25/9/10

La destrucción de las palabras


Hoy no quiero escribir. Quiero taladrar la hoja con formas similares a las letras para mostrarte que estoy más allá de los límites de ellas. Quiero evidenciar que cada palabra es un alarido, una manifestación de mis pasiones, de mis angustias, de mis dolores, de mi alegría, de mi inconformidad, de mi sufrimiento. Hoy las dejo andar a sus anchas, nada de caligrafía, hoy todo es a martillazos. Cuidado con el que se ponga en el camino.
A las palabras se las podrá llevar el viento, por eso no puedo simplemente confiar en un delicado trazo con el susurro que cada una suspira a medida que es dibujada. No puedo decir ni que te quiero ni cuánto. Un grito primario, otra cosa no vale. La hoja de papel atacada salvajemente como muestra, y con mis cuerdas vocales atadas a ella como ofrenda.
Las palabras traicioneras y traicionadas. Comunicando en tiempo infinito sentimientos caducos. Vilipendiadas en función de la utilidad del momento. Con cada una quiero hacer una bola de papel, transformarla en acero y arrojarla sobre la cabeza de todos esos mal hablantes que las violan, que les roban el alma y las hacen sangrar, convirtiendo amor en odio, libertad en esclavitud, memoria en amnesia.
Encarnaciones del espíritu las palabras, que muestran que Apolo y Dionisos habitan en cada uno de nosotros, pero también un cielo infernal y un infierno celestial. Y una sutil mezcla de ambos, un cóctel molotov que incendia sin ton ni son tu piel y mi piel y nos arrastra por una tierra baldía.
Una tierra de nadie como único universo posible, en la cual como no existe forma de escapar todo es una parodia, un circo de variedades donde tanto somos el mago, como el domador de leones, el lanzador de cuchillos, el payaso, los trapecistas, los enanos, y hasta los espectadores y la carpa. Todo al unísono. Un gran número sin novedad alguna por el que pagamos la entrada sin cuestionar el precio.
Voy a hacer una cadena montañosa con el abecedario, y me voy a colocar en su céntrico valle para aislarme. Voy a olvidar todo lo que existe más allá de sus picos, y voy a dejar que ellas mismas procuren mi alimento. En sus cumbres nevadas nacerá la corriente de agua que me quitará la sed. El resto vendrá o yo iré en su búsqueda.
Cada parte de mi cuerpo se va a descomponer, mientras el proceso será observado desde la eternidad de su independencia. El monstruo sobrevivirá una vez más a su creador. Así lo dice el profeta. Otro símbolo de mi insignificancia. Los acentos como hormigas formando una marabunta hambrienta, la i y la jota convirtiéndose en látigos de mi espalda flagelada, la o y la cu deviniendo en balas que entran fulminantes por mi sien. Me voy, devorado por la gramática, el monstruo más horripilante de todos.
Hoy todo es violencia, pero estoy dispuesto a presentar batalla. Me calzo los guantes y comienzo a lanzar torpes golpes que sólo evidencian la derrota asumida. Golpes que en realidad son lanzados contra mi propia sombra, pero a una distancia mal calculada y fracturando mis puños contra la pared que se quiebra a su vez dejando ver las líneas de una bufona sonrisa. Golpes que lanzo contra el espejo para destruir mi propia imagen y que tras el quiebre de los cristales laceran mis nudillos y dibujan diferentes marcas de rojo carmesí, incontables bocas sensuales que representan mis heridas. Los ríos conforman un mar rojo en el que pronto me voy a ahogar porque no sé nadar. Y no puedo decir si me estoy hundiendo o me voy empequeñeciendo, pero en todo caso desaparezco.
Me llevo mis gritos y mis locuras momentáneas, todo se va apagando lentamente como en un lento atardecer. Puede que después de todo sea cierto que lo que no te mata te hace más fuerte. A mí no me hizo más fuerte.

