15/4/11

Viernes: la larga noche.


Hoy todo es noche, no es posible imaginar otra cosa. Sinónimos. El viernes está en cada letra de la noche, como cada pensamiento y cada anhelo que quiere pronunciarlo. Es un poema desesperado, a la búsqueda de las tinieblas que vuelvan de colores a lo gatos, ese terreno tan cómodo y conocido, donde la realidad afloja un poco y nos deja jugar a los subterfugios, libres ya de ciertas cadenas, pero encadenándonos a nosotros mismos, irrecusables, imposibles.
El aroma a cereal tostado se expande por las calles que conducen el camino a casa, anunciando lo por venir, hundirse no a estribor ni a babor, sino a seis o siete grados de lánguido alcohol, formando y luego dejándose cubrir lentamente por la nube que indefectiblemente echará su lluvia sobre nuestras cabezas.
No veo el lucero del alba, busco sólo la belleza, la tuya, la que está convertida en carne, la que inhala y exhala, la que suda, la que golpea en respuesta. La que desde tiempos helénicos humedece mis sueños y me despierta con las sienes perladas, y que cuando abro los ojos no puedo descubrir entre las cada vez menos estrellas que pueden divisarse en las constelaciones amputadas del cielo nocturno.
En esta noche tan larga como tres días con sus noches; porque eso es el viernes aunque sólo una parte porte tal nombre; y que a veces incluso comienza antes; cuando Júpiter se ablanda un poco y cede el paso como quien está cansado de ejecutar un papel rutinario; en esta noche iluminada con faroles de burdel, estoy solo con mi viernes, en esta isla abandonada repleta de caníbales, donde el único negro es el negro de mí mismo que adivino colgado del espejo, tenue silueta de ese que quizá sea el que viva por mí, el que experimente mis sueños y padezca mis pesadillas, el único probable y verdadero yo, el que vive mientras yo estoy ocupado o pensando en otras cosas.
En este ocaso que me conduce quién sabe a dónde y del que saldré entre victorioso y derrotado cuando la alarma suene con el alba lunar, me dejo caer en tus brazos una vez más señora Freyja, anhelo la fertilidad para las tierras que no poseo para que así tus tierras o alguna habitación de tu palacio me cobijen cuando los huesos se cansen de arrastrarme por estos parajes.
Comienza el día más oscuro y largo de la semana. Yo me dejo transportar entre soporíferos rituales y falsas promesas de alegrías tan frívolas como pasajeras. Despuntan los primeros ritmos y las luces comienzan a extender su aura nada angelical y a reproducirse como infinitas luciérnagas endemoniadas que tienen como único propósito esconder mejor el mundo de las sombras, ese que se confunde conmigo como si no tuviera piel. No puedo decir que sea el fin de la semana, es tan sólo una escala en un viaje aéreo que cada cinco días aterriza en un nuevo y desconocido aeropuerto, para luego retomar la ruta, cada vez con menos turbinas en funcionamiento.

6/4/11

Miércoles: mercurial


Hoy es el destino un desatino, hoy es el día X, hoy me vuelco hacia el futuro tratando de recordar el pasado, ese cercano, el de los últimos días. Escucho a las voces dar gritos, pero no están lejos, están encerradas entre las paredes de mi cráneo. Quieren que reme más rápido, que el mercadeo semanal se transforme en un indómito pensamiento de semana que ya fue. Hoy es también el día de la música, que se va a transformar en una sirena enloquecedora entre la Escila de la noche y la Caribdis de la madrugada, mucho antes aún de que el demonio del mediodía muestre su cola. Y destaparé mis oídos para poder por fin gritar como el enajenado que soy, el que vive del otro lado de mi istmo, el que me mira cuando cierro los ojos. Y mi grito se volverá un canto único y sensual cuando en realidad nazca de una garganta y unas cuerdas que no serán las mías, mientras mis ojos, dos platos atónitos, exploren todo eludiendo cualquier explicación, esa suerte de veneno que todo lo que toca lo mancha de muerte.
Yo, que quiero ser yo y por eso no lo soy, y que si entonces no sé quién soy pero sé que soy alguien, y que en esa búsqueda vana me siento como el perro que persigue su cola hasta que al final es la serpiente quien la muerde. No sé qué quiero encontrar en esta vida transformada en eterno peregrinar cuando el destino sabido es está en un único aquí, mientras sueño en diferentes idiomas que dantescamente se transforman en políglotas pesadillas.
Hoy no es día para cazar, dejo mi lanza temeroso del lobo que ronda al acecho con fauces sedientas de miércoles. Pero marcho resignado a la lucha final, que es final para mí según puede leerse en mi frente. No me acompañan las valquirias ni la música del de Bayreuth, ya sé que alguien me vengará. Ya veo la barca que se dirige a algún punto desde el que el sol tiñe de rojo al mar, mis ojos ya cubiertos de sendos talentos y mis manos aferradas a mi única arma, esa palabra que siempre se me escapa.
En este hermético cenit de la semana siento miles de brazos que me abrasan pero ninguno trae un mensaje. Sólo exponen manos sedientas que exacerban la múltiple soledad que hay que sufrir en compañía. Son otros que así terminan por ser no otra cosa que yo mismo, abandonados a la buena del tránsito inhumano del tiempo, sufriendo por lo mismo, deseando lo mismo, y mirando el mismo estúpido reloj sin saber a qué hora sonará sin poesía alguna la alarma que represente a Fenrir.

