28/3/10

Mi otro Yo

Escribo sobre las horas que perdí, que miré pasar como cuando observamos una calle ajena transportados por el tranvía. Ese instante en que me vi fuera del tranvía y que ya nunca volverá. Ese instante que fue capturado por mi retina y que es uno solo. ¿Cuántos instantes más que incluso hayan escapado a mi engañoso sentido visual? ¿Cuántas veces no me habré visto proyectado en esa cinta que no trae subtítulos? Y vos, ¿cuántas veces no me habrás visto vos? Cada momento en que quise ser vos, ser el protagonista principal, o nada más que un personaje secundario, pero los vapores perfumados nos distraían o hacíamos que nos distraían y mirábamos para otro lado, con la esperanza de encontrar sustitutos o simplemente para eludirnos a nosotros mismos, para creer que nos renovamos y así caer en la ilusión de que quien mira en otra dirección es el indómito Crono, ese que no se deja engañar ni cuando cierra los ojos al sonreír ante nuestros mejores histrionismos disuasorios en el mejor de los casos de alguna pata de gallo.
Veo venir el tranvía. Estoy fuera de él. Conozco su recorrido de memoria. Fijo mi vista en sus ventanas, y allí me veo, sentado en la butaca usual, buscándome a su vez. No llega a ser un instante. Nos sabemos. No subo al tranvía, lo dejo pasar. Tampoco bajo de él, afirmo mi cuerpo contra el asiento. Y ambos inmóviles nos dejamos llevar, uno por el rodar de las ruedas sobre el riel, y el uno por el movimiento del mundo.

Nuestro Monstruo

Navego por los mares de mi impotencia, en busca de la proeza que me abra tus brazos. Las tormentas de la psiqué azotan mi nave y cubren mi cuerpo de cruces. No sé qué tendrá a bien el Hado dispuesto para mí, desconozco a dónde me arrojará la próxima embestida, no sé a qué remota isla me arrimará alguno de los troncos del náufrago. El tiempo y el espacio coserán y descoserán nuestra historia, mientras la épica poblada de aventuras será un juego mental. No puedo llamarme intrépido, soy un humilde esclavo de las circunstancias, que a veces reman a favor, y la mar de las veces sin rumbo alguno. Veo venir al mar en pleno en busca de mi rostro, el cielo grisea por su ausencia aunque intuyo su presencia allá arriba.
La boca marina se zambulle fuera y dentro de mí, me conduce al interior de la ballena, donde habitaré tres días con sus noches, pero que las pesadillas nocturnas multiplicarán como si mi vida sólo se hubiera tratado de esa experiencia. Quiero ser el fruto de tu vientre, pero lo que mi destino me tiene deparado es tan sólo ser el producto de tu digestión. Jamás seré Jonás. Sólo seré una copia de una idea tal vez primigenia y que nunca me será iluminada desde mi sitio de cavernícola encadenado.
Quiero pensar que todo es un mal sueño, pero mi cuerpo denuncia el cansancio de la larga lucha, y al abrir mis ojos descubro las trazas de algunas gotas desvergonzadamente saladas.