21/9/10

Un momento ciertamente incómodo


I saw the best minds of my generation destroyed by
madness, starving hysterical naked
Allen Ginsberg

No sé, ni quiero saber. No tengo idea, ni quiero tenerla. Pero algún hilo tan segura como secretamente debe unir que hace menos de veinticuatro horas haya escuchado una canción y que hoy haya escuchado otra canción que toma prestada una parte de la antedicha, cuando hacía mucho tiempo que no escuchaba la primera, y, ciertamente, desconocía la segunda. Ayer elegí escucharla, hoy me tomó completamente desprevenido.
La canción es “21st Century Schizoid Man”, de la banda King Krimson, que apareciera en su primer disco de estudio por el año 1969 y cuyo título es “In the Court of the Krimson King.” No me parece que sea música para todos los oídos, aunque quizá me equivoque, mientras que el texto de la canción toma la forma de cortos versos contundentes y que tras de sí hacen clara referencia al contexto histórico, si por ellos entendemos la existencia de la Guerra de Vietnam principalmente. Pero el título hace referencia al futuro también, un por venir esquizoide que nace del presente en que es compuesta la canción, probablemente, que a su vez es esquizoide por nutrirse de las barbaridades previas a la composición. Ninguna forma de arte surge ex nihilo.
La línea que sin duda más me golpea es:

Innocents raped with napalm fire

La idea de violación; mucho más que la de muerte, que resultaría obvia; sobredimensiona a la vez que introduce un elemento cruelmente metafórico para la aberración que se practicaba sobre las personas que caían bajo el fuego del napalm, y no sólo las personas, sino sobre la naturaleza en su conjunto, pues he leído que luego de su paso la tierra queda muerta y nada puede nacer o vivir allí por un periodo de al menos unos cincuenta años. Todo dicho con una voz distorsionada y desesperadamente gritona, y con una música de ritmos frenéticos. Esa canción es un aullido prodigioso, algo que nace de la mezcla de cierta genialidad con la impotencia de ver una imagen de lo que esa guerra fue. No inocentemente uso la palabra aullido, algunos sabrán por qué.
Como decía, ayer me dio por escuchar ese tema. Hoy, entre otras cosas, tuve que hacer un par de compras. Dicen que la necesidad tiene cara de hereje, así que me cubrí la cara con la máscara de le herejía y fui a una tienda de ropa. Una tienda internacional, una de las más grandes del mundo, una de las que uno podría pensar que quizá explote a niños en el sudeste asiático, más precisamente en Vietnam. Pero en ese momento; como en otros, la verdad; la pregunta recurrente es si uno no es una víctima también, que a veces no puede elegir tanto como cree dónde y a quién comprar lo que consume. Como nadie está libre de culpa, la verdad es que es muy difícil saber qué nivel de maldad o al menos de injusticia pueda esconder el hecho de dónde compre uno sus prendas, y nada garantiza que otras tiendas, incluidas las que se tildan de ser justas, morales, éticas, ecológicas, y santificadas, no incurran en algún tipo de acción en algún grado reprobable, porque así lo dictan las leyes del libre mercado, que no es del todo libre, porque sobre su campo se despliega la ansiedad de poder, y siempre habrá una parte que será la que decida cómo, dónde, cuándo, y por qué. Desde mi lado, no puedo más que decir que normalmente debo conformarme con moverme entre los dictámenes de mi bolsillo y ciertos caprichos estéticos. Supongo que por eso ingresar a una tienda es una fuente de estrés. ¿Al bienestar de quién contribuyo?
Pero hoy di con escuchar una canción que luego descubrí que se llama “Power”, de Kanye West. Y en ella puede escucharse cada tantos intervalos sonidos sampleados de la canción de King Krimson. Yo estaba en esa tienda kilométrica y de repente, entre ritmos de rap; algo que parece inherente a las tiendas de ropa, si no es hip hop o pop o versiones pop de temas de rock, es decir, cualquier cosa que aunque no lo sea pueda sonar cool; escucho el desgarrador alarido de Greg Lake con la frase que da título a la canción. En ese momento algo me alarmó, en ese piélago de prendas, de probadores, de féminas que invaden todas las secciones, en ese apartado que inspira la felicidad por lo último o por la adquisición de alguna novedad, algo para una fiesta, una salida, o el simple deseo de probar otro color o porque a uno sencillamente se le da la real gana. Porque ese grito no le dijo nada a nadie, cayó en oídos huecos, a lo sumo puede haber supuesto un llamativo cambio en el curso del ritmo. Me pregunto cuántos sabrían que las raíces conducen a la línea que dice que el fuego del napalm viola a inocentes, y me pregunto si de saberlo algo habría cambiado.
Es común escuchar que el sistema todo lo absorbe, pero si dentro de la llamada condición posmoderna está en que nada pase de lo anecdótico, en que las formas muten para pasar de ser contestatarias para ser remasterizadas y convertidas en otro compuesto más que forma parte de la banda sonora de millones de personas a las que todo lo que esté más lejos de la punta de su nariz le importe un rábano; y que bien podrían estar escuchando el sonido de sus propios eructos o de sus propios tacos altos que resuenan a cada paso, pero no el pedido susurrante del mendigo que está a un lado de la calles y es violado por el napalm de la indiferencia; entonces, no sé qué música escuchar, ni qué libros leer, ni que películas mirar. Porque todo forma parte de lo mismo y puede que la línea divisoria sea únicamente eso indefinible que llamamos gusto personal.
Y todo ello pese a que presté atención a la canción de West, que en definitiva también puede resultar incómoda, o al menos puede decirse que manifiesta los síntomas de la decadencia general y de las neurosis más acorde a los tiempos corrientes.
Todo parece haberse convertido en música de ascensor. Quizá por ello sigo prefiriendo las escaleras.

