"REFORMARSE ES VIVIR... Y desde luego, nuestra transformación personal en cierto grado ¿no es ley constante e infalible en el tiempo? ¿Qué importa que el deseo y la voluntad queden en un punto si el tiempo pasa y nos lleva? El tiempo es el sumo innovador. Su potestad, bajo la cual cabe todo lo creado, se ejerce de manera tan segura y continua sobre las almas como sobre las cosas. Cada pensamiento de tu mente, cada movimiento de tu sensibilidad, cada determinación de tu albedrío, y aun más: cada instante de la aparente tregua de indiferencia o de sueño, con que se interrumpe el proceso de tu actividad consciente, pero no el de aquella otra que se desenvuelve en ti sin participación de tu voluntad y sin conocimiento de ti mismo, son un impulso más en el sentido de una modificación, cuyos pasos acumulados producen esas transformaciones visibles de edad en edad, de decenio en decenio: mudas de alma, que sorprenden acaso a quien no ha tenido ante los ojos el gradual desenvolvimiento de una vida, como sorprende al viajero que torna, tras larga ausencia, a la patria, ver las cabezas blancas de aquellos a quienes dejó en la mocedad.
Cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes."
José Enrique Rodó, "Motivos de Proteo"
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Es una pena que por alguna extraña e injusta ley no escrita las páginas de este escritor estén destinadas a acumular polvo en perdidos anaqueles.
Un día estaba sentado en una sala de cine de Sheffield. Cuando salís de tu sobreentendido entorno natural, la relación entre lo que hacés y por qué lo hacés pasa a un plano primario. Si hay una cosa que extraño de Montevideo es la Cinemateca, formaba parte de mi rutina. Ese monstruo es un fenómeno inigualable, considerando las experiencias posteriores en otros parajes. Por una ridícula suma de dinero uno puede ver “hasta 100 películas” a lo largo del mes. El catálogo; donde frenéticamente cada principio de mes todo interesado recorre página por página para ver qué programa incluye la agenda, establece estrategias, debate interna e interminablemente cuando dos películas coinciden y no es posible ver las dos; forma parte de una costumbre tan aneja como desayunar algo humeante mientras la tinta del diario nos mancha los dedos. Los últimos catálogos que conozco lo hacían también, porque la calidad de los mismos cada vez era inferior, pero como cuando se trata de los diarios, ahí estaba parte de su encanto. Existe un grupo de la sociedad que se reúne de un modo extraño alrededor de la oferta cinematográfica, es casi como una secta, y uno aprende a reconocer rostros, sonidos, y hasta manías en ese asistir al cine que no deja de ser anónimo. Uno está rodeado de gente, pero completamente aislado en la oscuridad, más creo yo que en el teatro, donde es más común asistir acompañado. Ver cine es casi como leer. De hecho conozco personas que tienen cines privados, si bien a pequeña escala, pero, ¿qué es pequeña escala luego que uno ha presenciado películas como El Séptimo Sello en la Sala II de la calle Lorenzo Carnelli? La pantalla minúscula, un pobre parlante parado solitariamente delante sobre el suelo, unas pocas y viejas butacas, y los cartones de huevos oficiando de aislantes acústicos colgados de las paredes, la puerta de ingreso a un lado de la pantalla, la odiosa entrada de los impuntuales montevideanos crónicos, que gracias a ello y a la pereza de cerrar la cortina dejaban filtrar luz, ese enemigo cruel del vampírico séptimo arte, los chistidos, las quejas ulteriores. En ello reside precisamente el encanto de una de las salas más peculiares de la ciudad, porque convertía a cada película en una experiencia inigualable, un viaje en el tiempo, donde era imposible prever que podría pasar. A veces eran las propias películas, que por viejas tenían tales defectos que no resultaba posible verlas, o su audio inescuchable o inentendible.