25/3/10

Desconfiguración del amor

Hoy quiero contarte con palabras cosas que no son posibles de apalabrar, de dar ánima de signo, así que sé que estoy condenado a cometer una vil traición, soy el traductor traidor. Pero eso es tan sólo una toma de conciencia momentánea, todo el proceso es una guerra que perdemos, contra el mundo, contra los demás, contra nosotros mismos, contra el lenguaje, contra cada signo del lenguaje.
¿Con qué palabras decirte que te quiero? ¿Con cuáles decirte cuánto? Ser o no ser, solamente estando. Me doy contra la pared de tu muro infranqueable, engañado por el graffiti que dibuja flores escondientes de ladrillos. Mis dientes mordedores nada pueden y se envilecen de pena incontenida pero no puedo mirar hacia arriba en busca de ayuda porque mi destino es la espada de Damocles todos son mentirosos en Uruguay y yo cierro los ojos no para no enfrentar la realidad sino para hacer una pausa igual la realidad es un estado que desconozco excepto cuando las oscuridades cóncavas de tus ojos me la muestran y puedo ver igual que Escher mi propio esqueleto reflejado en una perfecta esfera ocular siendo un sonámbulo más que viaja en su litera romana a través de una plaza repleta de mercaderes que vociferan ahí viene el hechicero pero el hechicero era Virgilio o Broch o los dos y yo soy una pieza más de un teatro sin proscenio ni espectadores.
Hoy quería decirte que te quiero. Hoy quería decirte cuánto te quiero. Pero cada palabra es una lanza que el vacío absorbe y que nunca sale despedida de mi brazo y la impotencia y me sale todo como un experimento y me siento doomed to fail y las palabras y los idiomas se mezclan y la identidad y mi estar ahí no se entienden ni con mi Dasein ni con mi Weltanschauung y el retrato de Goethe que me mira con una sonrisa giocondesa porque sabe que se me escapa, no sólo hoy, el inapresable, que me conforme no con la belleza de los signos dispuestos en el espacio sino con comprender cómo todo termina con un tren que se dirige a una chimenea y que los dibujos en el aire son una metáfora de huesos de almas calcinados por la desgracia de haber nacido en cierto lugar y en cierto momento y cuando miro hacia lo conocido ya no lo reconozco ni identifico porque el latón lagunoso me invita a un grito de contornos desmesurados que todo lo invade y lo rompe como a un cristal, un grito alarido ignominioso que no es de angustia porque ésta también tiene su momento en la historia y me da miedo no poder y no querer y no intentar y saber que haga lo que haga a cada instante hay una célula que fallece sin preguntarme y sin pedirme permiso, simplemente hace su atado y se marcha y me abandona, como algún día me vas a abandonar y el tren que ahora es otro tren quemará todo lo que podría haber sido y con tus bártulos se irán años y células y partes de mí intangibles pero más pesadas que el aire y más difíciles de capturar que las palabras que las traicionan y vuelvo al principio y me repito porque esto es al final tan sólo propaganda de mi desesperación y cada cinco minutos o más todo se reitera a fin de fijar la idea de mentir y mentir para que algo quede y sin embargo algo de lo que quede será verdad pero para eso primero tendrá que estar escrito el libro delirante a más de cuarenta grados que es la única forma de crear y de echarse luego a reír porque como humo de cigarrillo podemos ver lo invisible.
A lo mejor estoy perdiendo la razón. Qué bonito proceso entonces, todo sucede como que no te das cuenta y las ondas primaverales agitan el pelo, lo mecen dándole un masaje que se lleva los recuerdos, los hermosos y gratificantes, y sobre todo los otros, los que se mezclan con el sudor y los gritos de la noche de un sueño torturantemente incómodo. El otro día entendí que había llegado la estación de las flores y los colores, curiosamente me lo señaló un instante, cuando dos completamente desconocidos nos cruzamos y tus ojos me lo dijeron y me obsequiaron tu perfume que me acompañó por el resto del camino con el olor de tu foto instantánea. Desconozco la definición del amor, el instante y después el lenguaje que acude ofreciendo su ayuda para realmente hundirnos y humillarnos, a nosotros eternos flagelantes no de negras pestes sino de obscenas palabras, esa punta del iceberg que se divierte derribando Titanics y pequeñas barcarolas de arroyo que no pueden ni contra el viento ni contra nada y menos contra las serpientes que anidan en tu boca y se mueven a ras del río.
Me tengo que ir ahora, me vienen a buscar. La policía del lenguaje del amor. Transgredí las leyes y me pregunto que clase de K. seré hoy o si simplemente hay un Room 101 para que las ratas desfiguren mi espíritu pensando que están haciendo agujeros en un queso suizo. Claro que lo harán porque hoy robé demasiado y no supe ocultar mi rastro. Nunca quise herirte, mis palabras no son te quiero, no puedo medirlo tampoco. Es todo lo que se esconde detrás de esas palabras, mi pobre ser desnudo desterrado del tiempo y del espacio. Baja el telón.

