20/8/10

Algunas clases que me perdí

No sé por qué no me enseñaron que Salsipuedes y que Rivera, yo sé del Éufrates y el Tigris, Mesopotamia más famosa que la del Paraná y el Uruguay. Yendo por los ríos de la vida siempre descubrí junto con el Oscuro que nunca me baño siendo el mismo, hoy portando lágrimas faraónicas traídas especialmente desde el Nilo, que en su delta tuvo a bien crear una biblioteca y destruirla para que luego se escribieran infinitas bibliotecas sobre ella.
Puedo entender cómo comprar un ticket de tren en quince idiomas, pero no logro entenderme a mí mismo en ninguno. Me enseñaron a pronunciar la erre que erre y la ese y la zeta, la be larga y la ve corta, para que después cada cual las pronuncie afín a su capricho, pero no me enseñaron que un día iba a tener que viajar sin boleto de regreso por la sencilla razón de porque porque y porque. Ahora puedo pedir una cerveza en sendos idiomas y tratar de olvidar el detalle a la hora de dejar que mi cabeza navegue por los oscuros mares de mis sueños.
No me enseñaron a llorar a los muertos que cayeron a manos de los que pasaron antes que yo por el costado oriental del río Uruguay, pero reniego de estos últimos como de los que se dejaron seducir por los Stalin, Hitler, Custer, Pol Pot, Franco y amigos, textos repletos de biografías sobre ellos, sin tener cabal idea de quién pueda haber sido José Gervasio Artigas. A duras penas aprendí que lo que me querían decir es que la historia se puede contar como si no fuera algo que hicieran las personas, como un ente independiente, pues ya se sabe que la naturaleza no es responsable de nada, que reposa más allá del bien y del mal, llámese volcán, maremoto o tsunami. Y así, la historia galopa sobre las páginas de los textos oxidados como si otros, seres desconocidos a los que nadie llamaría antepasados, la hubieran puesto en práctica. Al conjunto le llaman tradición, que, en mi mala traducción, no significa otra cosa que traición.
No me enseñaron que al fin y al cabo todos somos personas, cada uno con sus mañas, y que estas mañas cuando populares, se llaman normalidad. Me mostraron el mundo como quien hace un paseo por los pasillos del Louvre, un gran edificio palaciego lleno de maravillas dignas de admirar, incluida la Venus desmembrada pero bien alimentada, hasta que un día vi como cargaban los restos irreconocibles de un ser sin carnes cuando la liberación de los campos de concentración, siguiendo sin entender como sus huesos lograban mantenerse unidos. Debe ser que falté a alguna clase de Anatomía también.
Al final me arrojé a los mares, pero carente de épica, me subí a las alturas en esas aves rapaces que cuando bajan te dejan en manos de centros de pérdida de la dignidad y la identidad, aunque claro, todo en pro de la propia seguridad. Allí todo se divide en control y centro de compras, y donde todos son víctimas de ser criminales en potencia. Pasada la prueba uno recupera la persona que era, o eso cree, y puede ir a buscar sus maletas, adquirir un perfume dudosamente más barato, y comer más caro. Ah, también hay baños, nada más práctico para después de un momento de estrés.
No me enseñaron que los buenos modales pueden ser tan sólo una seña de debilidad a los ojos del escrutador o del simple transeúnte de cualquier ciudad, cuando lo que mejor funciona es un simple codazo y sin disculpas (más bien como poniendo cara de eso te pasa por meterte en mí camino), pero por suerte en las horas de aprendizaje fuera del aula pude tomar algunas notas y evitar que me vendan algún que otro buzón, aunque ya tengo varios en mi haber y sé que inconscientemente tal vez procuro venderle alguno a otros desprevenidos, pero más por hacer lugar en mi vivienda que por hacer mal, ya que sumo tal vez demasiados bártulos de todo tipo, problemas, y cuentas, y olvidos, e historias sin terminar, y estrellas fugaces a las que se les ocurrió hacer un alto en el camino.
Creo que quiero abandonarme a los designios de la generación y la corrupción, quiero vivir mi vida geocéntrica y reposar mis huesos hasta que el determinismo o la casualidad decidan qué quieren hacer de mí y conmigo. Quiero convertir mi alrededor en una montaña del rey, y darme a pasear unos minutos como solía hacerlo el de Königsberg, que como por allí no brillaba el sol, tenía la delicadeza de pasearse todos los días a la misma hora para que las buenas gentes pudieran adivinar qué hora del día tocaba. No puedo prometer puntualidad, pero al parecer no se precisa ir muy lejos para aprender unas cuantas verdades sobre el planeta y sus habitantes.

2 comentarios:

  1. ¡Qué reflexión! La verdad, no sé decirte si estoy de acuerdo o no. Creo que con algunas cosas sí y con otras no, pero la verdad es que me sorprendió leer algo así. Gracias por compartir esta reflexión.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias Mauricio por tu comentario. Creo que hay algo de estado ideal en que no todo sea visto como posible de compartir, sea en su totalidad o en sus detalles. La duda es también por cierto más que saludable para la actividad intelectual. Ese momento en que algo que no entendemos muy bien qué pero que nos invita a oponernos de algún modo que tampoco terminamos de entender.
    Abrazo,

    ResponderEliminar