20/9/10

Input / Output


Como si el río se deshidratara y convirtiera a su fondo en una superficie reseca y agrietada, conformando el rostro centenario de una persona hundida entre las grietas de su rostro, en el que no se pueden identificar ya ojos, boca, narinas, más que por tener la intuición de donde deben estar, así, siento que las aguas se han llevado las ideas. Mis ideas. Lo que creo que son mis ideas, esos relámpagos que si no hay un papelito a mano se escapan y nunca más vuelven, o al menos no lo hacen del mismo modo.
Es como estar seco de vientre, pero además de doler el estómago, duele especialmente la cabeza, del lado de adentro. Es un dolor con una herida que no se ve, y por ello para muchos inexistente, o poco probable. Voy a tener que abrirme la cabeza de un golpe contra la pared, pero aún en ese caso, verán la herida externa, la que no cuenta verdaderamente.
Hablar de desesperación en tiempos de autocontrol, donde cada parpadeo acelerado o movimiento extraño puede convertirlo a uno en un potencial terrorista, sometido a la entrada continua a no sé cuántos voltios perpetuos, como si se tratara de un tranquilizante o un ansiolítico, el fluir del entorno que entra se deja sentir como una violación, una violación del cuerpo, una violación de los sentidos, de los derechos y hasta de los patizambos.
No puedo unir las palabras con las imágenes, las letras se escapan de los cuadros de diálogo, las personas que imagino dicen los textos que no les pertenecen, como si cada uno fuera otro distinto al por mí designado. La longitud de la devastación de las palabras tiene un radio de alcance ilimitado, pero desde donde estoy, que es el epicentro mismo, puedo ver el hongo y la onda de expansión, mas no identificar al que soltó la bomba, porque son miles y vienen desde todos lados.
El último libro que hay que leer, la mejor película de la historia, los perfumes con aromas jamás logrados gracias a las flores y a las frutas y a las, la música de la generación y de la degeneración y el último beat del momento con su fusión y su disfunción, y las noticias que ya no son otra cosa que obituarios o avisos publicitarios o las dos cosas juntas para ahorrar tiempo porque el tiempo es oro y de ello se forran los que saben venderlo, y bla bla bla y tarracún tarracún tarracún y plam tras plom, conforman un despliegue de lo inevitable, y cuya repetición lleva a pensar que tal vez sea una parte constitutiva más del tiempo y del espacio. La trombosis de la suma de todo y de todos, vaso coagulante que mancha todo de sangre a su paso y que me invade y se me pega como un dardo venenoso y me produce heridas en la lengua que no puede después de tanto input hacer otra cosa que quedarse paralizada y no puede hacer de enchufe para dar output ni transmitir órdenes a mi mano derecha, la que se empeña ridículamente en sostener la pluma, que a estas alturas más parece un elemento decorativo de un bufón de corte.
