30/8/09

Postales muniquesas (I)

La Hauptbahnhof (Estación Central) se erige inmediatamente al oeste de la ciudad vieja de Munich. Habiendo transitado desde su ubicación actual el primer tren en el año 1840, el edificio no permanece el mismo, tras un incendio inicial que la destruyó, recibiendo su nombre actual en el año 1904. Tal como muchos otros edificios históricos, ha sido reformado luego de la Segunda Guerra Mundial. Si bien es cierto que se procuró respetar elementos ya existentes, la fachada que hoy luce tras su reconstrucción es, puedo decirlo sin miedo, definitivamente horrenda. No por ello deja de ser una de las estaciones con más tránsito de toda Alemania, y creo que la más grande considerando el conjunto de conexiones que permite, pues su parte subterránea conecta con el U-Bahn (metro), el S-Bahn (tren rápido urbano), y a nivel de calle es bordeada por casi todas las líneas de Tram (tranvía). Se calcula que por su interior; repleto de puestos de comida, de Bäckereien (panaderías), de casas de café internacionales, de quioscos, de tiendas de souvenirs; transitan unas 350.000 personas diarias. Hay horas en que observar el movimiento, esa vorágine de ir y venir hormigueante, los trenes en su mayoría blancos y rojos o rojos y blancos llegando y partiendo, despiertan mi entusiasmo, ser parte de ese mar, trepar las escaleras de uno de esos trenes sin elegir el destino, y cerrar los ojos, mantenerlos así, para que en algún momento dado, cuando sienta que el tren se detiene, abrirlos y bajar en esa estación, sin importar cuál sea.
La vida fuera de la estación es también muy agitada. No deja de ser el centro de la ciudad al mismo tiempo. Frente a la entrada, o bien enfrente de ella, suele congregarse un grupo de personas que se distinguen del resto, por su apariencia punks, probablemente okupas en su tiempo libre, que a veces se mezclan con hombres y mujeres de la calle, con su equipaje ambulante rodeándolos, su aspecto descuidado y sucio, su botellas de cerveza a todo momento. Desde allí nace otra calle cuyo rumbo es la ciudad vieja, también poblada de cafés. No importa donde uno vaya, parecería que nunca puede faltar un sitio donde tranquilizar el hambre, o la mera sensación de ella. Hacia el Sur de la estación comienza lo que se conoce comunmente como el Barrio Turco, pues allí viven muchas personas de esa nacionalidad, y los comercios que les pertenecen su multiplican, tiendas de todo tipo - comida rápida, electrodomésticos, ropa, cafeterías, restaurantes, hoteles, reparaciones de todo tipo, chucherías, pensiones, mercados de frutas y verduras, internet cafés - que vuelven a la zona muy colorida, aromática, y entretenida, mucho más ruidosa que otras por las que debo transitar. El barrio convive también con los clubes nocturnos, las vidrieras con fotos gigantes de mujeres insinuantes se repiten (esto es un eufemismo para referirme a minas impresionantes que en semicueros invitan a atravesar las puertas de esos mercados de placer carnal), algunas con videos donde se puede apreciar la mercadería en movimiento, o desde cuyas puertas se puede escuchar la música tonta y pegadiza que parece pertenecer ontológicamente al contoneo de los cuerpos en exposición. También se reproducen los lugares de juego, con sus máquinas tragamonedas y sus ruletas electrónicas. No deja de llamarme poderosamente la atención que justamente las calles que concentran a las putas, el juego, y a los extranjeros lleven por nombre Goethe y Schiller. No digo que resulte contradictorio, pero si peculiar, que la ciudad cobije a todos bajo un mismo cielo, considerando que ambos pensadores no son otra cosa que los puntos más alto de la cultura alemana. Diría que constituye un extraño tributo, en todo caso. Más particular cuando un poco al norte, el barrio bohemio y hoy muy chic de Schwabing es recorrido por la Türkenstrasse (Calle de los turcos). Allí difícilmente podría uno encontrar turcos, en todo caso algún puesto de comida. Otrora centro cultural de la ciudad, es la zona donde Thomas Mann, Wassily Kandinsky, Paul Klee o Lenin degustaban su café en el Altschwabing (Schellingstrasse 56), donde se puede encontrar el Alter Simpl (Türkenstrasse 57), a su tiempo centro efervescente que tuviera como asiduos a los fundadores de la emblemática revista crítica Simplicissimus, por ejemplo a Franz Wedekind, y también al personaje quizá más querido de la ciudad, Karl Valentin, humorista crítico que tiene su pequeña estatua homenaje en el Vitkualienmarkt (Mercado de vituallas o alimentos) en la cual nunca faltan flores y un museo en su memoria sobre una de las viejas puertas de entrada a la ciudad vieja -la que da al río Isar y por ello Isartor-, que ostenta un aviso que informa que las personas mayores de 99 años acompañadas de sus padres pueden ingresar al museo gratis, dando cuenta así del tipo de humor que practicaba.
Volviendo a la Türkenstrasse, allí pueden apreciarse las tiendas de antigüedades, las librerías de segunda mano, los bares y restaurantes de comida internacional, los Porsche, Mercedes, BMW, Audi de lujo estacionados uno a continuación del otro y a ambos lados de la calle semejando adornos que acompañan a las fachadas clásicas, algunas con retazos del Jugendstil (el modernismo alemán), las peluquerías, las confiterías, las tiendas de jóvenes diseñadores, y los miles de estudiantes de la Ludwig-Maximilians-Universität que lo invaden absolutamente todo.
Dos centros en todo caso, dos universos paralelos que coexisten a escasos metros de distancia, y que representan una imagen que pretendo mostrar como una postal, esto es, como se captura un momento al presionar el disparador de la cámara...