3/4/11

Composición a través de la ventana

El cuadro que decora mi estancia es mi único suelo, lo que me revela esa pintura viva y cambiante es la única unidad que configura mi vagabundear. Cortadas mis raíces, hay un sólo terreno que me acompaña a donde vaya, ahora es mi patria. Puedo nadar en su mar azul o saltar de nube en nube, mientras las gentes se pelean por su trocito de tierra y yo me transformo en una estalagmita o un murciélago que despliega sus alas, ciego a eso que otros llamar mundo y que para mí no es más que otra cara de la cárcel del tiempo.
No me mojo los pies, y cuando la metamorfosis enfurece a los gases de la estratosfera convirtiéndolos en nubarrones, me vuelvo su compinche y juntos orinamos todo lo que está quieto y todo lo que se mueve, mientras en realidad es para nosotros todo fiesta y diversión.
El diseño de mis alas se muestra resistente a los embates del sol porque no está hecho de soberbia y así el aceite que une mis plumas no se derrite. De todos modos son un simple accesorio inútil, pues tengo los pies bien plantados sobre el cielo. No necesito ruedas, en este universo que algunos llamarán invertido todo cobra significado y funciona acorde a leyes sin nombre porque la verdadera materia que todo lo compone desconoce qué cosa sea la moral, una palabra más entre otras que nace de la estulticia de primates supuestamente evolucionados para creer que sus caprichos tienen posibilidad de seguir un orden o de ser controlados. Todavía no ha nacido la palabra que haya detenido siquiera una unánime bala, en todo caso, cobijada tras la fachada de una idea, ha invitado a jalar el gatillo en más de una ocasión.
Debo seguir mis viajes, arrastrado por los vientos que a través de la ventana me transportan como en una cinta mecánica mientras la fuerza de gravedad me despeina y quiere tirar de mí, para colocarme grilletes atávicos que poco a poco cobrarán ánimo suficiente para ir tiñendo mis cabellos del color de las nubes que ya quisieran que un día yo abandone.

2/4/11

Sábado: caprichos bajo el sol


Las lenguas doradas que caen del cielo y primero me lamen dulcemente terminan por devorarme convirtiendo mi hado en el de cualquier hijo de Saturno. Siento el trazo de Goya perfilando mi silueta, sobresaliendo lo que no se ve, lo que ya no es más que un puré y no puede ya llamarse siquiera carne, escondido tras los ojos furibundos del dios cronológico.
No puedo guardar reposo, en este día que ahora no puedo determinar si es el sexto o el séptimo, mis ensoñaciones nada retro me invitan a viajar por los siglos y pensar lo último, sólo como ungüento intelectual para imaginar que el suplicio tiene un fin, aunque sólo sea el fin de la vuelta del engranaje que vuelve a comenzar el ciclo.
No sé si en la tradición talmúdica estará considerado el trabajo mental al que el sábado me somete, que nada sabe de descansos y se ensaña hasta hacer salir humo por mis orejas. No sé si las procesiones internas están contempladas, porque añejos pasos descalzos pueblan mi cabeza infatigables y el resonar de los pies contra el suelo recuerda ritmos africanos y animales salvajes.
No hay nada que me invite al reposo, la quietud corporal me agota y presiona con sus sutiles dedos el contorno de mi cuello mientras la sangre pugna por transitar hasta poder regar los jardines de mi cerebro. Mi único consuelo sea, tal vez, la llegada de mi salvador, que con su égida, y amparado en la complicidad de las sombras, se lleve al hijo del cielo lejos de mi presencia.