Un día estaba sentado en una sala de cine de Sheffield. No había llegado tras una ardua selección entre miles de películas. En Inglaterra aprendí a elegirlas meticulosamente, porque a pesar de que hay salas donde se cultiva el cine arte, o cine de autor como gusta de decirse ahora, los precios distan de ser del todo populares si realmente se desea no ya ver cien películas, pero sí unas razonables seis u ocho al mes, pongamos, sobre todo si la visita es en pareja. Para empezar, el Showroom de Sheffield, uno de mis lugares preferidos de la ciudad, distaba de ser la Sala II de Lorenzo Carnelli, con sus cinco salas ultra modernas, sonido Dolby en varios altavoces distribuidos a lo largo y ancho de sus paredes, donde no había ni el más mínimo indicio de que los aislantes fueran cartones de huevos. Sumado a eso una cafetería, un restaurante de diseño, más un club (algo casi cercano a una discoteca, sin serlo) con música groovy y electrónica para chicas trendy con mini y chicos under con lentes, en su mayoría universitarios, probablemente la inteligentsia local, y en algunos casos, probablemente internacional, quien sabe, había gente de todos lados por ahí.
La película se titulaba Gegen die Wand en su original alemán (en español Contra la Pared, en Sheffield; como en toda Inglaterra; respondió al nombre de Head-On, a pesar de que hay otra película que se llama Head On sin guión y es sobre griegos en Australia). Es sin dudas una película que aun gustando o no, no deja a nadie indiferente, que odiás o amás, en otras palabras: arte, verdadero arte. La estructura, los personajes, la historia, y la música como un personaje más, con un rol particular asignado tan importante como el de los actores, conformando diría ya hasta parte del libreto. Yo, con mi cultura principalmente europea, pero proviniendo de Uruguay, estaba en una sala de cine de Sheffield, viendo como los personajes alemanes de origen turco convivían con una sociedad alemana que los lleva continuamente al límite. Yo entendiendo todo intelectualmente pero no completamente en la vida diaria que me tocaba vivir, cuando las palabras y los actos son la propia motion picture de la vida, cuando interpretar se vuelve más notorio porque no todos los códigos son tan fácilmente reconocibles, como si hubiera un desfasaje donde la teoría explica la realidad, pero el experimento de la vida práctica siempre opone alguna resistencia que nos hace dudar del punto de partida, que nos testea de continuo, que no nos deja descansar, que nos obliga a elegir continuamente el vocabulario hasta estar seguros de que se corresponde con la situación, de adoptar la pose correcta, de gesticular de cierto modo que no conduzca a equívocos. Y allí estaban, la chica turca que quiere dejar su conservadora vida turca a costa de lo que sea, para vivir como una chica alemana; y el hombre turco, que en realidad es alemán y no quiere saber nada con sus orígenes. Ser de o no ser de, quizá esa es la cuestión. Creo que haber visto la película donde la vi caló más hondo, puede que en Montevideo sólo la hubiera apreciado como una buena película más, una de mis favoritas tal vez, pero desde el falso refugio que nos prodiga el pedazo de tierra que entendemos propio y que en definitiva no lo es. Vivir en un lugar que no sentimos propio, cómo afecta eso a cada persona. A Sibel y a Cahit, personajes de Gegen die Wand, los llevó al camino de la autodestrucción. Si bien sobrevivir a ella puede significar una redención, creo que al fin y al cabo sólo lo podemos apreciar en el caso de él, aunque más bien puede sostenerse que ambos terminan esclavizados por sus actos, ya que como reza la canción que acompaña los créditos finales, life’s what you make it (tema de Take That soberbia y rockanroleramente interpretado por los alemanes Zinoba). Pero esto es lo que se procura cuando se plantean situaciones extremas, mostrar más crudamente lo que no notamos cuando los tonos son más grises, cuando no nos damos a conciencia contra la pared. Nunca sabremos a ciencia cierta el precio real de hacerlo o mantenernos fieles a una vida ajena a actos extremos.
