua que “el gran negocio” también es una forma idiomática que los alemanes tienen para referirse a una de las necesidades que hacemos cuando acudimos al baño, la interpretación (ya que no la traducción) al alemán merece un aplauso. Recuerdo que cuando la vi me llevó tiempo asimilar la realidad con la que había entrado en contacto a través de la historia que allí se presenta. No era que no lo aceptara, como es común cuando alguien ve desde una perspectiva ajena algo que no le gusta acerca de algo ya conocido, es que me planteó la pregunta de si eso era en Uruguay. Y sí, era. Una nueva representación de lo Unheimlich.
Las decepciones también tienen su presencia. Babel, la aclamada, es un muestrario disparatado de algo que de tan obvio no merece ni contarlo, todo hermosamente presentado, excelentemente filmado y muy bien acompañado musicalmente, pero lleno de estereotipos y de una búsqueda descabellada de la interconexión que existe entre diferentes eventos del mundo “globalizado”. Los contenidos son amablemente dejados a un lado, los personajes son casi tan desconocidos antes como después de la película, y con ello, como turistas que pasamos por alguna ciudad histórica sin tener una idea de su historia, pensamos que adquirimos conocimiento por ósmosis o gracias a un par de anécdotas deformadas para endulzar los oídos extranjeros. Las relaciones causa-efecto son tan forzadas que Hume se debe aún estar desternillando de la risa mientras en algún lugar del universo juega infatigablemente al billar, porque Babel no es metáfora de nada.
Si bien puede parecer contradictorio, es justamente otro tipo de decepción lo que puede ser positivo. En The Last King of Scotland (El Último Rey de Escocia) la trama inventa a un joven doctor galés que viaja a África, más precisamente a la Uganda de Idi Amin, y allí se convierte en su doctor personal. La excusa es presentar un excelente retrato de la figura de Amin, maravillosamente interpretado por Forest Whitaker, un actor que personalmente me encanta. Pero hay varios elementos que dejan en evidencia lo decepcionante que puede ser la forma de entender la realidad allende las fronteras de Europa de un europeo medio. Amin, sin lugar a dudas, es un ser bestial. No es posible disentir sobre este punto. Pero el joven doctor que parte para salvar y ayudar a los pobres necesitados, tal como lo presenta la historia, no lo hace más que por escapar a estar bajo el zapato paterno. Completamente desinformado de la nueva realidad que lo circunda, va por el mundo persiguiendo en realidad sus propios intereses, haciendo la vista gorda acerca de la brutalidad y camuflándolo con sus corteses formas británicas que tienen como objetivo y consecuencia no otra cosa que meter en la cama a la mayor cantidad posible de africanas. Una especie de racismo ingenuo, si existe tal cosa, dentro de un marco más amplio de ingenuidad que suele caracterizar a muchos que se piensan que son naturalmente superiores y que el mundo está dispuesto para que ellos se paseen sobre él. En este caso, hasta que la situación explota en su propio rostro.
Lo mismo sucede con Winterreise (Viaje de Invierno), película alemana que vi más recientemente. Su título se inspira en el ciclo de canciones de Franz Schubert, quien a su vez se había inspirado en los poemas de Wilhelm Müller. En cierto modo muy buena, pero lo es cuando representa la neurosis del personaje en su propio entorno europeo, pero injustamente naif cuando lo hace salir del mismo. El sujeto, viejo, racista, de pasado próspero pero en bancarrota, encuentra como salida a la adversidad económica que enfrenta intervenir con africanos en una transacción financiera en la que en principio no tiene que invertir nada. Es una vieja trampa que es verdad que tiene como representantes a algunas mafias africanas. Una persona hace una oferta muy jugosa. Como no puede hacer una transacción millonaria a su propia cuenta por alguna razón más o menos plausible, le pide a un tercero que abra una cuenta para hacerlo a través del tercero, dejando un porcentaje suculento para el último. Todo ante escribano (notario), firmando un contrato, pero, con una condición de último momento, sólo a modo de garantía, para que la transacción se complete, el tercero debe antes depositar algunos miles de euros, por cuestiones de confianza, como quien dice. Huele mal desde Dinamarca el asunto, pero el viejo loco interviene contra todo sano juicio, y en realidad lo único que hace es lo contrario de forrarse, esto es, perder los miles de euros que dejó como garantía. Así decide viajar directamente a África y exigir la devolución de su dinero. A lo que se enfrenta es a direcciones que no existen y a la información, como es de esperarse, de que son mafias violentas las que llevan adelante estas actividades, recibiendo hasta del mismo representante consular que desestime su propósito y vuelva con vida a su país, ya que escapa a toda posibilidad recuperar su dinero, más bien lo que puede lograr es perder su vida. Sin embargo el testarudo personaje no sólo insiste, sino que consigue su propósito. A esta altura ya no importa el cómo, sólo se puede apreciar que el honor sólo persiste en el ámbito intra fronteras europeo, que los africanos son unos delincuentes, y que además son estúpidos. Una lástima, porque como dije anteriormente, el cuadro inicial es muy bueno. Lo que deja en evidencia que hay casos en que no saben hablar más que de sí mismos.
Algo así como lo que me pasó con Lost in Translation (Perdidos en Tokio). Sofía Coppola tiene muchos adeptos y es la reina cool y todo eso, así que estimo que existe la posibilidad de ganarme reprimendas por lo que voy a decir. Si es así, mejor. Para empezar su adaptación de la novela The Virgin Suicides (Las Vírgenes Suicidas) de Jeffrey Eugenides me pareció mala, pero eso es hoy harina de otro costal. Otra vez hay aspectos excelentes, todo muy bien empaquetado, las actuaciones son de lo mejor, sobre todo de Bill Muray, y el tema es claro, dos estadounidenses que no entienden ni pito ni de japonés, ni de la cultura local. El retrato intenta ilustrar los avatares existenciales de sus personajes en conjunto con una realidad completamente ajena que los aísla. Pero esto es paradójico porque ellos muestran que su aislamiento no responde sólo a su visita a Japón, en todo caso lo pone más de manifiesto. Pero a los treinta minutos yo comienzo a preguntarme por qué es que japonés que aparece en la película (y aparecen muchos, es Tokio después de todo) es presentado como un idiota. Son todos idiotas, al menos para la cámara, y por ende para los personajes. La postura podría ponerse así: lo que no entiendo, lo que no responde a mi concepción del mundo y de mi entender el mundo, es idiota. Quizá ese es el propósito de la película y yo no lo capturé, mostrar precisamente eso. Es curioso que esto se manifieste en el arte. O quizá es lo que procura mostrar dicho arte, y me quedé a mitad de camino. También podría suponer la dificultad de la simbología utilizada y las probables deficiencias del poder metafórico de las historias cuando pasan de explorar las frustraciones de ser en el mundo de ciertas personas –que casualmente o son estadounidenses o son europeas- a mostrar los posibles vínculos o interacciones de esas personas en otros entornos o con otras culturas. Esto no me sucedió con otra película que sí me encantó y se titula Erleuchtung garantiert, de la directora y escritora alemana Doris Dörrie, que una vez la presencié en un festival bajo Iluminación Garantizada, y luego pasó a ser conocida como Sabiduría Garantizada (la primera versión es más fiel al original, y personalmente la prefiero). Dos hermanos alemanes viajan por distintas razones a Japón también, en un camino de búsqueda el uno y de escape el otro, pero de algún modo ambos terminan encontrando algo acerca de sí mismos. Jugando con ciertos elementos presentes en Lost in Translation, cierto tono de comedia, las dificultades a la hora de la comunicación, la incomprensión absoluta de la grafía y la simbología locales, además de lo cultural en gran medida, me parece una representación mucho más respetuosa con lo que no entendemos, y cómo pueden encontrarse caminos no sólo para convivir con ello, sino también para aprender de lo ajeno y de lo propio, convirtiendo en enriquecedora una experiencia contando únicamente con los indescifrables elementos que a veces nos llegan. Dicho de otro modo, y apoyándome en el alfa de este sitio, recordando que yo soy otro, el otro soy yo.