Sufro un asma espiritual que no me permite respirar, es decir, absorber para luego dar forma y pulir a mi hálito vital. La profanación es a veinticuatro horas sin pausa, sin importar si es momento de vigilia o de sonambulismo, su forma más representativa, los Oniros y Onán se baten a duelos imaginarios en los que yo me despierto mojado sin tener remota idea de por qué, después de tanta imagen provocativa para el bajo vientre, después de tanta sugerencia, mezclado con tanto grito y tanto susurro agonizante, como una pastilla ideal que todo lo contiene, la pesadilla viene junto con el placer; con miles de conversaciones que no quiero escuchar; con la masa anónima o dicho de otro modo esas incontables personas a las que no quiero ver; con ritmos para el auto, para el ascensor, para el café, para el trabajo, para el metro, con ritmos apocalípticos en todo caso; con publicidad de infinitas ocasiones para convertirse en la persona más feliz del universo a cada momento, porque la felicidad también es un bien de cambio y que cambia a cada momento, y por cuya razón no hay que dejar pasar la oportunidad. En toda mentira hay algo verdadero, pero es muy probable que la verdad sea tan sólo una gran mentira terminal. Quizá se pueda pensar que hoy veo la mitad vacía del vaso, pero ¿qué sucede cuando estás en el fondo del vaso medio lleno, y lo único que podés ver es la mitad llena, la que te ahoga?
Cuando desde esas aguas servidas se van secando las mucosas y todo se va transformando en una amenaza para los sueños, cuando la repugnancia se presenta como una aplastante ola de varios metros o cuando es la cachetada de una ballena blanca. Sólo queda la angustiada mudez, quieta, mustia, sumergida en su propio silencio absoluto. Habrá que comenzar a creer en la transmigración del dolor, dejar que la pestilencia y la decrepitud viajen a otros tiempos en los que la destrucción del yo sea el mecanismo para poder ser yo, una especie de muerte momentánea como única forma de acceder al infinito, abandonado los trapos de la finitud esquelética y nauseabunda que une huesos y cartílagos. No sé si esto es sagrado o profano, tal vez haga falta un modelo o una costilla. La perturbación en todo caso sólo necesita tiempo de soledad, dejar que la mente se haga su camino hasta la cabaña en medio del bosque, desde donde pueda únicamente escucharse el lamento de la lechuza como obsequio de lo desconocido. Dejar que las vértebras se acomoden, que las migrañas decrezcan, que la realidad aniquilante se vuelva vapores que salgan despedidos por la chimenea. Dejar que el desierto de la soledad haga su trabajo. La verdadera soledad y no la que padecemos entre los millones de almas en pena que circulan por todas las vías, por todos los caminos, por todas las calles, y que buscan clavar sus colmillos en nuestra garganta para hacerse un festín con nuestra sangre.
Y en ese retiro curarse las heridas, lavarse el espíritu como un perro bull-dog, dejar que los fluidos retomen su cauce, que la secreción encuentre su camino por los canales de la incertidumbre y se transforme finalmente en palabra escrita, y de ese modo, cerrar el círculo, traspasar mis propios límites, para contagiar a otro con mis pesares.

12/9/10

Crónicas de H. (6)