25/8/09

Una tarde en el infierno


Las reminiscencias a Une Saison en Enfer se desvanecen a medida que uno se acerca y pone sus pies sobre el territorio de lo que fuera el campo de concentración de Dachau. Lo que el poeta desde sus más intrínsecos delirios transformó en palabra deja de tener sentido al lado del infierno transformado en fábrica de matar personas.
El viaje es sencillo, uno toma el tren rápido (S-Bahn) y desde el centro de Munich no lleva más de treinta minutos. Luego la conexión es con el ómnibus. El pueblo que se muestra a los lados no desentona con otros de la región, puede que no con las atracciones de otros, pero bávaro al fin y al cabo.
El día jugó de cómplice, se vistió de gris y nos arrojó un par de lágrimas en señal de sintonía. El ómnibus comienza su recorrido. Un verde muy bonito dibuja el paisaje, cubriéndolo casi todo, incluso las huellas del pasado. A un lado del recorrido hay un “Camino del Recuerdo”. Dije que hoy es fácil acceder al KZ, por apelar a las dos letras que lo simbolizan en alemán. Durante años los prisioneros tuvieron que hacer el camino a pie, y recorrer famélicos y bajo los torturantes azotes de los vigilantes la calle Friedenstraße, lo que viene a ser la calle de la paz. A través de ella y durante unos tres kilómetros, eran conducidos a la muerte, conformando así un deleznable oxímoron.
Los signos que se muestran aquí y acullá hacen alusión a la época concentracionaria. Indicaciones, nombre de calles, plazas, monumentos, esculturas. Los nervios se manifiestan. No somos los únicos que vamos hacia allí, hay otras personas, hay otros idiomas en el ómnibus. Llegamos, es la primera vez que voy a enfrentarme a algo para lo que sé que no hay explicación, algo que Rimbaud no pudo haber imaginado. Tampoco Dostoievski o Munch, otros torturados. Voy a entrar a una fábrica diseñada para producir muerte. No tengo miedo a la parte visual, sí a la atmósfera que el terreno maldito transmita. La recepción ocupa un lugar anterior y exterior al campo. Algo llama mi atención. Además de la oficina de información donde adquirimos guías de audio, además de los baños, además de la librería, hay una cafetería. Yo tengo el estómago vacío, desde la mañana me siento algo culpable por cada vez que siento hambre, por poder atender a mis necesidades básicas sin tener siquiera que pensarlo. Y allí, a las puertas del KZ, el menú del día indica que hoy hay carne a la barbacoa. Sólo siento náusea al imaginar que alguien pueda comer allí, antes o después de la visita.
Emprendemos el camino, hay indicaciones, paradas para escuchar el audio. Nadie diría que es lo que se viene, detrás de una zona boscosa tan bonita como fresca. Lo primero que aparece es el edificio de entrada con su torreta de vigilancia, y debajo, el portón con su infausta insignia: Arbeit macht frei (el trabajo hace libre). Me llevó varios minutos atravesarlo. Al final lo hice.
Dentro se erige una gran superficie cubierta con algunos edificios, prácticamente todo ha desaparecido, dos barracas han sido reconstruidas y uno de los edificios sirve de museo. Hay algunos monumentos, destaca uno en memoria de quienes intentaron atravesar las alambradas para escapar y que produce un efecto escalofriante. Escucho a algunos guías aleccionando a los visitantes. Uno se muestra mas crítico en sus consideraciones (es extranjero), mientras que –casualmente o no– la guía alemana hace aclaraciones tendientes a la moderación. No sé a punto de qué, las pruebas están bastante a la vista.
Camino con mi aparato ortopédico que funciona de guía de audio pegado a la oreja, presiono los números, códigos, que me van dando la información a cada momento. Tomo fotos. Una tras otra. Quizá haga un puzzle. Evito a la gente, me distancio de Paula, Paula se distancia de mí. Hay una parte que me molesta. Me doy cuenta de que Dachau es un museo. La gente visita el KZ, un día después de visitar Neuschwanstein, esa bonita locura arquitectónica que ideó Ludwig II, y un día antes de ir a degustar una salchicha blanca en la Hofbräuhaus. Es parte de un ritual, una página más en una guía de viajes. Escucho risas. Recuerdo las palabras de Semprún: los pájaros habían dejado de trinar en Buchenwald, el humo de la muerte los había ahuyentado. Ahora los pájaros habían vuelto a cantar, y traían consigo risas internacionales. Padres con sus hijos, a quienes no señalan nada, los niños se comportan igual que en todos lados, se trepan a los monumentos, a los muros, a los muebles, gritan. Ellos, los más pequeños, no entienden nada, mejor. Pero me pregunto ¿para qué los llevan, si no les señalan nada? Quizá sean tan sólo una de tantas cargas, y da igual si toca ir al supermercado, al cine, o a Dachau. Veo unas mujeres musulmanas, sus prendas así las identifican. Siento la curiosidad de preguntarles si niegan el exterminio. Y si lo hicieran, ¿por qué están allí?