El tema comenzó de cualquier modo a presentar interés, porque en este nuevo siglo que algunos llaman de las migraciones; como si el hombre no lo hubiera hecho desde siempre, pero que si lo hacía antes era un nómada que entra en una clasificación que responde a las leyes de la evolución; fui encontrando películas que en mayor o menor grado han llamado mi atención al respecto. Exils (Exilios) del director Tony Gatlif, nos presenta a una pareja de franceses de origen argelino que deciden emprender a través de Francia y de España el retorno a la tierra de donde es su familia. Siendo su director músico, es su propia música nuevamente en esta película un personaje más. Al final podemos ver que estos franceses argelinos, son en definitiva argelinos cuando están en Francia, y franceses cuando están en Argelia.
Princesas es una excelente película española, que tiene como personajes a dos prostitutas que se hacen amigas. Una es española, la otra es centroamericana. La segunda representa al gran porcentaje de latinoamericanas que se ven forzadas a ejercer la prostitución debido a su situación que unos llaman ilegal, otros irregular, otros indocumentada, y que no dejan de ser meros eufemismos para rebajar a las personas de su condición de seres humanos simplemente porque han cruzado una frontera. Acá no se trata de dos personas de diferentes nacionalidades que simplemente se cruzan por los azares de la vida. Acá de lo que se trata es de los universos paralelos que pueden existir en un mismo lugar. Pero hay un momento clave que conservo, un diálogo que resume una forma de ver el mundo, sobre la forma, como decirlo, patéticamente ignorante y reduccionista de muchas personas, muchas personas que son europeas. La española, que no hace saber a su familia a qué se dedica, invita a su amiga a comer en familia, y la madre de esta en cierto momento, conocedora de su origen centroamericano, le pregunta a la amiga si viajó a España en patera. La patera, pequeña y precaria embarcación que se ha hecho famosa en los últimos tiempos, significa no sólo el calvario de muchos africanos que se arriesgan a cruzar el mar desde el norte de África, sino también su tumba. Lo triste no es imaginar que una persona postule tal pregunta, que imagine que alguien puede atravesar todo el océano Atlántico en algo así, sino que representa un pensar que muchas otras personas tienen. Posiblemente no las personas que asisten a ver películas como Princesas, por eso en su momento se pudieron escuchar muchas risas, la risa de lo ridículo pero tan próximo.
A veces las películas (quizá siempre, no lo sé) presentan aspectos cinematográficos hasta fuera de ellas. Una persona que estudia medicina y cierto día decide recorrer América, luego de salir de su entorno choca con una realidad para él desconocida a tal punto, que la experiencia sentará las bases para su transformación en quien posteriormente conoceremos como el Che Guevara. Inspirado en su diario personal, la película es la conocida Diarios de la Motocicleta. La realidad de una clase media argentina, como supo serla también la uruguaya, distaba mucho de la desigualdad social, el esclavismo, la falta de sanidad, y todo un sinfín de injusticias que Ernesto Guevara fue encontrando por su viaje sudamericano. La música, otra vez personaje, lo es quizá más por la anécdota que acompañó la ceremonia de entrega de los premios Oscar. El músico y compositor es uruguayo, se llama Jorge Drexler, y su canción ganó el premio a Mejor Composición Original. Como él no era conocido en el medio estadounidense, a la hora de la ceremonia se optó por la dupla Carlos Santana y Antonio Banderas para su interpretación en vivo. A modo de lección, cuando subió a recibir su estatuilla, Drexler no utilizó su tiempo en agradecimientos, sino en entonar a capella unas estrofas de su propia canción.