La pausa que H. hace al mediodía en su trabajo representa más una bocanada de aire que un momento de descanso. Sí, come. Sí, bebe. Y sí, se distrae un poco. Pero por sobre todo, dentro de ese límite prefijado de tiempo, puede dar rienda suelta a su idea de tener imaginaciones y sueños, esos mismos que son interrumpidos de lunes a viernes durante treinta y seis horas por semana, trescientos sesenta y cinco días al año a los que hay que deducir fines de semana, feriados, y vacaciones, y cada cuatro años adicionar un día.
H. no se preocupa por la originalidad de esas irrupciones a las que se ve sometido su cerebro, o su alma, como a veces se escucha susurrándose a sí mismo. Hacerlo podría resultar fatal. En un planeta donde se pregona tal cosa porque no existe, ni siquiera cuenta con la información necesaria para saber qué pueden tener de original las cosas que se le ocurren. En último caso responden a sus intereses particulares del momento, a su aquí y ahora. Ahí radica toda la posible originalidad, y ni siquiera es tan novedosa. Hic et nunc. Ay, sí, la suerte está echada desde antes que César atravesara aquel río. Pero él sale del edificio de su trabajo, en busca de su almuerzo, con la esperanza de convertir ese momento en algo especial. El signo de los tiempos, trabajo y el resto fantasear con que todo sea especial, único, digno de inscribir en los anales de la historia. Tal cosa se desvanece rápidamente una vez en la calle. Su empleo está ubicado en una zona de innumerables edificios de oficinas, de empresas, de bancos, que más o menos a la misma hora y como si se hubieran puesto todos de acuerdo expulsan a sus empleados para que recarguen energía e ingieran una suficiente dosis de cafeína que les permita mantener la concentración por un cúmulo de horas más. H. se convierte en un alfiler en movimiento en la casa de un costurero.
Con el paso de los años, o con el avance del progreso como algunos gustan de llamar, el principal enemigo durante ese breve periodo que puede llegar a consistir en sesenta minutos no es lo que la gente toma, sino lo que come. El progreso se ha convertido en un quirófano cuyo lema es dejarse llevar por los gustos más a corto plazo posible porque el cuerpo puede repararse como si fuera un auto. Mens sana in corpore sano. El progreso es muy selectivo en lo que a recordar el latín se refiere. Y así degluten infinitos pequeños granos de azúcar o de harina refinada, que son más o menos lo mismo, colorantes, conservantes, potenciadores de sabor, aromatizantes. Para las alergias, la gastroenteritis, el colesterol, los fallos del corazón, el exceso de grasas, la diabetes, la caída prematura del pelo, la destrucción de la piel, las falencias renales, las disfunciones sexuales, el estreñimiento, para todo, la ciencia se ha erigido en una efectiva pastilla o un cuchillo como respuesta a lo que ella misma se ha esmerado tanto en crear.
Frente a ese bloque inexpugnable que es el retorno diario al puesto de trabajo, H. y la masa de personas que pululan entre los bares, restaurantes, panaderías, y bistrós, sólo quieren una inyección que introduzca directamente sus aceites de placer momentáneo en el cerebro, una especie de droga que los coloque al menos unos minutos para estar despiertos, pero cuyos efectos serán soporíferos muy rápidamente, una vez de regreso, tras un pico de glucosa y una digestión acelerada. Ahí es donde la infusión elegida hará su acto mágico, mantendrá el cuerpo erecto y la capacidad de sinapsis medianamente activa.
H. siente algo así como una lejana intuición, un efecto demasiado retardado para comenzar a prestarle atención, y del que sin embargo logra escuchar un casi silencioso zumbido. La palabra adicción es la que se esconde tras ese mudo susurrar. Pero sus letras no llegan a unirse y dar significado, es como un cuarto donde no existe gravedad, ellas flotan libres dentro de los límites de su nave espacial en órbita, tocándose de tanto en tanto, pero sin llegar a ponerse todas de acuerdo en cuanto a la formación correcta. No hay peligro. No hay rebelión posible. H. es un junkie gastronómico entre millares. Eso hace todo más seguro. El que levanta la mano, el que trae el mensaje, suele ser la primera víctima, y con algo de suerte, puede volverse un mártir. Pero las inquietudes de H. no van por ese lado. Como dije al principio, H. quiere dejar que su mente se desprenda de su cotidianidad y se embarque en la dirección que los vientos soplen.