Entro en una barraca, la única donde es posible hacerlo. Camastros de madera en filas y columnas, rememoran los tiempos en que el KZ era todavía y con todo más o menos habitable. Se sitúan en lo que era la primera fila, las barracas destinadas a alemanes, a presos políticos normalmente. La administración clasificaba también las barracas, por supuesto, cuanto más alejada, más bajo. Los judíos, está claro, no ocupaban las primeras. A lo lejos diviso torres de vigilancia, el alambrado –en su momento electrificado–, el cielo gris, lluvioso de a ratos. La vida externa, hacia uno de los lados se ven pasar al otro lado del portón algunos vehículos. El museo ofrece demasiada información. Escapo a ella, la información puede leerse en cualquier lado, basta con tener interés.
Llega un momento en que siento cierta decepción. ¿Qué quería ver? ¿Qué quería encontrar allí? Y más aún: ¿pero esto es todo, un conjunto de edificios y punto? Continúo el recorrido, estoy seguro que voy a encontrarlo. Atravieso el camino donde otrora se erigían a los lados todas las barracas, ahora sólo señaladas sobre la superficie. Más indicaciones, de a poco voy dejando de escuchar el audio también, quizá porque muchas cosas son aclaraciones puntuales que ya había leído o visto en documentales. Cómo eran tratados los presos, el uso del lenguaje del campo, las vejaciones, los experimentos a los que eran sometidos, las manías de los celadores, las condiciones climáticas que jugaban en contra, algún testimonio, las fotos que acompañan cada punto de parada.
Hacia el final del camino algunos edificios religiosos, una iglesia, una sinagoga. Es hora de dirigirse al crematorio. Y con Semprún, estando yo despierto, siento retumbar desde algún lugar: Krematorium ausmachen! Otra iglesia, ahora una ortodoxa rusa, con su cebolla a lo alto. Me pregunto si tomo el camino correcto, porque lo que tengo delante es un hermoso jardín, árboles frondosos se levantan por todos lados, arbustos densos, flores. Sí, una piedra de más o menos mi altura hace referencia al crematorio, es indudable que es el camino, aunque cueste reconocerlo. Pero lo que hay al final, como si se tratase de un cuento de hadas, es la figura de una finca, una casa bien puesta, con su chimenea. Hay dos edificios. Uno es muy bonito, de madera, parece el establo para caballos. Es el crematorio antiguo. El otro edificio, la finca con su fachada de ladrillos, permite el acceso, el salón de desinfección –algo lógico cuando se quiere incinerar a alguien, es asegurarse que no tenga piojos, que el fuego no se contagie de tifus, hasta ese punto llegaron–, la sala de espera, los hornos. Doy la vuelta, por dentro, por fuera. Hay un recordatorio con una Menorah. Sigo sin salir de mi asombro ante la hermosura del jardín que es imposible no contemplar. Me pregunto si sería así durante la hora oscura. Emprendo la retirada. Me había engañado, estoy mucho más consternado de lo que había aventurado. No hay recreación, ni representación. Ninguna lectura previa, ninguna película, ningún documental, ninguna charla, me habían preparado para ver eso. Es mucho más elemental, sin efectos. Un centro fabril cuyo objetivo es destruir personas. La visita no es muy distinta como la de cualquier fábrica. La organización de ese conjunto gris de edificios me deja pasmado. Siento que quiero salir, ya son horas dando vueltas, y me doy cuenta que no voy a poder entender nada. Lo más cercano, siguen siendo los relatos de aquellos que se dieron cuenta que para transmitir la verdad de lo sucedido, tenían que fabular un tanto, como único medio para narrar lo inenarrable, lo inverosímil. Narrar el horror se convierte en una tarea similar a dar con el nombre del Innombrable. Quizá por constituir su contracara. El camino de regreso, hasta la estación del tren, lo realizamos a pie. Las reflexiones se suceden. Al final un escalofrío. La idea de que no es el hecho aislado lo que se vuelve el producto de una obsesión. Es lo que vino después. ¿Cuál es el mundo que pisamos? Auschwitz, Buchenwald, Dachau, Mauthausen y los demás campos, resultan inexplicables de por sí, pero para mi constituyen un misterio mayor aún a partir de la historia posterior a ellos. Vietnam, Camboya, las dictaduras latinoamericanas, Ruanda, Somalia, los balcanes, Guantánamo, los centros para inmigrantes ilegales en Europa, el gobierno de los consorcios que deciden quién come y quién no en cada uno de los puntos del planeta… Sin alambradas, sin muros, sin barracas materiales, me formulo la siguiente pregunta: ¿Cuántas personas sufren hoy sus vidas como si se tratase de un campo de concentración? ¿En que nos convierte eso a cada uno de los integrantes de la sociedad?

