27/9/09

Consecuencias del Insomnio

Ojos abiertos, sinapsis extranjera, abrir la ventana y dejar que entre el aire, esquivar el vaso de leche fría tan repetido en tantas imágenes de celuloide (una ayer), ¿qué fue exactamente lo que dijo M? Ah, sí, pero ¿Qué habrá querido decir? Ahora que me acuerdo no sé si tranqué la puerta. Habrá sido ese ruido que me despertó, o será un tic-tac interior que hizo sonar la alarma de mi desvelo. Todo es posible ya que sólo puedo dialogar con la oscuridad, luminosidad vade retro. Nada funciona, aunque los párpados simulan desmayarse, las pestañas desafían porfiadamente las leyes obsoletas de la gravedad. ¿Prender la computadora o no prender la computadora? That is the question. Si lo hago, a la mierda campeonato, ya se trata de pasar la noche en vela, de ser un muerto vivo del domingo. La cena estuvo muy bien, original con denominación de origen, conocer otra gente, otra cultura. Esta semana tengo que ver "Gigante", segundo round. Extraña sensación, mejor no pensar en ello. Mejor acordarme de comprar el pan y las entradas. No me duermo, no pienso, aunque hay actividad cerebral o algo más o menos así. Mejor pensar, mejor que el vaso de leche, buscar alguna página, dejar que el astigmatismo sea violentado por las letras e induzcan el sueño que me arrime a las costas del Leteo (todavía no estoy preparado para el Estigia, creo) y olvidar la realidad aunque sea acurrucado entre los brazos de Morfea (no va a ser de Morfeo). Qué se yo, pruebo:

La hermenéutica no significa tanto un procedimiento cuanto la actitud del ser humano que quiere entender a otro o que como oyente o lector quiere entender una manifestación verbal. Siempre es, pues: entender a un ser humano, entender este texto concreto. Un intérprete que realmente domina todos los métodos de la ciencia sólo los aplicará para hacer posible la experiencia del poema por medio de una mejor comprensión. No utilizará el texto a ciegas para aplicar ciertos métodos. (Gadamer)

Y el maestro del arte de la interpretación medio que me despierta. Música, tal vez, pero no, o tal vez sí. Un ruido desconocido en la calle. De noche todos los ruidos son desconocidos, cercanos y lejanos al mismo tiempo. Su eco hace pensar en ejércitos de pies deliberadamente interesados en anunciar su presencia. Vienen tal vez de la estación, ayer, anteayer, toda la semana y toda la semana que viene repleta de almas que se pierden en la Oktoberfest. Hombres en pantalones cortos de cuero, chicas y mujeres levantando balcones bajo escotes pronunciados. Agua tibia, eso sí quizá funcione. La cerveza podría funcionar, pero está cerrada y no voy a tomar un litro, quiero dormir y levantarme mañana, no tener que levantarme cinco veces para ir al baño entre medio. La televisión, otra alternativa, porque no sé si alguien sabrá lo divertido que puede ser la televisión alemana algunas veces. Si no ves insectos apareándose o documentales sobre la segunda guerra te podés enfrentar a un aburridísimo programa de variedades donde no hay dios que entienda un chiste, y sin embargo... se ríen. No, entonces no, la tele no. Otra página, una que no me inste a darle vueltas al tema de la interpretación, a veces los mejores amigos no son los más indicados para provocar el sueño, sobre todo si gustan del diálogo y su tema es precisamente ese, dialogar sobre el diálogo puede convertirse en una dialéctica infinita que luego no habrá valium que la contrarreste. Un poco de humor, manotear algo, lo primero que no se mueva en la biblioteca, no usar los lentes, no encender la lámpara. Mientras pienso en Agnes. No, no, pienso más precisamente en el saludo de Agnes. Cualquier que haya leído La Inmortalidad de Milan Kundera sabe de qué estoy hablando, y puede que tenga grabado en la retina mental esa figura que hace un movimiento tan especial al saludar cuando se despide. Tengo que enviar ese correo, no puedo seguir sin hacerlo. No es tan importante, y no sé por qué me viene a la cabeza ahora. A veces los comienzos deciden si leemos un libro o no. Si te llega a las manos un libro altamente recomendado, puede que lo ataques sin prisa y no importe el comienzo, con un poco de paciencia podemos esperar tranquilamente a que lo mejor llegue cuando el escritor lo decida. Pero qué grata sorpresa cuando desde la primera palabra impresa el postre nos acompaña desde el primer plato. Y sigo pensando en la cena, pero debe ser porque tengo metido en el mate esos gnocchi rellenos con tomate y mozzarella que me están esperando para el mediodía dominguero. Como saben la comida india consiste básicamente en arroz, verduras, salsas, y sí, leguminosas. Las consecuencias se notan, nadie que haya comido garbanzos, lentejas o familiares de ambas sabrán de que estoy hablando. Por eso el vegetariano de Pitágoras prohibía las habas en la dieta, según dicen ciertos doctos rumores. A los hechos me remito.