16/3/10

Reflexiones frente a un cuadro de Bacon


Cuando las circunstancias nos inquietan, nos esconden el buen sueño, cuando creemos que perdemos el asa que nos sujeta a lo que consideramos nuestro cosmos personal, todos tenemos algo que nos tranquiliza, que nos devuelve a cierto estado de calma. Mi terapia, desde que resido en Munich, es ir de cuando en cuando a enfrentarme a un cuadro. Es de uno de mis más admirados artistas, Francis Bacon. Su cuadro, Crucifixion, se encuentra por desgracia en el lugar peor iluminado de mi muy querida Pinakothek der Moderne, que también sabe albergar obras de Picasso, Dalí, Gris, Beuys, entre otros, y principalmente del movimiento Der blaue Reiter (El jinete azul) y más aun, de los expresionistas alemanes, entre los que para mí suponen una nota aparte Otto Dix y Georg Grosz.
Pero mi preferido es Crucifixion. Puede pensarse que no es el mejor ejemplo a la hora de necesitar un bálsamo para el espíritu, pero lo es, intentaré dar algunas pistas para ello. Es un tríptico de gran tamaño, una pintura desgarradora que para mí pone en evidencia al ser humano tal cual es: una masa informe de carne, grasa, articulaciones, músculos, y sangre. Las referencias religiosas están presentes en la obra de Bacon, escoger el tema y representarlo de acuerdo con el modelo del tríptico es una muestra más de ello. Queda por descubrir, observando su obra, dónde reside lo trascendente, porque hay un constante apelar a un ser humano abandonado, solo, de aparente inercia, y cayendo en un posible oxímoron, dejado a la buena de Dios, cuyo lenguaje es la violencia, o las consecuencias de ella. De izquierda a derecha, pasando por cada una de las tablas, vemos primero una figura que semeja feminidad, una cama harapienta con un cuerpo o algo que se le semeja tirado sobre el desorden, siendo un desorden más. Al centro le continúa la propia crucifixión, de acuerdo a la disposición de las figuras en el espacio y a que es la tabla central, y por tanto tema del tríptico, un ser que por momentos parece ser un cerdo, en otras una persona maniatada, una masa informe tal vez crucificada, pero donde también –como con las nubes, con las estrellas- es posible con cada mirada ir componiendo o descomponiendo nuevas y diferentes figuras, para finalmente descubrir algo que semeja una barra de un bar con dos figuras de aspecto diríamos más normal, ajenos a toda la deformidad que los rodea, incluido el personaje que tienen a escasos metros, envuelto sobre sí mismo, sobre su propia malformidad congénita. El marco es un entorno de líneas rectas, señal de toda civilización, de toda primacía de la racionalidad, bajo un manto de colores ocres con diseño minimalista. Principio y final permiten reconocer en dos de las figuras, primero, la escarapela de la Revolución Francesa, y luego la misma más la esvástica Nazi, que el último personaje lleva alrededor de su brazo. Alfa y Omega probablemente de la actualidad. Contrarios o complementario. Causa y consecuencia. Es posible encontrar argumentos para cada relación. Si se busca una cronología, podemos pasar de la instancia revolucionaria a la nacionalsocialista, y cuyo desenlace final estaría representado en la pintura central que da nombre a la obra y cierra el círculo: la crucifixión como consecuencia última, que en la paleta de Bacon no parece constituir tanto una alegoría de cierta redención, sino más bien un descuartizamiento. Nuestro destino es el matadero.
Hace años tuve la fortuna de dar con un libro con los retratos que hacía Bacon. Un libro de gran porte, recuerdo que con una introducción a cargo de Milan Kundera. Cada retrato iba acompañado de una fotografía de la persona que había sido retratada. Con gran sorpresa fui descubriendo cómo, en esa forma tan característica de Bacon a la hora de pintar el cuerpo humano, cómo, repito, mantenía la esencia de cada persona, era como si hubiera visto más allá de donde el propio interesado podría nunca llegar a ver, la parte inquietante y grotesca de sí mismo que cada uno escabulle como a las montañas de la locura.
Es domingo, y estoy frente al tríptico. Está cubierto por un cristal. Me veo reflejado en ese cristal, que se ofrece entonces como un espejo. Pero no es un espejo perfecto, más parece uno de esos esperpentos que fascinaban a Valle Inclán. Sólo puedo vislumbrar mi silueta, me paro de frente a cada tabla, tomo una foto de cada una, ahí estoy yo, otra pieza deforme en el puzzle de Bacon. Decorado con el símbolo de la liberación de la razón, y con el símbolo de a dónde condujo la razón en este último siglo que terminó hace una década. Los dos puntos convergen en mí. Me interpelan, a mí, deformado también ahora por el pincel del artista: dónde ha ido a parar la razón, qué tengo que ver yo con ella, qué parte de mi ser configura. Y al mismo tiempo, qué hay en mí de nazi, qué hay en cada uno de los visitantes del museo. La pregunta por la responsabilidad del pueblo alemán durante el periodo nacionalsocialista cobra singular relevancia. ¿Cómo que no sabían nada de lo que pasaba? ¿Hacia dónde miraban? La literatura, mi principal fuente de acercamiento al fenómeno, toca el tema. Pero la gran literatura que nace de ella (pienso en Levi, en Kertész, en Semprún, en la ensayística de Améry, en Celan) choca además con el mundo que se construyó luego de semejante barbaridad. El campo de concentración como única realidad, pero también porque la salida no fue hacia una instancia ulterior que haya mostrado señas de haber aprendido realmente lección alguna luego de dicha experiencia. Podemos creer que Primo Levi resbaló y cayó al morir, es más verosímil pensar que se quitó la vida. Dos más dos ya no eran cuatro, para alguien que había apostado por la vida apoyándose en la Comedia de Dante.
Estoy frente al espejo proyectado por Bacon. ¿Cuál es mi responsabilidad? ¿Qué voy a responder cuando la historia me interpele? ¿Diré también acaso que no sabía nada, que todo sucedía muy lejos para que mis sentidos lo capturaran? Porque ahora millones de personas viven en las mismas condiciones que las del campo de concentración. Es su única realidad. Sin Dante para auxiliarlos. Sin nada, ni la más pálida idea de que algo diferente exista. Tan sólo por haber nacido en cierto momento, en cierto lugar. Por ser lo que son en definitiva, del mismo modo que los judíos eran exterminados por ser lo que son. Lo que George Steiner denomina la cuestión ontológica, tal vez la única explicación diferencial posible frente a otros genocidios, frente a otras formas de la demencia destructiva de las que es capaz el ser humano. La creación de una fábrica para matar personas.
Allí, cara a cara con todo lo oscuro de nuestro ser y que Bacon alumbrara de manera formidable, a medida que pasa el tiempo voy sintiendo, curiosamente o no, que las cosas se acomodan en mi interior. Ante semejante espantosa representación, mis humores se van tranquilizando, se recuestan unos sobre otros, y yo encuentro cierta paz. Mientras, el sol baja y están por dar las seis de la tarde. Es la hora de abandonar el museo. Comienzo a caminar entre la gente que también se retira del edificio. Me queda una pregunta: y vos, ¿qué vas a responder cuándo te interpelen?