17/8/09

Todos los caminos conducen a Auschwitz

De la fuente de tus labios fluyen signos que no puedo ver, tampoco interpretar. Borbotones que no me mojan, que no entran en mí, que no me permiten desde vos reconocerme, que no me permiten reconocerte.
Vuelo entre los pliegues montañosos de mi memoria, quizá en busca de ayuda, como si la etimología de otras faltas de entendimiento me pudiera socorrer, esa historia de la palabra que permite prefigurar su significado actual, y que a veces nos susurra por lo bajo que la rosa es la rosa es la rosa, y otras veces no nos dice nada. Quizá lo haga simplemente para escapar, no físicamente, eso es imposible, o estamos en un lugar, o en otro, lamentablemente el cuerpo tienes sus limitaciones.
Descubro acordes

it’s not the wind
that keeps you up

y el bardo judío errante tiene razón, no, no es el viento que me mantiene despierto, ni acaso tampoco en pie. No sé que es, acaso el horror ante todo y ante mí mismo. Como el de aquel personaje que cuenta Platón en alguna de sus páginas, que informado de un cadáver en descomposición a la vera del camino, no desea ir, pero al final, vencido por su curiosidad, vestida de morbo, accede y se dirige al lugar, para con los dedos abrirse bien los ojos y gritarles que se saquen las ganas de gozar de dicho espectáculo, la atracción por lo insano, que no responde a nosotros, sino a esas bolas que fijan las imágenes en nuestra mente. Desdoblarnos, siempre desdoblarnos, para evitarnos, para escapar de la responsabilidad, de nosotros mismos en definitiva. Para caer herido por el amor imposible, y alimentarnos de naranjas y té provenientes de la China

and she feeds you tea and oranges
that come all the way from China

y que ya no lo canta sólo aquel, que fuera saqueado de todos sus bienes materiales durante su peregrinación budista, lo cuenta otro que hoy más parece un predicador, y que tal vez lo sea, su voz gutural parece provenir de una caverna, de una cueva

for she’s touched your perfect body with her mind

y nos construimos sufrimientos para sentirnos lo que queramos o no ya somos, humanos. Vengo de la tierra sin nombre, de mi reino de Kakania, de mi reino del Este, de mis estados unidos, de mi república de Oriente, y todavía escucho, como cuando era más joven –porque sí, ya voy entrando en esa etapa en que no tengo más remedio que decirlo de este modo–

