22/6/10

Crónicas de H. (1)

H. se despierta. Con cierta dificultad se levanta y se acerca a la ventana, mueve las cortinas para descubrir que las nubes se mantienen en el cielo un día más, como si fueran parte de la propia tierra y giraran con ella, o simplemente fueran el universo inamovible para estar siempre en el mismo lugar sin prestar oídos al movimiento de rotación planetario. Se restriega los ojos como queriéndose sacar el pesado sueño a través de la operación de los nudillos, pero sólo logra remover parcialmente las fangosas lagañas. Siguiendo la rutina va al baño, come algo, y sabiendo que tiene tiempo, regresa a la cama, a aprovechar esos cinco minutos más. Recuesta la cabeza sobre la almohada, ahora colocada de modo que su cara queda de frente a la ventana. Desde su posición puede ver el cielo, o mejor dicho, una gran nube que se interpone, y las copas de los árboles.
H. vive en un país que no es aquel donde nació. Esa retina artificial a la que denominamos ventana, ahora le permite ver algo que le hace olvidar donde está, puede ser cualquier lugar, el que añore en el momento, el que responde a la realidad, el que soñó la última noche, aunque ahora sólo sea un recuerdo confuso. Le gusta jugar con la idea de estar donde se le ocurra, no como un juego imaginado pura y exclusivamente dentro de su mente, sino creyendo que ese entorno, ese pedazo de mundo exterior, puede realmente ser lo que él quiera.
Gira la cabeza y sus ojos dan con el espejo que refleja parte de la imagen de lo que viene de fuera, pero el cambio de ángulo le permite divisar los techos de algunas casas, lo que lo trae irremediablemente al único lugar que ocupa físicamente. No es un lugar del que necesite evadirse, es más el gusto por moldear la realidad a su antojo y por unos minutos, que pretender que algo es lo que no es. Como un fotógrafo que desecha un ángulo por considerarlo inadecuado, H. vuelve a enfocar sus retinas en dirección a la ventana. Afuera se escucha el canto de algunos pájaros. El trinar es indistinguible para H., le permite continuar con su representación, excepto cuando se trata de los cuervos. Pero por suerte no se escucha ninguno esta mañana.
Atado a la cama se siente como aquel escritor que comenzó a transcribir todo lo que le dictaba la memoria de su vida, independientemente de si era verdad o fábula, o tan sólo una transformación del dictado de la voluntad de su conciencia y de los caprichos de sus recuerdos. Pero H. sabe que no fue hecho para escribir, en todo caso, se siente más un personaje literario, alguien sobre quién escribir una historia, o varias.
Su día, gris. Sus pensamientos desde hace días, grises. La ropa que se pondrá en unos minutos, también gris, a excepción de los zapatos. Parece que todo cobra ese color. Pero H. se corrige, y suelta: acromático; se dice a sí mismo recordando el eco de alguna vieja clase al respecto, como si se tratara de una respuesta que debe darle a alguien; si consideramos que el gris es tan sólo una seña de debilidad, a veces del blanco, a veces del negro, según cómo se mire. La idea de sus propios pensamientos le recuerda que estos están recubiertos por la materia gris, y ve a la realidad tan sólo como una extensión de ella, como un gran cerebro que invade todo con sus tonos y sus circunloquios, y que a su vez le hacen acordar al diseño kilométrico de los intestinos apilados en el estómago. De nuevo, el mundo ideal estampado contra los objetos, en una suerte de unión asexuada donde los límites entre uno y otro no existen. La única nota que de repente lo distrae y le recuerda que tiene que levantarse y esta vez aprontarse para irse, es el verde de las copas de los árboles con su suave ondular, causado por los anuncios de un tiempo falsamente primaveral. De la película en blanco y negro que H. está proyectando, dichos árboles aparecen como una parte retocada o restaurada. Se pregunta si en algún momento comenzará la música, como en aquella versión de Metrópolis. Pero no, mientras se formula por qué es que fantaseamos con el lenguaje otorgándole colores o ausencia de ellos a nuestros sentimientos, se incorpora, se viste, se prepara el café para tomar por el camino, y recuerda que la escala de colores es percibida de modo diferente por los perros pero sin poder hacer memoria del rol que juega el gris en su percepción. La información no viene al caso y es desde todo punto irrelevante, pero como tantas relaciones establecidas de modos insondables, apresura el paso antes de preguntarse de qué madriguera habrá salido tal asociación de ideas. De lo que sí está seguro es de que su olfato no está tan desarrollado, y así, al salir por la puerta de su casa, se zambulle en otro día que comienza.

3 comentarios:

  1. excelente! pude sentir todo con el personaje. H. ¿será el nuevo Sr. K?

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  2. No me gusta ser redundante, pero a veces no me dejan margen... como ahora, que desde hace tiempo cada vez que entro a este blog el autor me maravilla con su estilo, tan "cinematográfico" que me hace ver, sentir, con el personaje... ¿no soy original, Iani? Lo lamento, con vos soy repetitivo, pero no me cansa, al contrario, me fascina...

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  3. Gracias por los comentarios, fieles seguidores... En este caso la repetición, José, es una fuente de alegría si despierta esas palabras. Espero lograr que te sigas repitiendo...
    Abrazos,

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