Chapter I

I wish either my father or my mother, or indeed both of them, as they were in duty both equally bound to it, had minded what they were about when they begot me; had they duly considered how much depended upon what they were then doing; - that not only the production of a rational Being was concerned in it, but that possibly the happy formation and temperature of his body, perhaps his genius and the very cast of his mind; - and, for aught they knew to the contrary, even the fortunes of this whole house might take their turn from the humours and dispositions which were then the uppermost; - Had they duly weighed and considered all this, and proceeded accordingly - I am verily persuaded I should have made a quite different figure in the world, from that in which the reader is likely to see me. (Lawrence Sterne)

Kundera y Sterne vienen juntos, sólo falta Diderot, la adaptación teatral del Jacques le fataliste et son maître de Kundera y la historia de la novela desde su perspectiva, los años de iniciación para sumergirse en una aventura literaria que puede que me haya dejado en las costas de Germania, aunque esté lejos de ellas y más bien cerca de sus montañas. Agnes y Bettina reunidas en un mismo texto, la segunda también elevando su saludo pero a la eternidad de la memoria humana, gracias a su franeleo con Goethe. Necesito ya el vaso de leche tibia, el vaso de agua, y el litro de cerveza. Está por salir el sol, y yo quiero ver las estrellas. Un golpe casual quizá, dejar correr el agua del grifo (¿o eso era para mear?), acariciar a Charlie the bunny, pero probablemente ella se duerma primero y yo termine con un calambre en el brazo. Escuchar a Leonard Cohen, pero que sacrilegio, usarlo para irme a dormir, cuando debería usarlo para despertar la sinapsis espiritual. Bajar las escaleras, subirlas. Pero a lo mejor algún vecino. Hoy se estrena la obra, o era ayer, estoy entre dos días y el tiempo se vuelve relativo. Hay que decir, no, hay que desear merde. El amarillo está prohibido en el proscenio. Die Bühne, una hermosa palabra. Cuando tengo que ir lejos por la noche, cosas de la vida, a veces regreso abatido y me choco con mi parada de ómnibus preferida, que viene a ser algo así como mi palabra alemana preferida "Himmelschlüssel" y todo cambia, y cada vez que escucho a la voz impersonalmente computarizada anunciando el arribo a dicha parada no puedo evitar mirar en rededor a la búsqueda no del tiempo perdido (ese que sí está perdido) sino de alguna señal. Invariablemente, sin importar el estado de ánimo, siempre cambia algo en mí cuando escucho que estoy frente a la llave del cielo. Y la estrella más cercana sigue tapando a las más lejanas. Bajar cortinas, y mientras finalmente sí, abro las páginas del trovador, mientras el dice

Like an unborn infant swiming to be born, like a woman counting breath in the spasms of labour, I yearn for you. Like a fish pulled to the minnow, the angler to the point of line and water, I am fixed in a strict demand, O king of absolute unity. What must I do to sweeten this expectancy, to rescue hope from the scorn of my enemy? The child is born into your world, the fish is fed and the fisherman too. Bathsheba lies with David, apes come down from the Tower of Babel, but in my heart an ape sees the beauty bathing. From every side of Hell is my greed affirmed. O shield of Abraham, affirm my hopefulness. (Leonard Cohen)