Por eso se apresura, va a su lugar predilecto, se empuja con tantos otros, escoge lo que quiere comer, ordena, pide que todo lo pongan en una bolsa, y sale en busca de un lugar tranquilo donde reposar y entregarse a la comida. Hoy todo ha salido bien y es posible gracias al buen tiempo, porque todo eso, y a pesar de que esté en mayor o menor medida calculado, puede suponer gran parte del tiempo de la pausa. Pues de acuerdo con el razonamiento de H. no constituye tiempo de pausa propiamente. A nadie se le ocurre que todo el tiempo invertido en acceder a lo que se quiere comer sea tiempo libre, sino sólo aquel en que come, o no se hace nada. Ni siquiera el tiempo en que la mente se aleja tímidamente de las presiones laborales es considerado por H. como tal. No tiene claro cuándo es el momento y no le interesa indagar por miedo a perderlo, pero sí sabe que hay un punto de quiebre en el que ya no piensa en lo que sus responsabilidades le dictan. Simplemente está caminando por el bosque de sus ideas, con las manos unidas a su espalda, moviéndose lentamente, admirando el follaje, los matices de colores, los rayos solares que se filtran sacando a relucir las hojas de los árboles o sumergiéndolas en oscuras sombras.
Al mismo tiempo su comida y su bebida están siendo consumidas en una suerte de procedimiento mecánico, ambas actividades sometidas al menor esfuerzo posible para que no interfieran con nada de lo que sucede en su interior. Sus sentidos se ven disminuidos, pero no por efecto de la ingestión de alimentos a la que como mamífero se ve condicionado, no todavía, ahora de lo que se trata es de prestar la menor atención posible a su entorno, porque ello es el mismo espectáculo que tiene ante sí cada día, incluidas las personas, algunas de las que conoce o bien por pertenecer al decorado perpetuo o por hacerlo a modo personal por sus tareas. Podría decirse que H. incluso sufre de algún tipo de miopía momentánea, las figuras van lentamente perdiendo formas definidas, se van convirtiendo en simple mezcla de colores sin contorno, como si repentinamente H. se colocara unos lentes que le permitieran ver todo como si fuera un cuadro expresionista que rozara lo abstracto.
No es relevante saber cuáles son los contenidos de esos pensamientos que visitan la mente de H., basta con que tú, lector, escojas de entre los tuyos. No es necesario describirlos ni pormenorizar, seguro encontrarás alguno que cuadre, que pueda formar parte de la textura de las viejas telas que se tejen en la cabeza de nuestro personaje. Ni siquiera es necesario que comiences a comer o a beber algo, o que te concentres en demasía. Algo cobrará forma y ya no podrá abandonarte, como esa idea que Tolstoi le metió en la cabeza a uno de sus personajes y con ello determinó su fatal destino. Pero nada de preocuparse, aquí no hay nada que no sea más trágico que la vida misma, es sólo una pequeña colaboración para que cada uno pueda sentir que redondea la andanza de nuestro caballero de la triste existencia. Yo ya tengo mi propia idea, y así, mi momento de comunión con el pobre H.
Mientras, y casi tan misteriosamente como H. se sumerge en sus propios vapores mentales, sin tener respuesta alguna para ello, siempre hay algún detalle que sorpresivamente lo devuelve al momento preciso en que tiene que regresar a trabajar. A veces es un sonido; como el ladrido de un perro, o el gorjear de un pájaro, o la estridencia de una bocina; a veces es la presencia demasiado cercana de una persona cualquiera; el cambio de luminosidad que produce una nube al interponerse en la línea del sol; el olor de algún plato de comida; o simplemente una de sus piernas que se le ha quedado dormida tras mantener su posición fija un largo rato y que por ello comienza a dolerle.
En ese instante, como si el mago chasqueara los dedos luego de haber hipnotizado a su voluntario de entre el público, H. vuelve a la realidad abriendo los ojos del mismo modo que si saliera del trance. Mira su reloj para constatar que la señal es correcta, que debe volver por donde sus pasos lo trajeron. Junta los restos de su pequeño banquete, y sin demasiada convicción da en mover sus pies, primero uno, después el otro, hasta convertirse en una persona más que camina entre tantas otras. Antes de ingresar en su edificio, H. piensa en detenerse en una de las cafeterías que tiene de camino para comprar otro café. No sé si lo hace o no. Mientras fui a buscarme uno para mí mismo y H. se me perdió entre la multitud.