¿cuál será nuestra cultura?
¿cuál será nuestra cultura
si fuimos colonizados?
somos nietos de inmigrados
hijos de una dictadura
es decir: somos basura
sin futuro ni pasado

e intento mirar a un costado, no para evitar lo inevitable, sino para que aparezca alguna respuesta posible, y desde el camino es el cadáver descompuesto que me mira a mí, suenan las estridencias, el sol quema, y vuelvo a mi soledad veinteañera, cuando buscaba únicamente el ruido para refugiarme del ruido

when the forest burns along the road
like gods eyes in my headlights

pero ahora disfruto más de la tranquilidad, supuesta tranquilidad de unos decibeles menos pretenciosos, acompañados de años de combatir el sinsentido desde el arte, del intento de comprender al incomprendido, al monstruo creado por la impasible sociedad, escucho a Johnny Cash. Lo imagino enfrentado a la multitud de presidiarios, quizá a la de algún condenado a muerte, algún condenado a muerte injustamente.
Hay un par de líneas, un par en particular, que me conducen a donde quería ir.

I felt the power
of death over life

Quizá se trate de eso, una explicación que no es una explicación.
He inmanentado el horror, porque no puedo decir que leí “La escritura o la Vida”, de Jorge Semprún, uno no lee un libro así, como no lee a Primo Levi, o a Imre Kertész, por poner algún ejemplo. Me encontré en alguna de sus páginas con que en sus años de clandestinidad portaba entre sus pasaporte falsos uno de Uruguay. Nombra dos de sus falsos yo, el otro creo que era suizo. Resulta de una curiosidad estremecedora, proviniendo de alguien que para sobrevivir a haber sobrevivido a la experiencia concentracionaria, sostenga que

Me había convertido en otro, para poder seguir con vida

Y luego más contundentemente

Me convertí en otro para poder seguir siendo yo mismo

Semprún relata además que tuvo que olvidar para poder contar lo vivido durante su cautiverio en Buchenwald (cautiverio, como cualquier otra palabra, es un injusto eufemismo para expresar lo experimentado), vecino del jardín que representa la más alta cultura alemana, el que –por parafrasear la metáfora de George Steiner– guardaba el árbol que daba sombra a Goethe en Weimar. Buchenwald y Goehte, Goethe y Buchenwald, como resumen de lo más alto y lo más bajo que es capaz de hacer el ser humano. El olvido como fuente de recuerdo, en todo caso. Más sorprendente que algunas casualidades –tal el caso de un pasaporte–, u otras eventualidades que nos unen de un modo único a las páginas que leemos, de un modo sin intercambio, a pesar de que los libros sí nos hablan y nos dicen cosas distintas con cada volteo de página, la idea de relatar, no es en sí misma tan sorprendente, lo sorprendente; y esto me recuerda la sentencia de Theodor Adorno: después de Auschwitz no es posible la poesía; son las cotas literarias que su relato adquiere. No es una crónica, es una creación literaria de primer orden. Para mí es ininteligible. Por más que el as en la manga aparezca en alguna página, contar literariamente, para que sea creíble, desmontar la historia y recrearla agregando los ingredientes que atraigan al lector, para que termine creyendo lo increíble, pero sólo gracias a los artilugios de la verosimilitud narrativa, no gracias a la mera descripción de los hechos. La alta literatura como escudera de la verdad, la metáfora, el engaño como medio para acceder a una verdad. Y me enfrento al horror, y de repente un nuevo e injusto espejo, yo, que desconozco el horror sobre mis propios huesos y mi alma

De golpe, no sólo resultaba evidente, claramente legible, que no estaba en mi casa, sino que tampoco estaba en parte alguna. O en cualquier sitio, lo que viene a ser lo mismo. Mis raíces, de ahora en adelante, siempre estarían en ninguna parte, o en cualquiera: en el desarraigo en todo caso.

Mis raíces están en el desarraigo, leo, repito, y luego son las propias palabras que se repiten solas, a sí mismas, sin que yo las pronuncie ni con mis labios ni con mi mente. Y me reconozco, aunque no lo quiera, aunque no lo acepte. Cuando vuelvo a levantar la vista en dirección al espejo, me pregunto, como pasaré yo a la historia, si como la sociedad alemana que miró sin ver mientras el humo negro de los cuerpos dibujaba bucles en el aire, digo, me pregunto, si como parte de esa masa anónima que hoy hace sus pasos sobre la tierra, la historia al fin y al cabo no me juzgará de igual modo, como alguien que no puede despegar los ojos de su propio ombligo y es ciega al exterminio en otras sociedades, sometidas a la existencia análoga a la del campo de concentración, donde sólo existe el castigo, el hambre y la miseria, y sobre todo el sin porque, donde otros posibles Buchenwald y otros posibles Goethe comparten territorios vecinos. Ya no todos los caminos conducen a la ciudad cuyas aguas riega el Tíber. No, todos los caminos conducen a Auschwitz…
 