7/10/09

Revisando papeles

Fisgoneando entre algunas de las páginas que habitan desperdigadas por mi morada; muchas de ellas como si se tratara de hojas de otoño; di con un par de fragmentos que guardan relación con lo escrito en la última entrada. No sé si el Hado ha dispuesto que se genere la casualidad, o es un martillazo del destino, o quizá sólo mi deseo de recurrir a la voz de la sabiduría del pasado, que dicho de otro modo, no sería más que apelar al principio de autoridad de la tradición, o al menos una suerte de guardaespaldas tanto espiritual como intelectual.
Los dos pertenecen al mismo autor, y dicen así:
Is it not a reproach that man is a carnivorous animal? True, he can and does live, in a great measure, by preying on other animals, but this is a miserable way,- as any one who will go to snaring rabbits, or slaughtering lambs, may learn,- and he will be regarded as a benefactor of his race who shall teach man to confine himself to a more innocent and wholesome diet. Whatever my own practice may be, I have no doubt that it is a part of the destiny of the human race, in its gradual improvement, to leave off eating animals...

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I believe that every man who has ever been earnest to preserve his higher or poetic faculties in the best condition has been particularly inclined to abstain from animal food, and from much food of any kind.


Henry D. Thoreau, "Walden"

2/10/09

¿Yo? Por el asco...