Y como en los sueños, indicador de que estoy acercándome a ellos, los temas se repiten cobrando diferentes formas. Si pensáramos en la música, diríamos variaciones sobre un mismo tema. Tristram Shandy comienza el relato de su vida desde antes de nacer, de hecho, desde el momento en que sus padres laboriosamente se dedican a su procreación, Cohen habla del unborn child, pero yo todo lo relaciono con dar vida al sueño, así que también pregunto qué debo hacer.
Ciendieciocho, ese extravagante número me recuerda que alguien me debe una foto. Esta semana un hombre baleó en la cabeza a un policía. Dos chicos mataron a golpes a un hombre en la parada del S-Bahn. Un tipo intentó violar a una chica en la parada del metro, está filmado. Dos chicas mamadas hasta las pelotas casi se agarran a trompada limpia en el metro, las dos muy bonitas y delicadas enfundadas en sus Dirndl típico, sólo faltaba el barro, ya que la tribuna masculina que las acompañaba estaba ávida de pelea femenina y apostando. Días atrás presencié una de las escenas más asquerosas de mi vida, ya la contaré en su momento, ahora quiero dormir. Los rayos de luz me hacen sentir como un vampiro que procura eludirlos para no quemarse con ellos. Ya probé la almohada varias veces y no funciona. ¿Cómo habrá ido todo en el estreno de la obra? Mi imaginación juega con los espejos, con tres más precisamente, y me veo en primera fila para ser el primero en abrazar al director cuando culmine la representación.
Probablemente leer esto sea una pérdida de tiempo. Escribirlo lo es, pero al final la computadora fue encendida y la maldición de los rayos catódicos que atentan contra cualquier intento de mantener los párpados cerrados por al menos siete horas ha triunfado. Son las consecuencias del insomnio, que están omnipresentes, omnia fert aetas, animum quoque... Hay que pensar que escribirlo haya sido tal vez un vano intento de burlar a la parca que cada noche nos prepara para el sueño eterno, donde probablemente no esté Lauren Bacall. El que lo ha sufrido he sido yo, al fin y al cabo. El mes próximo viene Jan Garbarek a Munich, sus fuertes y personales acordes nórdicos que un día me llevaron a viajar por los fiordos, hoy me acercan al sueño anhelado. Pero no, ya es muy tarde, es decir, muy temprano, el domingo me saluda, y yo voy a prepararme el desayuno. Voilà!

20/9/09

El uno y su despropiedad


¿Sabes que acaso te está hablando un muerto?
Eduardo Darnauchans


Tengo, qué se yo, treinta y pico, por caso. Tengo cosas. Algunas cosas que son cosas y otras que no lo son. Recuerdos, anhelos, sensaciones, sentimientos. Algunas son como anfibios y pasan momentáneamente de un estado a otro. Una angustia repentina, pequeña o grande no lo sé, se transfigura como por arte alquímico en una lágrima. Una alegría o una palabra graciosa en una sonrisa. La mesa que se cruza en mi camino y me golpea la tibia, en dolor y automática puteada a la mesa, a la copia mimética de la mesa y hasta a la propia mesa eidética. Todo eso pasa, no siempre lo veo o lo siento, pero pasa. Y todo lo que poseo me muestra una sola cosa. Esa maldición. La repetición de los objetos, de las acciones, de las sensaciones. De todo eso que gusto llamar lo que me define, que con vano orgullo doy en llamar in-dividuo. Nada me es ajeno, mas nada me pertenece. Pero, ¿qué queda detrás? ¿Otro Ulrich sin atributos acaso? Aunque ya nadie se acuerde de él. Quizá sea ese también mi destino. Y cuando escribo destino, escribo sobre la repetición del destino. Repito y me repito. Casi como autocitarse. Pero, ¿qué queda? ¿Qué queda cuando desmenuzamos esas características que tapan al personaje, cuando separamos la paja del trigo, y los dramatis personae desaparecen del proscenio para en su camerino de madera recibir las flores que los despiden de este teatro del mundo?
No existe tal vez nada más triste que estar ahogado en un momento de soledad, soledad exceptuada no más que por lágrimas que se empeñan indiscriminadamente en mojar todo a su alrededor, mientras buscamos tal Annas Kareninas el tren bajo el cual arrojarnos, pero que indefectiblemente nunca pasará por nuestra habitación que está en nuestra casa que está en el centro de una ciudad sin estación. Y en el medio de ese buceo forzado, no intuir, sino saber, saber a ciencia cierta, que en ese momento, en ese preciso momento (no importa cuál sea el punto de la historia, todo no es otra cosa que un parpadeo del que Es) hay alguien, un otro, que llora desesperadamente, en otra habitación que está en otra casa en el centro de otra ciudad sin estación, esperando otro tren que le clave su faro ciclópeo para que ese salvaje haz de luz lo transporte en un instante a la más profunda oscuridad. Y que todo eso; la persona que no importa quién o cómo sea, la situación, su pasado presente y futuro, todo y sin excepción; que todo repito, sucede exactamente por las mismas razones. Y así, sin que el uno sea el otro ni el otro el uno, nada pertenezca a ninguno, ni el más mínimo resquicio de eso que vanamente llamamos yo. Yo a secas.
A secas pero un río. Un leteo río que no es el mismo una vez que bebes de sus aguas, pero que sin embargo inútilmente me encapricho en llamar tal, a fuer de no morir como Funes, sepultado por cada río, por cada gota de agua de cada río, por cada árbol, por cada hoja de cada árbol, por cada estrella.
Escribo y al escribir, al transformar esa argamasa que viene de quién sabe dónde, significa que también dejo de pertenecerme y que cada letra se transforma en mí, que yo no sea más que un poco de tinta distribuida de cierta manera. Y los ojos ajenos se posan sobre mis letras desnudas que no saben cómo cubrir su intimidad, cada letra como un nuevo momento de zozobra, de aclarar para oscurecer. Pero esas extrañas criaturas sí salieron de mí, están afuera ahora y se relacionan dando lugar a formas jeroglíficas para las que no tengo piedra roseta, y se escinden sin despedirse. Son yo, no cabe duda, pero para que eso suceda, al mismo tiempo y de algún misterioso modo, el precio que debo pagar es dejar de ser yo.
Y sin embargo lo escucho venir, aún no veo su luz ni escucho su pitido. Es el inconfundible chirriar del metal contra el metal. Hay un otro que también lo escucha, lo reconoce, levanta su rostro y lo deja inundar por el rayo de luz. Es mi tren. Viene a buscarme. Se aproxima, y con él, con ese imposible armatoste…