(Con textos de: Leonard Cohen, Soundgarden, Johnny Cash, La Tabaré, Jorge Semprún)

13/8/09

Constataciones

Pretenden ser datos empíricos, algo así como son las 22:39, pero hay más, mucho más, y no sólo la filosofía mía, tuya o de Horatius, está la nieve, por ejemplo. Pero no, ahora que la coloqué en tu mente, constato que el sol que hoy asomó en la ciudad la secuestró. Así te podés dar cuenta de que quizá todo termine siendo una cuestión de sugestión (rima no buscada, otra constatación, y otra rima no buscada…). Retirá la nieve de tu cabeza. Recuerdo que hay un cuento de Tolstoi que juega con esa idea, voy a tener que buscar en la biblioteca, a lo mejor está detrás de la cubierta de los Cuentos Rusos Editorial Básica Salvat que encontré colgado en el universo virtual por alguna amistad, pero eso sería tan bajo como proponer una copia de bajo presupuesto a lo sugerido en El Principito, aunque siempre es más fácil confundir a un elefante dentro de una boa con un sombrero, y menos el famoso sombrero de Magritte, ese que ves siempre del mismo lado en su espejo mágico que no es un espejo como tampoco la pipa no es una pipa y tu imagen no es tu imagen, sino algo pasajero que nunca llegás a atrapar porque en realidad es un río que se te escapa por entre los dedos como si fueras un reloj de arena. Sos un reloj de arena. Y la arena se te escapa en forma de minutos, cada grano cae como el sudor de tus nervios, esa manifestación condensada de la Angst amotinada en los suburbios de la catedral de tu cerebro, en algún lugar que algún científico habrá dado en llamar apelando a la lengua franca del imperio romano. De entre los recovecos latinos de tu mente se aglutinan la nieve, la arena, el sudor, se mezclan, se vuelven uno y danzan como si jugaran a emular tu cadena de adn, pero se ríen de vos porque vos no te reís con ellas, la palabra Angst se te fijó y ya no ves nada, no danzás y no reís. Todo se te vuelve un círculo, que es lo mismo que decir una cárcel. Los barrotes los vas dibujando uno a uno, cada uno un círculo visto desde arriba, y vos quizá seas el centro que no está en ningún lado. Mientras la arena continúa cayendo, la nieve sigue sin aparecer y tu sudor se ha transformado en olor humano. La cárcel permanece, en realidad ya estaba diseñada, pero miraste para otro lado, pretendiendo que era un elemento más pasajero, como vos. Pero ese lugar que evitás es tu destino, es tu sobre de dormir, el altar de tus plegarias y tu muro de los lamentos. No vale que te arrodilles, no vale que vuelvas a sudar, no vale que aprietes tanto la cintura que la arena deje de caer. Aunque no lo creas, constato que ha vuelto a nevar.

