6/8/11

Manifiesto de la frustración


No escribo lo real. Mis pensamientos no son una réplica de lo que deben ser. No es así, nunca lo fue. No lo será. La perturbación es constante. Y todo ese invento entonces es vano. Y sin embargo peligroso. Mortal. Hoy no hay lugar para endecasílabos, octosílabos o márgenes justificados. Con monosílabos alcanza. Total, todo es mentira.
Las culebras ya comenzaron a salir de su guarida adornada con labios y dientes. Hacen de las suyas mientras yo me desentiendo. Unas son venenosas y las otras simples placebos.
El carpintero aquel hablaba del olvido del ser, pero todo no es más que el olvido de sí mismo. Un gigante edificio laberíntico que no deja de crecer desmesuradamente y que cada vez necesita más profundos cimientos. Pero debajo no hay nada, ni un elefante, ni una tortuga, ni absolutamente nada. Tampoco hay arriba, lanzar la flecha a los cielos es una quimera y Babel la única realidad en la que todos estamos perdidos.
La imagen desfigurada me trae una y otra vez la misma visión, tal vez un recuerdo futuro. El espejo, sí, él otra vez. Ese experto en reflejar mi miseria sonriente, es una suave pieza de seda que mi mano estruja por una de sus puntas y tira tan fuerte y rápidamente como sin destreza con la vana ilusión de que detrás, sí, ese detrás, por fin muestre lo que tiene que mostrar. Capa tras capa los tules reflectantes se suceden en caída y yo voy quedándome todo ojos, viendo cómo me transformo en ¿qué? A lo sumo en una patética imagen que podría recordar al retrato que cierto joven irlandés escondiera en su altillo. Cada lámina que arrojo me acerca a algo que no puedo más que olisquear, intuir, todo lo necesario para confirmar como en cada momento vital que todo es palabra, un simple palo de madera metido en el agua que parece la realidad pero que verdaderamente está torcido de nacimiento.
Delante tengo a un viejo desesperado por morir, lo más similar al Saturno de Goya que haya alguna vez visto, pero que no devora a sus hijos, muerde sus palabras, las que dijo, las que leyó, las que oyó, y las por venir también. Todas son culpables de ser lo que soy. Sé que alguna se salvará y se convertirá en el puñal que termine el trabajo.
Mientras tanto, como gusanos se expanden, horadan su camino, comienzan a gestar los rancios aromas de su contacto con la carne fétida que atrae a las moscas. Esa es quizá la única realidad.
Las palabras se convierten en tensos ligamentos que me descuartizan en todas direcciones y dejan al descubierto lo que nunca hubo. Como ratas abandonan el barco y se atajan de la pieza flotante más cercana.
Mis dedos de uñas descascaradas y ya ni siquiera sanguinolentas pretenden arrancar una lámina más de ese espejo ora duro como metal ora fino y delicado como el lienzo que yo imaginaba era el paisaje de mi vida. Están casi a punto de dar el puntillazo final. Tocan ya el extremo. Creo escuchar un suave suspiro. Es mío. Se materializa frente a mí como si fueran puntos suspensivos. De repente, todo es negro. Otra mentira.

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