Hoy te escribo a vos, quiero contestar a tu repetida pregunta. No es por morbo, no es más que un juego de espejos, y mi respuesta, como en ese juego similar al que practica el alma consigo misma, que parafraseando a Platón vendría a ser el pensar, te contesto con una nueva pregunta, que no tengo a ciencia cierta si será un peldaño ascendente en la dialéctica que nos acerca a la verdad o a la estupidez, que a veces no son más que dos palabras para referirse a la misma cosa:
¿Por qué comés carne?
Sí, porque vos me preguntás siempre lo contrario, ¿no?
Te hago la pregunta yo a vos porque parece que para no comer carne hay que explicarse, mientras que para sí hacerlo no. Por eso me gustaría que me lo contaras, soy todo orejas. Por cierto, yo no quiero convencerte de nada, la verdad es que me importa un carajo lo que comas, y por eso mismo, encuentro disparatado tener que explicar una y otra vez los fundamentos para algo que no es más que una decisión entre otras de las que tomamos en nuestra vida, que en todo caso puede afectar más o menos el conjunto de la misma, pero no de modo dramático. Entiendo que vislumbres un rayito de locura, pero también te aviso otra cosa, no creo en la locura del mismo modo que vos, para mí la cosa se dirime más del siguiente modo: lo que hay son mayorías.
Vivimos en la era de la información, pero a veces llama la atención la falta de ella que gobierna tu existencia. Sobre el vegetarianismo hay muchas explicaciones, pero sé que ninguna te va a conformar. Muchas pueden parecerte descabelladas, y esto probablemente porque hoy no tengo pelos en la lengua. Otras te parecerán cuando menos peculiares, pero por sobre todo, primará tu deseo de no comprender. Sí, está el amor a los animales que se manifiesta en esa forma que llamamos respeto. Están las posibles creencias religiosas. Está el cuidado del medio ambiente. Están las razones económicas. Las morales o éticas. Las de la salud. Y ¿por qué negarlo?, las de ir contra corriente, no te olvides que en mi caso vengo de un país donde una de sus más infundamentadas creencias es que si un plato no tiene carne no es comida. Hay listas de razones, hay clasificaciones de listas incluso, con argumentos de todo tipo y color. La decisión no deja de ser personal. Tampoco deja de ser gracioso. Tantos mitos alrededor del tema. Porque a la primera pregunta continúa la metralla, el morbo desatado por encontrar los puntos débiles, las incongruencias, los espacios en blanco, los argumentos rebuscados: ¿Y las proteínas, de dónde las sacás? que viene a ser algo así como la pregunta del millón. Supongo que del mismo lado que ciertos deportistas que triunfan gracias a ellas, como Chris Campbell que es campeón olímpico de lucha; o como Brendan Brazier, reconocido competidor de Ironman que es vegano. Ah, ¿no sabés qué es ser vegano? Pues alguien que no consume absolutamente ningún producto que sea de origen animal, o cualquiera de sus derivados, tanto para comer, como para vestir, como para el aseo personal.
Yo sólo te voy a contar algunas experiencias, eso es todo. Y te voy a dar alguna información. He escuchado opiniones fuera de serie. He visto a través de las ventanas del alma de muchas personas, que no entienden cómo, bajo qué endemoniado concepto, debido a qué maldición, alguien ha tenido la maravillosa idea de dejar de comer carne. He leído algún que otro artículo ridículo escrito en Uruguay en pos de la defensa del consumo de carne, como si se tratara del elixir de la vida, cuando ya se sabe que dicho consumo guarda estrechas relaciones con la proclividad a contraer cáncer, una de las enfermedades número uno del Uruguay. Creo, porque no lo puedo asegurar a ciencia cierta, que no hay una sola persona en ese país que no tenga un pariente o estrecho amigo que haya padecido esa enfermedad o haya muerto a causa de la misma. Y sin embargo… se mueve. Alguien me acusó de estar subalimentado una vez. Creo que se me nota sin duda, y ello debe ser porque desde que me casé no se formó en mí la famosa barriga de casado, que en todo caso para mí no es símbolo de infelicidad sino más bien de salud. Alguien me dijo que está en la naturaleza humana el comer carne, que es algo que se practica desde que el hombre es hombre. Cuenta Diógenes Laercio que cuando Platón definió al hombre –hoy diríamos el ser humano – como al animal bípedo sin plumas, Diógenes (asumo que El Cínico) desplumó a un gallo para luego espetar: aquí tienen al hombre de Platón. Para el caso, bien podría servir como analogía. La gran contradicción a mi parecer es que la misma persona defienda después el evolucionismo. Primero, algo pertenece a la naturaleza humana porque se ha practicado a lo largo de la existencia del hombre, pero después resulta que el hombre no ha sido siempre el mismo, ha evolucionado. ¿No puede acaso entonces variar su dieta? ¿O los argumentos son partes de una veleta que soplo como si fuera el viento, para el lado que se me antoja? Además, por casualidad, ¿alguna vez te fijaste en la dentadura de un verdadero carnívoro, pongamos por caso un tierno tigre? Seguro que lo notaste tal como yo lo hice, sí sí sí, ese admirable felino que posee unas increíbles fauces preparadas para atacar, devorar, y triturar carne; habrás notado entonces también que sus dentaduras y las nuestras son idénticas, como quien lo dice de dos gotas de agua. Por otra parte también el vegetarianismo se ha practicado desde tiempos inmemoriales. La escuela pitagórica promovía dicha dieta, por citar sólo un ejemplo, y a ella pertenecen anécdotas curiosas, como la de proscribir las habas (algunos rumores en los pasillos académicos dicen que porque fomentan la procreación de gases nocivos para el olfato). En todo caso no comer carne no responde al aburrimiento post-(¿ham?)burgués de chicas acomodadas que buscan dar una nota original. De hecho en la actualidad prestigiosos filósofos de la Ética como Peter Singer tratan el tema seriamente, con énfasis en el trato, el maltrato, al que se someten a los animales, por ejemplo (su libro Animal Liberation data de 1975 y habla del “especismo” –speciesism en original inglés-, o la discriminación de un ser amparado en su pertenencia a otra especie).