12/9/09

Una sensación.

Extraña sensación. La soledad. Que no me abandona, que no me deja solo. Cuando hago retumbar mis pasos las mañanas del domingo muniqués a través de sus calles desiertas, tal como lo hiciera en las una vez llamadas montevideanas y otras veces con otros nombres. Esas calles que no son mías. Cuando me atrevo a transitar una tarde cualquiera por la Kaufingerstr. poblada de almas ávidas de consumo, que entorpecen el camino, que se envanecen de trivial frivolidad, la mar de veces refugiados tras sus lentes de sol turísticos. Siento que con cada paso deshago el camino. Que emprendo el retorno a casa. El verdadero regreso a donde todo comenzó. Extraña sensación. No calculé la ida, no sé cuánto tiempo ni por cuáles meandros deberé mover mis pies hasta llegar al final, a través de esta Cnosos gigante y universal huérfana de Ariadnas y visitada por infinitos minotauros. Quisiera levantar la vista y ver hasta dónde llegan los muros. Pero los muros no existen. Quizá, como soñaba Blake, sean un engaño de las puertas de la percepción. Extraña sensación. Me muevo y siento la inmovilidad. Como si Heráclito y Parménides discutieran acaloradamente dentro mío, hasta el infinito, que móvil o no, siempre es infinito. Como si el tiempo no pasara, excepto para la epidermis, sobre la que sí deja sentir su huella, como un tatuaje indeleble, como un condenado a muerte lleno de consignas con mensajes cifrados sobre su pasado. Extraña sensación. Esa de mirar hacia delante y pensar hacia atrás, en busca de la identidad perdida. Soñando en subjuntivos, los mundos posibles, los otros yo que sólo puedo crear a partir de mí mismo. Quizá sea yo en realidad una creación especular de otro yo más real. Extraña sensación. Sentirse esclavo de macabros juegos borgeanos. Y transitar viendo una sola cara de la moneda, una sola cara de la luna, un único mundo de los posibles.
Y entonces corro. No como si se tratara de mi vida. No. Como si se tratara de mi muerte. Aunque sea maquinal y lo llame deporte. Y cuando los rayos del sol se filtran entre las verdes hojas del bosque que bordea el recorrido. Y cuando el suave por momentos vertiginoso por momentos ondular del agua del arroyo vecino. Y cuando el castillo al final con su estanque habitado por aristócratas patos que me saludan y ceden el paso. Busco ahogarme. Dejar que mis pulmones queden sin aire. Que se lleven la soledad. Que me abandone de una vez. Cada nuevo paso acompaña una exhalación que quizá se convierte en la última. Cada exhalación una puñalada. Como si yo fuera mi propio psicópata, cada movimiento del aire produce una herida en mis cada vez más vacíos pulmones. Hasta que pierdo la partida. Dejo que el hermoso paisaje se enlentezca a mi alrededor. Los ancestrales troncos ya no son figuras fuera de foco. El aire vuelve a inundarme mientras las pulsaciones bajan. Regresa ella, la que nunca deja de acompañarme. Cuando baja el sol, vuelvo a intentar ahogarme nuevamente. Ahora es el turno de mis entrañas. Esta vez no se trata de vaciarlas, sino de lo contrario. Izo sus velas y las dejo navegar en un purpúreo mar de sulfitos. Levanto una copa. Y otra. Y en cierto momento, en la plena quietud, también las imágenes del cuarto a medias iluminado se tornan borrosas, como los árboles que me observaban correr por el bosque. Extraña sensación. Ya no sé si en definitiva estoy en un lugar o en otro. No sé si es la botella que; excepto por su etiqueta; ha quedado solitaria, o es el brazo que reniega de regar la copa. Siento, en todo caso, como una nueva derrota se yergue ante mí. Es igual. Ya no importa. ¿Buscaba iluso yo acaso un significado? Llega la aciaga hora de adentrarme en el blanco territorio de las sábanas. Sé que no me esperan solas.

