20/9/09

El uno y su despropiedad


¿Sabes que acaso te está hablando un muerto?
Eduardo Darnauchans


Tengo, qué se yo, treinta y pico, por caso. Tengo cosas. Algunas cosas que son cosas y otras que no lo son. Recuerdos, anhelos, sensaciones, sentimientos. Algunas son como anfibios y pasan momentáneamente de un estado a otro. Una angustia repentina, pequeña o grande no lo sé, se transfigura como por arte alquímico en una lágrima. Una alegría o una palabra graciosa en una sonrisa. La mesa que se cruza en mi camino y me golpea la tibia, en dolor y automática puteada a la mesa, a la copia mimética de la mesa y hasta a la propia mesa eidética. Todo eso pasa, no siempre lo veo o lo siento, pero pasa. Y todo lo que poseo me muestra una sola cosa. Esa maldición. La repetición de los objetos, de las acciones, de las sensaciones. De todo eso que gusto llamar lo que me define, que con vano orgullo doy en llamar in-dividuo. Nada me es ajeno, mas nada me pertenece. Pero, ¿qué queda detrás? ¿Otro Ulrich sin atributos acaso? Aunque ya nadie se acuerde de él. Quizá sea ese también mi destino. Y cuando escribo destino, escribo sobre la repetición del destino. Repito y me repito. Casi como autocitarse. Pero, ¿qué queda? ¿Qué queda cuando desmenuzamos esas características que tapan al personaje, cuando separamos la paja del trigo, y los dramatis personae desaparecen del proscenio para en su camerino de madera recibir las flores que los despiden de este teatro del mundo?
No existe tal vez nada más triste que estar ahogado en un momento de soledad, soledad exceptuada no más que por lágrimas que se empeñan indiscriminadamente en mojar todo a su alrededor, mientras buscamos tal Annas Kareninas el tren bajo el cual arrojarnos, pero que indefectiblemente nunca pasará por nuestra habitación que está en nuestra casa que está en el centro de una ciudad sin estación. Y en el medio de ese buceo forzado, no intuir, sino saber, saber a ciencia cierta, que en ese momento, en ese preciso momento (no importa cuál sea el punto de la historia, todo no es otra cosa que un parpadeo del que Es) hay alguien, un otro, que llora desesperadamente, en otra habitación que está en otra casa en el centro de otra ciudad sin estación, esperando otro tren que le clave su faro ciclópeo para que ese salvaje haz de luz lo transporte en un instante a la más profunda oscuridad. Y que todo eso; la persona que no importa quién o cómo sea, la situación, su pasado presente y futuro, todo y sin excepción; que todo repito, sucede exactamente por las mismas razones. Y así, sin que el uno sea el otro ni el otro el uno, nada pertenezca a ninguno, ni el más mínimo resquicio de eso que vanamente llamamos yo. Yo a secas.
A secas pero un río. Un leteo río que no es el mismo una vez que bebes de sus aguas, pero que sin embargo inútilmente me encapricho en llamar tal, a fuer de no morir como Funes, sepultado por cada río, por cada gota de agua de cada río, por cada árbol, por cada hoja de cada árbol, por cada estrella.
Escribo y al escribir, al transformar esa argamasa que viene de quién sabe dónde, significa que también dejo de pertenecerme y que cada letra se transforma en mí, que yo no sea más que un poco de tinta distribuida de cierta manera. Y los ojos ajenos se posan sobre mis letras desnudas que no saben cómo cubrir su intimidad, cada letra como un nuevo momento de zozobra, de aclarar para oscurecer. Pero esas extrañas criaturas sí salieron de mí, están afuera ahora y se relacionan dando lugar a formas jeroglíficas para las que no tengo piedra roseta, y se escinden sin despedirse. Son yo, no cabe duda, pero para que eso suceda, al mismo tiempo y de algún misterioso modo, el precio que debo pagar es dejar de ser yo.
Y sin embargo lo escucho venir, aún no veo su luz ni escucho su pitido. Es el inconfundible chirriar del metal contra el metal. Hay un otro que también lo escucha, lo reconoce, levanta su rostro y lo deja inundar por el rayo de luz. Es mi tren. Viene a buscarme. Se aproxima, y con él, con ese imposible armatoste…

3 comentarios:

  1. Una angustia repentina, pequeña o grande no lo sé, se transfigura como por arte alquímico en una lágrima" Me encantó! Felicitaciones!

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  2. "Es el inconfundible chirriar del metal contra el metal. Hay un otro que también lo escucha, lo reconoce, levanta su rostro y lo deja inundar por el rayo de luz. Es mi tren. Viene a buscarme"
    Me encanto!!
    Puedo intentar traducir alguna de tus prosas al ingles? Entre en un Creative Writing y me gustaria usar tu material...
    Abrazos desde Budapest, y espero vos y Paula puedan visitarme pronto!!

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  3. Gracias por leer-me con atención.
    Nati: el honor es todo mío, faltaría más... sería buenísimo ver cómo queda.
    Sobre Budapest, yo por mí me tomo el tren ahora mismo, ver Buda desde Pest, Pest desde Buda, y la sombra de Kertesz iluminando sus rincones... en algún momento que espero más próximo que lejano se concretará. Besos.

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