Otra falsa creencia es que quien no come carne está obsesionado con su alimentación, como si no hubiera vida más allá de la carne, y la desconsolada gente no supiera como llenar ese vacío, dedicándose obsesivamente a hablar todo el día del mismo tema, a leer las etiquetas de cada producto con la misma atención que si se tratara de un manuscrito recién descubierto de Shakespeare. Pues la verdad es que yo, sí, leo los ingredientes de cada producto que compro, pero por qué, quedará más en evidencia líneas más adelante. Pensar en la comida, igual que cualquier persona, supongo, cuando tengo que planificar qué comer, o directamente, cuando tengo hambre. El que me atosiga a preguntas sos vos, el que saca el tema sos vos, a mí me da igual, así que… ¿quién es el obsesivo?
Tengo otra una pregunta: ¿Nunca te dio curiosidad saber por qué la publicidad de alimentos de un tiempo a esta parte parece el anuncio de un medicamento? Es bueno para el colesterol, es bueno para las defensas, es bueno para poder ir regularmente al baño. Una dieta sana y equilibrada no produce colesterol (este puede tener otras causas), y las vitaminas provienen de muchos lados, no sólo de la carne (dejemos de lado el tema de la famosa B12), y si comés alimentos que naturalmente tienen fibra, pues, cagás seguro (cereales integrales, frutas, vegetales; además contribuye a disminuir las posibilidades de contraer apendicitis, cándida, colesterol, presión alta, intestino irritable, colitis, problemas cardiovasculares, etc.). Ahora bien, puede que si leés la lista de ingredientes de los alimentos puedas comenzar a pensar que tal vez sí, que tal vez se produzcan en alguna suerte de laboratorio. Si todavía no te fijaste en la lista de ingredientes de ese postre tan rico que lleva la receta de la abuela tal como ella lo preparaba hace nosécuántosaños, te advierto que nos vas a entender el ochenta por ciento de lo que dice: colorantes, estabilizadores, conservantes, potenciadores de sabor, símbolos raros, códigos alfanuméricos, etc. etc. etc. Si mirás los componentes de un medicamento puede que encuentres un idioma y una simbología similar. De hecho mi abuela tampoco entendía mucho cuando le pregunté si sabía que era el E621, que es algo que le ponen a esa sopa tan exquisita, igual a la que ella preparaba. Me contestó que ni idea, pero que creía que a ella la sopa le quedaba suficientemente rica, ¿o no? Y vos ¿sabés lo que es el E621? Es el glutamato monosódico. Se encuentra naturalmente en muchos alimentos, y es un aminoácido no esencial pero sí fuente de energía intestinal. Dependiendo de con qué se combine, abracadabra, vuelve más sabrosa la comida, pero ¿será por eso que nos resulta más difícil parar de comer? ¿O será porque se lo ponen para aumentar tu deseo de comer, es decir, de terminar más rápido la comida y salir corriendo a buscar la nueva dosis? Para que te conviertas en un junkie de la comida. Muy bueno para las dietas adelgazantes, por supuesto. Si buscás información al respecto, vas a encontrar, como yo, que las grandes organizaciones niegan cualquier relación entre la ingesta artificial del cacofónico glutamato y las consecuencias negativas para el organismo. Sólo una cuestión: si está en estado natural en muchos alimentos –alimentos nada raros, por cierto- ¿por qué enchufárselo a otros? Porque para dar sabor, es bueno saber que hay muchos condimentos que no se llaman sal y dan mucho gusto a la comida. O a la sopa de mi abuela, de la que no te voy a pasar su receta, en todo caso un día pasás por casa y te la preparo.
Te voy a contar que la mayor parte de los animales para el consumo son confinados en lugares que si se tratara de rememorar el periodo más oscuro del siglo pasado, nos referiríamos a los productores como nazis. Es decir, los animales se ven apretujados en barracas hasta que un día son transformados en bistec. En lo que podemos llamar el transcurso de su vida, en la que solo pueden olerle el culo al animal que tienen adelante, les inyectan esteroides y hormonas de crecimiento (esas por las que tanto se critica a los deportistas que las consumen, y que se sabe que por ejemplo las niñas adelantan su pasaje a la pubertad gracias a esto, se sabe que aumenta las posibilidades de contraer cáncer, se saben muchas cosas más), se les administra antibióticos (que hace que luego pasen a tu organismo, elevando la resistencia a los mismos y por tanto deteriorando tu sistema inmunológico). Si sos una mujer sabrás que cuando tomás la píldora, lo que te estás metiendo es una bomba de hormonas, y sabrás por tanto que con ella bajar de peso es un asunto complicado. Bueno, gracias a las vaquitas también tenés asegurada una buena ingesta de hormonas adicionales. Los pesticidas, sea porque directamente caen en la cosecha o porque el ganado consume alimentos que los contienen, terminan también en tu paladar. Cuando ciertos países que curiosamente están al Norte del Ecuador se dieron cuenta de las consecuencias nocivas del uso de ciertos pesticidas, los prohibieron, pero no así las ventas del remanente a países que curiosamente están al Sur del Ecuador. El famoso DDT quizá sea el más conocido en Uruguay, pero no el más nocivo, los hay peores, como el BHC, 19 veces más cancerígeno. Hay estudios que indican que casi la totalidad de los productos tóxicos que consumís provienen de la carne, los huevos, el pescado, y los lácteos. Dicho de otro modo: con cada plato de asado, de pollo, cerdo; te estás metiendo antibióticos, pesticidas, esteroides, y hormonas.