6/9/09

Otro

Sábado por la noche. Se terminaron los rastros de Syrah que hacían que Uruguay permaneciera un poco más a través de mis entrañas, que es algo así como decir que es una forma de mantener interminables conversaciones llenas de vericuetos y circunloquios, de apelaciones a la trascendencia, de pausas sonoras mientras la procesión en busca de la palabra perdida va por dentro. Un tinto es sólo la excusa por supuesto, da igual si es un capuccino o un té con masitas. No un vaso de agua, en todo caso. Lo importante es el diá-logo. Estilo peripatético si es preciso, que ya el estagirita sabía que se piensa mejor andando, y que los pensadores alemanes pusieron en práctica perdiéndose en los infinitos bosques.

Una medida de grapamiel. Pero no, no es una nota impregnada de nostalgia. En todo caso no es de esa nostalgia, puede que de la otra. Esa que nos remite al hermoso momento que como Fausto no pudimos detener siquiera un instante. Es una descripción. Incompleta, como todas. Sea uno o diverso, el uni o el multiverso es inabarcable. ¿Cuál es ese momento? No lo sé, lo siento, lo intuyo, perdido en algún recoveco interno. Tampoco puedo afirmar que sea uno, puede que también sean, en plural.

Tomo el tomo III de las Obras Completas de Borges. No es mi ejemplar, hay algo artificial en ello, pero que igualmente me devuelve a otro lugar, ese que doy en llamar el lugar de donde vengo. Estoy en mi sillón, me imagino a mí mismo o soy yo que me veo como si yo no fuera yo, a través del ojo de la imaginación, con Hebe a mis pies, que se recuesta sobre ellos y me los calienta. Hebe es una beagle que extraño como se extraña a una persona, y que cuya afición era escuchar con sus largas orejas el lento paso de mis hojas manchadas con signos de tinta. Detrás está la lámpara de pie compartiendo su luz con mis páginas reales o imaginadas, cerca la estufa incandescente que en otro momento y con la complicidad de la miel supiera inventar el genio maligno de Descartes. Lo demás... no es ruido, aunque no es precisamente silencio. Paso las páginas, que del otro lado del espejo pertenecen, ahora sí, a mi tomo III, llego a la página cien, y me doy cuenta de que lo que hoy quería era solamente compartir lo que otro escribió.

De que nada se sabe

La luna ignora que es tranquila y clara
y ni siquiera sabe que es la luna;
la arena, que es la arena. No habrá una
cosa que sepa que su forma es rara.
Las piezas de marfil son tan ajenas
al abstracto ajedrez como la mano
que las rige. Quizá el destino humano
de breves dichas y de largas penas
es instrumento de Otro. Lo ignoramos;
darle nombre de Dios no nos ayuda.
Vanos también son el temor, la duda
y la trunca plegaria que iniciamos.
¿Qué arco habrá arrojado esta saeta
que soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta?

Jorge Luis Borges