13/3/10

Sinsentido consentido

Quiero asistir a tu concierto. Ver tus deformidades, las que el ojo no puede captar. Sé que en algún lugar el dolor ocupa una parte física. Quiero tocarte, quiero tocarla. Saber por qué algo que nace en un punto del universo se transforma a través tuyo en una pócima tan asesina como la que una vez entró por las volutas de las oreja de cierto rey de Dinamarca, o que cobra la forma de una daga real y otra imaginaria, como las se que cobraron la vida de dos reyes. Mis soliloquios sólo son una parte de mi propio espectáculo de varieté, un poco para hacerte reír y otro para ventilar tu miseria, allá, donde habita pasando los límites del portaligas. No me vas a seducir con tus contoneos, sé cuánto tengo que pagar para atravesar esa puerta, pero ese no es mi precio. Prefiero viajar por los divagues que me proporciona distraerme entre canciones antiguas y lenguajes incomprensibles, tener un amor platónico en cada puerto, odiando cada una de tus exhalaciones y amándote cada vez que lanzo mi arpón fallido contra la corteza de mi Moby Dick.

Voy a salir a caminar, voy a sentarme en medio de una calle y voy a esperar a que la nieve me cubra por completo. Que el impacto del frío me mate de hipotermia, y que algún desprevenido auto tome mi calle y termine de hacer el trabajo. Mientras voy a dejar un testamento vacío, una hoja en blanco, para que la llenes con tu incomprensión y tu desmemoria. Sé que es una hoja que permanecerá seca, ni una gota salada caerá desde tu rostro, porque nuestros caminos son sólo dos pasajes dentro de la locura general de historias inacabadas, dentro de tantas guerras nucleares, dentro de tantas palabras venenosas. Los límites de mi locura quedarán encerrados en la caja de mi lenguaje también, y me llevaré la llave que la resguarda como antes los mortales llevaban a la hora de la despedida una moneda sobre cada circunferencia ocular. No lo haré para pagarle a nadie, quiero irme sin deudas y comenzar sin crédito, que me abran la puerta que corresponda. Me sentiré un vikingo, por más que el destino sea lavar platos por la eternidad y un día, o, quién sabe, quizá la llave guarde algún secreto imposible de discernir incluso para mí mismo. Mis huesos están cansados y sólo quieren reposar, ya todo da igual, me voy a echar en la barca, hasta que el olor de la pestilencia sepulte todo pensamiento y el oscilamiento que susurra va y ven me duerman como cuando era un niño y no sabía que existían las partidas, ni el pasado, ni el futuro. No ha cambiado mucho, en todo caso ahora puedo declararme culpable de hilvanar un par de sinsentidos carentes de contenidos. Sé que alguien que parece sabio sólo porque guarda silencio me da su consentimiento.