Hay un mito muy extendido al de que una dieta sin carne carece de las proteínas necesarias, y es que la comida vegetariana también carece de sabor, que es sosa, y aburrida. Bullshit! Hay una variedad increíble de platos y normalmente el vegetariano adoba y condimenta las comidas, experimenta diferentes combinaciones, y no hace uso únicamente de la sal. De hecho esta última es normalmente dejada de lado. Decís que el tofu no tiene sabor a nada, pues te digo que igual que la carne, si no la adobás, poco sabrá, ¿no? La ventaja del primero es que sus proteínas son más ventajosas y saludables, reduce los índices de colesterol, previene de contraer cáncer y ataques cardiovasculares, y mejora la utilización del calcio en el cuerpo. El tofu proviene de la soja, y tampoco está exento de crítica. Además los grandes conglomerados que curiosamente tienen su base al Norte del Ecuador, son los más grandes productores de soja transgénica en los países al Sur del Ecuador, con grandes consecuencias negativas para la economía, y por fomentar el monocultivo para el desgaste de la tierra, y por ser transgénicos, pues que no sabemos que putas consecuencias tendrán no sólo en nosotros, sino en el fruto de tu vientre, ese que va a venir a comer en el futuro.
Existen temas medioambientales también. El metano que producen los bichos que te comés contribuye considerablemente a eso en lo que quizá tampoco creas y que se conoce como calentamiento global. La industria de la alimentación, desesperada por crear la necesidad de volverte una persona fuerte y saludable a base de carne, necesita de muchos animales que no paran de tirarse pedos. Así que por lo menos si no creés en el dichoso calentamiento global pero no te gustan los pedos ajenos, pues, digamos que no comer carne contribuye a disminuir el arrebato productivo de incrementar el número de animales para el matadero que nos llenan las narices de olores desagradables y socialmente mal vistos. Además a los bichitos hay que alimentarlos, y eso significa una gran cantidad de tierra, alimentos, agua, y energía que bien podrían usarse para alimentar a más de ese setenta por ciento de la población mundial que pasa hambre. Bueno, a menos que también creas que el hambre es producto de culturas haraganas a las que no les interesa trabajar ni mover un dedo en pos de al menos alimentarse como D-ios manda.
Como te decía, no intento convencerte de nada. En todo caso, tengo más o menos un conjunto de ideas y de argumentos para decir por qué hago algo, no sé si vos podés decir lo mismo. No estoy exento de muchas cosas que pueden sucederte a vos que sí comés carne, de algún modo u otro todos vamos a terminar igual. A lo mejor me interesa el cómo del mientras tanto. A lo mejor a vos también. De lo que sí estoy convencido es de que en la medida de lo posible no quiero engordarle la billetera a los hijos de puta que se dedican a meterle productos a los alimentos que luego van a tener consecuencias nocivas para mi organismo. Muchos de esos productos (colorantes, conservantes, aditivos, potenciadotes de sabor, etc. etc. etc.) generan muchas de las enfermedades que te conducen a visitar al doctor. Nunca pensaste en lo curioso que es que cada vez más personas sufren de alergias. ¿De dónde te pensás que salen, del polen primaveral que se suelta a volar y se te mete en la nariz? Y cada vez que consultás al médico gastás dinero, mucho de ese dinero en nuevos medicamentos para el nuevo tipo de alergia que la ciencia tras largos y razonados estudios ha detectado, probablemente inoculando a gente en África que no sabe lo que están haciendo con ellos. Porque en estos casos, la ciencia es el eufemismo para referirse a los laboratorios, que por obvias razones necesitan que la gente se enferme. Como ves, hay un hilo conductor detrás de todo esto.
Puedo decirte que disfruto cada sabroso bocado que conduzco a mi boca, que hace años no me indigesto y que no visité al médico más que en un par de ocasiones por un resfrío, y que de algún modo mi cuerpo me lo agradece, hoy, después de tantos años recibiendo el comentario de que parezco mayor de lo que soy, sólo escucho que parezco más joven.
El dicho que reza vivir y dejar vivir siempre me ha interesado. Por eso hoy me fui de boca largo y tendido, porque no quiero convencerte de nada, lo que quiero es que simplemente me dejes de romper las pelotas con tu pregunta y me dejes vivir como yo te dejo vivir a vos. De lo trasuntado espero que entiendas que más allá de las razones, explicaciones, justificaciones, llegué a la conclusión de que sí, soy vegetariano. ¿Por qué? Por el asco que da tu sociedad, por la dieta malsana de hoy ¿cuánto gastaste?