9/8/09

Claroscuros

¿Nunca te siguió tu sombra? No me refiero a que te acompañe, sino a que te siga, que te atormente, y que se asocie con las luces para moverse de un lado a otro, ora delante, ora detrás. No hay modo de que puedas boxearla. Sentís como se agranda, como se achica, como si se tratara de tus pulmones al respirar. Escuchás su silencio en medio de un viejo mercado de Damasco, en las ruidosas calles de Estambul, y ni tus pasos al retumbar infinitamente acallan ese silencio que te persigue incluso los domingos a la madrugada por alguna desolada calle montevideana. Tu cobijo es la oscuridad, como un maleante te escondés en los bajos fondos de la soledad, esa soledad a la que tu paranoia te arrastró como un esclavo cuya vida esta signada por un voto ajeno. Esa silueta, una mera deformación de tu yo, es más que un instrumento berkeliano, porque permanecerá algún tiempo en tu cajón, mientras vos ya te fuiste hacia el otro lado, haciendo que el espacio para uno se vuelva más opresivo, si es posible. Aunque vos ya te fuiste, ya no estás… pero hay otra sombra, la que no te persigue, la que nunca sabrás si existe, la que comienza a dar sus primeros pasos en el momento en que vos das los primeros pasos en el más allá, eso que para vos pasará a llamarse el más acá, por supuesto. Esa sombra es la estela que la nave de tu vida deja al pasar, eso que contagiás a los demás y que llamamos recuerdo, pequeñas manchitas que salen a relucir en determinados momentos, y que indefectiblemente los lavados de la imperfecta memoria irán borrando incluso en aquellos que soltaron alguna lágrima por tu ausencia.
Pero dejemos a tu sombra, que es mi mancha, un lugar sobre el que no quiero pensar. Ahora estás en la tierra sin pasado, presente o futuro. Los tonos blancos y negros que en este fenomenal mundo dibujarían aún tu sombra, desprenden destellos que allí lo impiden, te abren las puertas de la eternidad y te permiten vislumbrar angustiosamente como tu periodo caduco es barrido de la faz de las personas con cada vaivén de las aspas del tiempo. Estás solo. Sin sombra, sin gente, mirándote a vos mismo desvanecer en el espejo acuoso de Narciso, alejándote pero sin elevarte y sin moverte. Como si se tratase de una mala pasada que espíritu y materia juegan sobre vos, como si fueran dos cosas distintas, y como si las leyes de la casualidad y el indeterminismo fueran una broma que alguien depositó sobre tu espalda. Y en ese momento abrís los ojos en medio de la más alta oscuridad. Sin ver, tu sensibilidad conoce en su más mínimo detalle la perla fría que nace en el polo de tu cabeza y comienza su peregrinación en busca de las zonas que la conviertan en aire y sal. La sentís resbalar, que cae, pero no caer. Se pierde entre los pliegues de tus sábanas sin haber logrado su propósito. Y tu mente ya viajó a otras tierras y tu mano prendió la luz de la mesita de noche. Se acabó el mal sueño, se acabó el mal despertar. Se hizo la luz. No hay espejo donde mirarte y tampoco buscás a tu sombra, pero la sentís igual que a la gota de sudor que acabás de perder. Recuperarla no te hace feliz, por el contrario, es la manifestación de la pesadilla superada, la inmaterial presencia de tu angustia, que ahora sí, te acompañará como la pesada bola de metal que es arrastrada por el preso que paga sus culpas, o simplemente como un pobre perro callejero al que le despertaste simpatía.

7/8/09

Tabula rasa

Ya zarpado del puerto de origen, todo, absolutamente todo, cambia. Eso supone un atentado contra la memoria. Lo nuevo se impone exigiendo todas nuestras energías, ya espirituales, ya mentales, y desde luego, físicas.
No importa que la lengua sea franca, de algún modo, no es la misma, los objetos dejan de responder del mismo modo, y las imágenes pasan a verse un poco corridas, como si la correspondencia no fuera plena. De algún modo, hay que reajustar todo el lenguaje para capturar nuestro entorno. Cuando a ello se agrega un verdadero cambio de idioma, la imagen, por supuesto, pasa a ser mucho más difusa. Y los sonidos, pronunciados por labios absolutamente desconocidos, se mimetizan con quien envía el mensaje, volviéndose paradójicamente herméticos, desafiando al dios griego que tenía por misión el transmitir las buenas nuevas.
Puede que estas líneas, las pasadas y las futuras, no tengan como cometido más que conjurar ese saqueo de los cajones de la memoria. Las imágenes del pasado emulan a Proteo metamorfoseándose en sensaciones y sentimientos, dejando de ser algo preciso y ordenado. La linealidad, que no deja de ser una quimera después de todo, se pierde por completo. Mnemósine se convierte en una diosa muy caprichosa que juega a placer.
Los términos pierden consistencia, el lenguaje que lo acompaña pasa a ser una secuencia de relojes dalinianos que cuelgan de algún lado no identificado. En ese choque entre lo nuevo, que es todo y se impone monárquicamente (hoy diríamos antidemocráticamente) frente a lo viejo, que sólo es uno mismo, si la apariencia no juega un papel decisivo, lo hará el lenguaje. Si el color de nuestra piel no nos denuncia, una vez que emitamos el primer sonido, caeremos en las manos del otro. Tal cosa no es necesariamente positiva o negativa, cada experiencia habla por sí sola. Pero lo que no hay es un control sobre la situación. Como respaldo a lo sumo hay un par de valijas, que no son más que los objetos arbitrarios que uno tiene como compañeros de viaje.
Desde que el verbo mudarse se convirtiera para mí en una actividad ordinaria (en contraposición a inusual) he confirmado una y otra vez que ambas cosas, juntas o por separado, pasan a regir cada una de las experiencias por las que atravesamos. Un aspecto muy singular es descubrir cómo en realidad, tanto la apariencia como el lenguaje –o uso del mismo – en realidad han jugado desde siempre un papel muchísimo más crucial del asignado inicialmente.
Si uno no se hunde por el peso de las circunstancias, como he visto o sabido que le ha pasado a muchas personas que no soportan la vida en un entorno al que no consideran “su” lugar, todo cae bajo el análisis de lo nuevo en cuanto nuevo, pero al mismo tiempo el cerebro por algún efecto milagroso se particiona y simultáneamente calibra cómo podría haberse dado esa misma situación en el entorno de origen; o como eso supone un cambio –o la posibilidad del mismo –sobre una postura que teníamos frente a algo. Toda experiencia pasa a verse desde un doble ángulo. De ese modo se vuelve una fuente de aprendizaje tan inagotable como extraña.
Estar lejos (pero a esta altura ¿de dónde?: ¿qué es acá, qué es allá?) permite indudablemente objetivar una porción de tierra, una sociedad, el conjunto de las vivencias personales. Pero también permite juzgarlas más libremente. Abrir los ojos frente a lo desconocido – desconocido quizá no de un modo teórico pero incuestionablemente vivencial – es una invitación a volverlo propio. Mientras lo cargamos con todo lo positivo y negativo que para nosotros pueda suponer, hay una balanza interna que también nos indica las relaciones de peso con otras cosas que ya conocíamos de antes.
Esa tensión, que ineluctablemente nos modela –de un modo que no es en sí mejor o peor comparado con la de las personas que como Kant viven dando su paseo diario por las mismas calles toda la vida – y modela nuestra perspectiva sobre la vida y lo que con ella viene a nuestro encuentro; ya que me he aventurado a dar el primer paso; será tema, o mejor aún, vía de exploración en los próximos días.