Enroque

Puede que al pasar la página me encuentre con otra en blanco, desnuda, esperando ser recorrida por mi pluma, ser manchada por la desfachatez de mi movimiento de electrocardiograma de tinta china. Siento, o presiento, que esboza una sonrisa. La muy maldita. Sabe que toda información, que todo el lenguaje en todos sus modos posibles, se esconde detrás de su blancura, y que mi mano, oficiando más bien de cincel, es una estúpida excusa de las tantas que existen para matar el tiempo, a sabiendas que la campaña escogida siempre me dejará en desventaja. Por muy romántico que sea, su aridez desértica me asesinará de sed, y su rocosa dureza consumirá hasta la última vacua gota de tinta. Pirro pasó a la historia por haber perdido una batalla que ganó, quizá Artigas fue más sabio y habló por ello de ni vencidos ni vencedores, sobre todo quizá pensando que en una guerra tan sólo existan los primeros, aún cuando salgan de ella con su cuerpo en una pieza.
La verdad está a la vuelta de la esquina. Con esta simple aporía voy a golpearte en las costillas, hacer que resuenen como un campanario, que caigan tus frutos desecados, pedazos enfermizos de tu ser cubierto de telarañas. No tengo nada para decirte. En esta declaración deshonrosa quiero que sepas que lo único que quiero es robar tu tiempo. Hacerte olvidar por unos instantes de la chica de la guadaña. Esa que te espera sentada sobre una roca en la que no hay ningún tablero de ajedrez. Escribo sólo para que olvides, no para que la eludas. Aunque en realidad ya te olvidaste, deambulando como una sonámbula que se cobija en quimeras que no son ni griegas ni mitológicas, sino tan sólo un conjunto de trapos colgados detrás de una vidriera. Escribo para que olvides y leés para recordar tu olvido, ese que te conduce de nuevo a tu navegación por las sinuosidades del Leteo, ese río que ahora bien puede haber transmutado en Montevideo, en Dubai, en el Meadow Hall, o en la línea 3 Münchner Freiheit, ese homenaje a la libertad contemporánea coronado con un centro comercial. Mis letras se mojan entonces en las aguas de tu Leteo unipersonal, toman la forma de tu propia hoja, la que te está reservada, y con cada transitar de tus ojos a través de ellas; con esa característica forma que la cultura te obsequió yendo de izquierda a derecha; cada letra se transforma en una pequeña punzada que también y con sutil parsimonia cruza tu garganta pero de derecha a izquierda, tal vez como desafiante ironía a toda tu falaz cosecha de las otras palabras, las que sólo usás para esconder las que de veras querés decir mientras dura tu azaroso transitar por esta hiperpoblada tierra baldía. 

Ya perdí el rumbo, basta con haber cumplido mi intención, que hayas recordado lo que quería que olvidaras, y de que te hayas olvidado de lo que quería que te acordaras. O a la inversa. A mí me sucede lo mismo, sin necesidad de leer este texto. Por eso te escribo. A vos, que a veces te presentás en la forma de un sueño, y otras en la de una pesadilla. Quiero compartir un poco de mi confusión contigo, ser yo también un centauro, mitad ensueño mitad bestia que te despierta inundada de desesperación. Conozco tu miedo a la soledad, tu angustia ante la roca sin reyes ni peones, porque esa imagen también me gobierna. Hoy soy un poco más vos, aunque no seas un poco más yo. Hagamos un corte en la palma de nuestras manos, juntémoslas, y bebamos un último trago. Con cada gota que cae, nos adentramos en tu irrepetible río.