27/9/09

Consecuencias del Insomnio

Ojos abiertos, sinapsis extranjera, abrir la ventana y dejar que entre el aire, esquivar el vaso de leche fría tan repetido en tantas imágenes de celuloide (una ayer), ¿qué fue exactamente lo que dijo M? Ah, sí, pero ¿Qué habrá querido decir? Ahora que me acuerdo no sé si tranqué la puerta. Habrá sido ese ruido que me despertó, o será un tic-tac interior que hizo sonar la alarma de mi desvelo. Todo es posible ya que sólo puedo dialogar con la oscuridad, luminosidad vade retro. Nada funciona, aunque los párpados simulan desmayarse, las pestañas desafían porfiadamente las leyes obsoletas de la gravedad. ¿Prender la computadora o no prender la computadora? That is the question. Si lo hago, a la mierda campeonato, ya se trata de pasar la noche en vela, de ser un muerto vivo del domingo. La cena estuvo muy bien, original con denominación de origen, conocer otra gente, otra cultura. Esta semana tengo que ver "Gigante", segundo round. Extraña sensación, mejor no pensar en ello. Mejor acordarme de comprar el pan y las entradas. No me duermo, no pienso, aunque hay actividad cerebral o algo más o menos así. Mejor pensar, mejor que el vaso de leche, buscar alguna página, dejar que el astigmatismo sea violentado por las letras e induzcan el sueño que me arrime a las costas del Leteo (todavía no estoy preparado para el Estigia, creo) y olvidar la realidad aunque sea acurrucado entre los brazos de Morfea (no va a ser de Morfeo). Qué se yo, pruebo:

La hermenéutica no significa tanto un procedimiento cuanto la actitud del ser humano que quiere entender a otro o que como oyente o lector quiere entender una manifestación verbal. Siempre es, pues: entender a un ser humano, entender este texto concreto. Un intérprete que realmente domina todos los métodos de la ciencia sólo los aplicará para hacer posible la experiencia del poema por medio de una mejor comprensión. No utilizará el texto a ciegas para aplicar ciertos métodos. (Gadamer)

Y el maestro del arte de la interpretación medio que me despierta. Música, tal vez, pero no, o tal vez sí. Un ruido desconocido en la calle. De noche todos los ruidos son desconocidos, cercanos y lejanos al mismo tiempo. Su eco hace pensar en ejércitos de pies deliberadamente interesados en anunciar su presencia. Vienen tal vez de la estación, ayer, anteayer, toda la semana y toda la semana que viene repleta de almas que se pierden en la Oktoberfest. Hombres en pantalones cortos de cuero, chicas y mujeres levantando balcones bajo escotes pronunciados. Agua tibia, eso sí quizá funcione. La cerveza podría funcionar, pero está cerrada y no voy a tomar un litro, quiero dormir y levantarme mañana, no tener que levantarme cinco veces para ir al baño entre medio. La televisión, otra alternativa, porque no sé si alguien sabrá lo divertido que puede ser la televisión alemana algunas veces. Si no ves insectos apareándose o documentales sobre la segunda guerra te podés enfrentar a un aburridísimo programa de variedades donde no hay dios que entienda un chiste, y sin embargo... se ríen. No, entonces no, la tele no. Otra página, una que no me inste a darle vueltas al tema de la interpretación, a veces los mejores amigos no son los más indicados para provocar el sueño, sobre todo si gustan del diálogo y su tema es precisamente ese, dialogar sobre el diálogo puede convertirse en una dialéctica infinita que luego no habrá valium que la contrarreste. Un poco de humor, manotear algo, lo primero que no se mueva en la biblioteca, no usar los lentes, no encender la lámpara. Mientras pienso en Agnes. No, no, pienso más precisamente en el saludo de Agnes. Cualquier que haya leído La Inmortalidad de Milan Kundera sabe de qué estoy hablando, y puede que tenga grabado en la retina mental esa figura que hace un movimiento tan especial al saludar cuando se despide. Tengo que enviar ese correo, no puedo seguir sin hacerlo. No es tan importante, y no sé por qué me viene a la cabeza ahora. A veces los comienzos deciden si leemos un libro o no. Si te llega a las manos un libro altamente recomendado, puede que lo ataques sin prisa y no importe el comienzo, con un poco de paciencia podemos esperar tranquilamente a que lo mejor llegue cuando el escritor lo decida. Pero qué grata sorpresa cuando desde la primera palabra impresa el postre nos acompaña desde el primer plato. Y sigo pensando en la cena, pero debe ser porque tengo metido en el mate esos gnocchi rellenos con tomate y mozzarella que me están esperando para el mediodía dominguero. Como saben la comida india consiste básicamente en arroz, verduras, salsas, y sí, leguminosas. Las consecuencias se notan, nadie que haya comido garbanzos, lentejas o familiares de ambas sabrán de que estoy hablando. Por eso el vegetariano de Pitágoras prohibía las habas en la dieta, según dicen ciertos doctos rumores. A los hechos me remito.

Chapter I

I wish either my father or my mother, or indeed both of them, as they were in duty both equally bound to it, had minded what they were about when they begot me; had they duly considered how much depended upon what they were then doing; - that not only the production of a rational Being was concerned in it, but that possibly the happy formation and temperature of his body, perhaps his genius and the very cast of his mind; - and, for aught they knew to the contrary, even the fortunes of this whole house might take their turn from the humours and dispositions which were then the uppermost; - Had they duly weighed and considered all this, and proceeded accordingly - I am verily persuaded I should have made a quite different figure in the world, from that in which the reader is likely to see me. (Lawrence Sterne)