Otras veces no hay que ir lejos para experimentar lo ajeno. Acá en Munich se está por estrenar una película uruguaya, que se titula El Baño del Papa. Hago la referencia a su estreno (aunque ya pasó por el festival de cine uruguayo a principios de año) porque la titularon en alemán “Das große Geschäft” (El Gran Negocio). Si se conoce la temática, puede entenderse lo acertado del título, como a mí me pasó, si además uno averigua que “el gran negocio” también es una forma idiomática que los alemanes tienen para referirse a una de las necesidades que hacemos cuando acudimos al baño, la interpretación (ya que no la traducción) al alemán merece un aplauso. Recuerdo que cuando la vi me llevó tiempo asimilar la realidad con la que había entrado en contacto a través de la historia que allí se presenta. No era que no lo aceptara, como es común cuando alguien ve desde una perspectiva ajena algo que no le gusta acerca de algo ya conocido, es que me planteó la pregunta de si eso era en Uruguay. Y sí, era. Una nueva representación de lo Unheimlich.
Las decepciones también tienen su presencia. Babel, la aclamada, es un muestrario disparatado de algo que de tan obvio no merece ni contarlo, todo hermosamente presentado, excelentemente filmado y muy bien acompañado musicalmente, pero lleno de estereotipos y de una búsqueda descabellada de la interconexión que existe entre diferentes eventos del mundo “globalizado”. Los contenidos son amablemente dejados a un lado, los personajes son casi tan desconocidos antes como después de la película, y con ello, como turistas que pasamos por alguna ciudad histórica sin tener una idea de su historia, pensamos que adquirimos conocimiento por ósmosis o gracias a un par de anécdotas deformadas para endulzar los oídos extranjeros. Las relaciones causa-efecto son tan forzadas que Hume se debe aún estar desternillando de la risa mientras en algún lugar del universo juega infatigablemente al billar, porque Babel no es metáfora de nada.
Si bien puede parecer contradictorio, es justamente otro tipo de decepción lo que puede ser positivo. En The Last King of Scotland (El Último Rey de Escocia) la trama inventa a un joven doctor galés que viaja a África, más precisamente a la Uganda de Idi Amin, y allí se convierte en su doctor personal. La excusa es presentar un excelente retrato de la figura de Amin, maravillosamente interpretado por Forest Whitaker, un actor que personalmente me encanta. Pero hay varios elementos que dejan en evidencia lo decepcionante que puede ser la forma de entender la realidad allende las fronteras de Europa de un europeo medio. Amin, sin lugar a dudas, es un ser bestial. No es posible disentir sobre este punto. Pero el joven doctor que parte para salvar y ayudar a los pobres necesitados, tal como lo presenta la historia, no lo hace más que por escapar a estar bajo el zapato paterno. Completamente desinformado de la nueva realidad que lo circunda, va por el mundo persiguiendo en realidad sus propios intereses, haciendo la vista gorda acerca de la brutalidad y camuflándolo con sus corteses formas británicas que tienen como objetivo y consecuencia no otra cosa que meter en la cama a la mayor cantidad posible de africanas. Una especie de racismo ingenuo, si existe tal cosa, dentro de un marco más amplio de ingenuidad que suele caracterizar a muchos que se piensan que son naturalmente superiores y que el mundo está dispuesto para que ellos se paseen sobre él. En este caso, hasta que la situación explota en su propio rostro.