4/9/10

A propósito de Elias Canetti (1905-1994)

Man hat kein Maß mehr, für nichts, seit das Menschenleben nicht mehr das Maß ist.
Elias Canetti

(El hombre ya no tiene medida alguna, para nada, desde que la vida humana no es más la medida)

Nowhere is Canetti a sterner moralist than when he sees abuses of power.
Julian Preece

(Nunca es Canetti un moralista tan serio como cuando ve abusos de poder)

Al margen de sus memorias y ensayos, el escritor búlgaro de origen sefardita y expresión alemana escribió miles de aforismos, sentencias y textos fragmentarios... el género que le hizo más popular a partir de ser galardonado en 1981 con el Premio Nobel de Literatura.
Elias Canetti, judío sefardita nacido en Bulgaria en 1905 y fallecido en Suiza en 1994, es considerado un autor clave del siglo XX...
Canetti huyó de Europa en 1939 junto a su esposa Veza, pues corrían peligro de que los nazis los asesinaran por judíos. Se instalaron en Londres, donde residirían durante más de veinticinco años. En el exilio, Canetti se obsesionó con la elaboración de un extenso estudio sobre las masas y su relación con el poder; con esa obra singular, con la que pretendía pasar a la historia como pensador ecléctico, quería "agarrar el siglo XX por el cuello". El macroestudio, titulado Masa y poder, vería la luz en 1960, pero los trabajos intelectuales para la obra duraron diecinueve años. Canetti leía sin parar, filosofía, sociología, antropología, todo le interesaba y lo agotaba. Para hallar "alivio mental" a semejante tensión, comenzó a anotar casi a diario "apuntes" sueltos que apenas si tenían que ver con la obra que lo obsesionaba. Eran noticias breves, rápidas e imprevistas consignadas en pocas palabras, que a menudo adoptaban la forma de sentencias y aforismos, de diversa temática e índole: el amor, la muerte, el género humano; observaciones sobre su entorno o sobre sí mismo, o también fantasías, esbozos literarios y hasta microrrelatos. Ramalazos de espontaneidad que en un principio compartía con Veza y que, al cabo del tiempo, continuó escribiendo para sí mismo, puesto que se convirtió en costumbre y en respiradero necesario. Poco tenían que ver los "apuntes" con sus "diarios" propiamente dichos, a los que también se consagraba -éstos verán la luz en el año 2024-; en los primeros no consignaba acontecimientos cotidianos, y huía siempre de la primera persona del singular.
Lichtenberg -uno de los maestros más queridos de Canetti por su arte para las anotaciones breves- aseguraba que si cualquier persona con cabeza consignara algunos de los efímeros pensamientos que se le ocurren a menudo, seguro que se sorprendería de su propio saber; así, Canetti, quien con esta técnica terminó por descubrirse a sí mismo y centrarse en medio de la realidad e irrealidad de cuanto lo rodeaba.

Andando el tiempo, algunos de estos apuntes vieron la luz, primero en una antología de textos del autor y, más tarde, a petición de un editor alemán, en una selección en forma de libro. Pero sólo a partir de la concesión del Nobel de Literatura en 1981, los Apuntes conquistaron a más lectores y fue a partir de esa fecha cuando aparecieron los libros que hoy admiramos. Con todo, lo publicado constituye apenas un diez por ciento del total de los "miles" de apuntes todavía inéditos. El biógrafo oficial del escritor, Sven Hanuschek, ha denominado a este cúmulo de anotaciones breves "el macizo central" de la obra de Canetti. En efecto, lo que comenzó como un ejercicio de oxigenación y descanso mental se transformó en un proceso ininterrumpido, en un "método" bastante anárquico pero muy eficaz de enfrentarse al mundo, a sus enigmas y sorpresas, en un modo de vivirlo, pensarlo e intentar comprenderlo. Para Canetti, como para Descartes, pensar era sinónimo de vivir. Y vida y pensamiento es lo que en suma contienen los apuntes, estos fragmentos de lucidez, cromáticos, desiguales, tan serios y solemnes o tan jocosos, y ya "tan de Canetti", maestro de la respiración breve y no de parrafadas de largo aliento; son, pues, ráfagas sapienciales de un pensador anárquico y libre, dotado del suficiente orgullo como para querer pensarlo "todo de nuevo" por sí mismo -y a partir de mil puntos diferentes-, "a fin de que todo se junte en una sola cabeza y vuelva a ser unidad". Nada extraño que en los Apuntes esté lo mejor de Canetti.

Fragmento del artículo cuyo autor es: L. Fernando Moreno Claros.
Fuente: El País de Madrid
http://www.elpais.com/articulo/ensayo/Elias/Canetti/pocas/palabras/elpepuculbab/20070303elpbabens_6/Tes Los epígrafes están tomados de: A Companion to the Works of Elias Canetti, edited by Dagmar C. G. Lorenz, 2004.
De las traducciones: No Land's Man.