Kundera y Sterne vienen juntos, sólo falta Diderot, la adaptación teatral del Jacques le fataliste et son maître de Kundera y la historia de la novela desde su perspectiva, los años de iniciación para sumergirse en una aventura literaria que puede que me haya dejado en las costas de Germania, aunque esté lejos de ellas y más bien cerca de sus montañas. Agnes y Bettina reunidas en un mismo texto, la segunda también elevando su saludo pero a la eternidad de la memoria humana, gracias a su franeleo con Goethe. Necesito ya el vaso de leche tibia, el vaso de agua, y el litro de cerveza. Está por salir el sol, y yo quiero ver las estrellas. Un golpe casual quizá, dejar correr el agua del grifo (¿o eso era para mear?), acariciar a Charlie the bunny, pero probablemente ella se duerma primero y yo termine con un calambre en el brazo. Escuchar a Leonard Cohen, pero que sacrilegio, usarlo para irme a dormir, cuando debería usarlo para despertar la sinapsis espiritual. Bajar las escaleras, subirlas. Pero a lo mejor algún vecino. Hoy se estrena la obra, o era ayer, estoy entre dos días y el tiempo se vuelve relativo. Hay que decir, no, hay que desear merde. El amarillo está prohibido en el proscenio. Die Bühne, una hermosa palabra. Cuando tengo que ir lejos por la noche, cosas de la vida, a veces regreso abatido y me choco con mi parada de ómnibus preferida, que viene a ser algo así como mi palabra alemana preferida "Himmelschlüssel" y todo cambia, y cada vez que escucho a la voz impersonalmente computarizada anunciando el arribo a dicha parada no puedo evitar mirar en rededor a la búsqueda no del tiempo perdido (ese que sí está perdido) sino de alguna señal. Invariablemente, sin importar el estado de ánimo, siempre cambia algo en mí cuando escucho que estoy frente a la llave del cielo. Y la estrella más cercana sigue tapando a las más lejanas. Bajar cortinas, y mientras finalmente sí, abro las páginas del trovador, mientras el dice

Like an unborn infant swiming to be born, like a woman counting breath in the spasms of labour, I yearn for you. Like a fish pulled to the minnow, the angler to the point of line and water, I am fixed in a strict demand, O king of absolute unity. What must I do to sweeten this expectancy, to rescue hope from the scorn of my enemy? The child is born into your world, the fish is fed and the fisherman too. Bathsheba lies with David, apes come down from the Tower of Babel, but in my heart an ape sees the beauty bathing. From every side of Hell is my greed affirmed. O shield of Abraham, affirm my hopefulness. (Leonard Cohen)

Y como en los sueños, indicador de que estoy acercándome a ellos, los temas se repiten cobrando diferentes formas. Si pensáramos en la música, diríamos variaciones sobre un mismo tema. Tristram Shandy comienza el relato de su vida desde antes de nacer, de hecho, desde el momento en que sus padres laboriosamente se dedican a su procreación, Cohen habla del unborn child, pero yo todo lo relaciono con dar vida al sueño, así que también pregunto qué debo hacer.
Ciendieciocho, ese extravagante número me recuerda que alguien me debe una foto. Esta semana un hombre baleó en la cabeza a un policía. Dos chicos mataron a golpes a un hombre en la parada del S-Bahn. Un tipo intentó violar a una chica en la parada del metro, está filmado. Dos chicas mamadas hasta las pelotas casi se agarran a trompada limpia en el metro, las dos muy bonitas y delicadas enfundadas en sus Dirndl típico, sólo faltaba el barro, ya que la tribuna masculina que las acompañaba estaba ávida de pelea femenina y apostando. Días atrás presencié una de las escenas más asquerosas de mi vida, ya la contaré en su momento, ahora quiero dormir. Los rayos de luz me hacen sentir como un vampiro que procura eludirlos para no quemarse con ellos. Ya probé la almohada varias veces y no funciona. ¿Cómo habrá ido todo en el estreno de la obra? Mi imaginación juega con los espejos, con tres más precisamente, y me veo en primera fila para ser el primero en abrazar al director cuando culmine la representación.
Probablemente leer esto sea una pérdida de tiempo. Escribirlo lo es, pero al final la computadora fue encendida y la maldición de los rayos catódicos que atentan contra cualquier intento de mantener los párpados cerrados por al menos siete horas ha triunfado. Son las consecuencias del insomnio, que están omnipresentes, omnia fert aetas, animum quoque... Hay que pensar que escribirlo haya sido tal vez un vano intento de burlar a la parca que cada noche nos prepara para el sueño eterno, donde probablemente no esté Lauren Bacall. El que lo ha sufrido he sido yo, al fin y al cabo. El mes próximo viene Jan Garbarek a Munich, sus fuertes y personales acordes nórdicos que un día me llevaron a viajar por los fiordos, hoy me acercan al sueño anhelado. Pero no, ya es muy tarde, es decir, muy temprano, el domingo me saluda, y yo voy a prepararme el desayuno. Voilà!