Lo mismo sucede con Winterreise (Viaje de Invierno), película alemana que vi más recientemente. Su título se inspira en el ciclo de canciones de Franz Schubert, quien a su vez se había inspirado en los poemas de Wilhelm Müller. En cierto modo muy buena, pero lo es cuando representa la neurosis del personaje en su propio entorno europeo, pero injustamente naif cuando lo hace salir del mismo. El sujeto, viejo, racista, de pasado próspero pero en bancarrota, encuentra como salida a la adversidad económica que enfrenta intervenir con africanos en una transacción financiera en la que en principio no tiene que invertir nada. Es una vieja trampa que es verdad que tiene como representantes a algunas mafias africanas. Una persona hace una oferta muy jugosa. Como no puede hacer una transacción millonaria a su propia cuenta por alguna razón más o menos plausible, le pide a un tercero que abra una cuenta para hacerlo a través del tercero, dejando un porcentaje suculento para el último. Todo ante escribano (notario), firmando un contrato, pero, con una condición de último momento, sólo a modo de garantía, para que la transacción se complete, el tercero debe antes depositar algunos miles de euros, por cuestiones de confianza, como quien dice. Huele mal desde Dinamarca el asunto, pero el viejo loco interviene contra todo sano juicio, y en realidad lo único que hace es lo contrario de forrarse, esto es, perder los miles de euros que dejó como garantía. Así decide viajar directamente a África y exigir la devolución de su dinero. A lo que se enfrenta es a direcciones que no existen y a la información, como es de esperarse, de que son mafias violentas las que llevan adelante estas actividades, recibiendo hasta del mismo representante consular que desestime su propósito y vuelva con vida a su país, ya que escapa a toda posibilidad recuperar su dinero, más bien lo que puede lograr es perder su vida. Sin embargo el testarudo personaje no sólo insiste, sino que consigue su propósito. A esta altura ya no importa el cómo, sólo se puede apreciar que el honor sólo persiste en el ámbito intra fronteras europeo, que los africanos son unos delincuentes, y que además son estúpidos. Una lástima, porque como dije anteriormente, el cuadro inicial es muy bueno. Lo que deja en evidencia que hay casos en que no saben hablar más que de sí mismos.
Algo así como lo que me pasó con Lost in Translation (Perdidos en Tokio). Sofía Coppola tiene muchos adeptos y es la reina cool y todo eso, así que estimo que existe la posibilidad de ganarme reprimendas por lo que voy a decir. Si es así, mejor. Para empezar su adaptación de la novela The Virgin Suicides (Las Vírgenes Suicidas) de Jeffrey Eugenides me pareció mala, pero eso es hoy harina de otro costal. Otra vez hay aspectos excelentes, todo muy bien empaquetado, las actuaciones son de lo mejor, sobre todo de Bill Muray, y el tema es claro, dos estadounidenses que no entienden ni pito ni de japonés, ni de la cultura local. El retrato intenta ilustrar los avatares existenciales de sus personajes en conjunto con una realidad completamente ajena que los aísla. Pero esto es paradójico porque ellos muestran que su aislamiento no responde sólo a su visita a Japón, en todo caso lo pone más de manifiesto. Pero a los treinta minutos yo comienzo a preguntarme por qué es que japonés que aparece en la película (y aparecen muchos, es Tokio después de todo) es presentado como un idiota. Son todos idiotas, al menos para la cámara, y por ende para los personajes. La postura podría ponerse así: lo que no entiendo, lo que no responde a mi concepción del mundo y de mi entender el mundo, es idiota. Quizá ese es el propósito de la película y yo no lo capturé, mostrar precisamente eso. Es curioso que esto se manifieste en el arte. O quizá es lo que procura mostrar dicho arte, y me quedé a mitad de camino. También podría suponer la dificultad de la simbología utilizada y las probables deficiencias del poder metafórico de las historias cuando pasan de explorar las frustraciones de ser en el mundo de ciertas personas –que casualmente o son estadounidenses o son europeas- a mostrar los posibles vínculos o interacciones de esas personas en otros entornos o con otras culturas. Esto no me sucedió con otra película que sí me encantó y se titula Erleuchtung garantiert, de la directora y escritora alemana Doris Dörrie, que una vez la presencié en un festival bajo Iluminación Garantizada, y luego pasó a ser conocida como Sabiduría Garantizada (la primera versión es más fiel al original, y personalmente la prefiero). Dos hermanos alemanes viajan por distintas razones a Japón también, en un camino de búsqueda el uno y de escape el otro, pero de algún modo ambos terminan encontrando algo acerca de sí mismos. Jugando con ciertos elementos presentes en Lost in Translation, cierto tono de comedia, las dificultades a la hora de la comunicación, la incomprensión absoluta de la grafía y la simbología locales, además de lo cultural en gran medida, me parece una representación mucho más respetuosa con lo que no entendemos, y cómo pueden encontrarse caminos no sólo para convivir con ello, sino también para aprender de lo ajeno y de lo propio, convirtiendo en enriquecedora una experiencia contando únicamente con los indescifrables elementos que a veces nos llegan. Dicho de otro modo, y apoyándome en el alfa de este sitio, recordando que yo soy otro, el otro soy yo.