3/8/09

Incipit

Debe haber algo que llamemos principio, aunque no sea realmente tal, sino tan sólo una instancia más de un continuo devenir. Pero acá va, haciendo uso de una cierta autarquía, digamos que esto es un principio, haciendo caso omiso a la oscura voz que aún podemos oír susurrar que no, que no nos es posible bañarnos dos veces en el mismo río. "We have no more beginnings" es la máxima con que abre lapidariamente George Steiner uno de sus libros (Grammars of Creation).
Estas palabras "iniciales" son tan sólo una tímida forma de romper el hielo de eso que -quiero creer tal vez ilusoriamente- en definitiva no será más que la manifestación de un capricho personal como cualquier otro, pero que en este caso resulta de la transcripción de las palabras que en su mala traducción dictará mi verbo interior.
¿Por qué o de dónde proviene No Land's Man? Más allá del creo que bastante obvio juego de palabras y por citar mal a ese escritor tan contemporáneo que resulta Diderot, digamos que por casualidad, como se encuentran las personas, qué no sabemos bien de dónde son ni hacia dónde se dirigen ni qué ha sido aquello que de pronto los ha reunido. Se pueden tomar por ciertas algunas impresiones recogidas queriendo y sin querer a lo largo de los años que me ha tocado ser huésped en este lugar al que damos en llamar Tierra, que bien pensado también podría haber sido cualquier otro. Una vez que uno deja el lugar que lo vio dar sus primeros pasos, donde se graban las primeras impresiones, automáticamente pasa a habitar una zona intermedia, donde los términos "de acá" o "de allá" se vuelven relativos. Cuando los antepasados no provienen de ese mismo lugar del que uno viene, el sentido de pertenencia a un lugar se transforma en algo menos nítido. Y finalmente, si alguno de los seres más cercanos vive desde siempre allende las fronteras, la noción de dónde pueda estar el centro se vuelve inapelablemente cuestionada. Para volver a Steiner, los seres humanos tenemos piernas; a diferencia de los árboles, que tienen raíces; y por eso estamos diseñados para el movimiento. Es probable que sea desde este cúmulo no muy claro de ideas que surja un cuño que parece que en nuestra cultura tenemos que imprimirle a todo. Cómo se desenvolverá, no lo tengo del todo claro aún. Supongo que responderá a algunas motivaciones previas más a los caprichos del momento, como todo lo mío, ni más ni menos.
¿Y por qué "nolandsmann"? En apariencia no menos arbitrario, digamos que la llamada casualidad quiso que el final con una sola "n" ya estuviera registrado, y qué mejor entonces que darle el toque germano que mi situación actual supone, y que creo no dañará la identidad que de todos modos esta página nunca tendrá, ya que final y probablemente sea ese el alfa y omega directriz.
No ser de ningún lado. Y por ende, tal vez, serlo de todos. Ya veremos cómo continúa...