Fisgoneando entre algunas de las páginas que habitan desperdigadas por mi morada; muchas de ellas como si se tratara de hojas de otoño; di con un par de fragmentos que guardan relación con lo escrito en la última entrada. No sé si el Hado ha dispuesto que se genere la casualidad, o es un martillazo del destino, o quizá sólo mi deseo de recurrir a la voz de la sabiduría del pasado, que dicho de otro modo, no sería más que apelar al principio de autoridad de la tradición, o al menos una suerte de guardaespaldas tanto espiritual como intelectual. Los dos pertenecen al mismo autor, y dicen así: Is it not a reproach that man is a carnivorous animal? True, he can and does live, in a great measure, by preying on other animals, but this is a miserable way,- as any one who will go to snaring rabbits, or slaughtering lambs, may learn,- and he will be regarded as a benefactor of his race who shall teach man to confine himself to a more innocent and wholesome diet. Whatever my own practice may be, I have no doubt that it is a part of the destiny of the human race, in its gradual improvement, to leave off eating animals...
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I believe that every man who has ever been earnest to preserve his higher or poetic faculties in the best condition has been particularly inclined to abstain from animal food, and from much food of any kind.
Hoy te escribo a vos, quiero contestar a tu repetida pregunta. No es por morbo, no es más que un juego de espejos, y mi respuesta, como en ese juego similar al que practica el alma consigo misma, que parafraseando a Platón vendría a ser el pensar, te contesto con una nueva pregunta, que no tengo a ciencia cierta si será un peldaño ascendente en la dialéctica que nos acerca a la verdad o a la estupidez, que a veces no son más que dos palabras para referirse a la misma cosa:
¿Por qué comés carne?
Sí, porque vos me preguntás siempre lo contrario, ¿no?
Te hago la pregunta yo a vos porque parece que para no comer carne hay que explicarse, mientras que para sí hacerlo no. Por eso me gustaría que me lo contaras, soy todo orejas. Por cierto, yo no quiero convencerte de nada, la verdad es que me importa un carajo lo que comas, y por eso mismo, encuentro disparatado tener que explicar una y otra vez los fundamentos para algo que no es más que una decisión entre otras de las que tomamos en nuestra vida, que en todo caso puede afectar más o menos el conjunto de la misma, pero no de modo dramático. Entiendo que vislumbres un rayito de locura, pero también te aviso otra cosa, no creo en la locura del mismo modo que vos, para mí la cosa se dirime más del siguiente modo: lo que hay son mayorías.
Vivimos en la era de la información, pero a veces llama la atención la falta de ella que gobierna tu existencia. Sobre el vegetarianismo hay muchas explicaciones, pero sé que ninguna te va a conformar. Muchas pueden parecerte descabelladas, y esto probablemente porque hoy no tengo pelos en la lengua. Otras te parecerán cuando menos peculiares, pero por sobre todo, primará tu deseo de no comprender. Sí, está el amor a los animales que se manifiesta en esa forma que llamamos respeto. Están las posibles creencias religiosas. Está el cuidado del medio ambiente. Están las razones económicas. Las morales o éticas. Las de la salud. Y ¿por qué negarlo?, las de ir contra corriente, no te olvides que en mi caso vengo de un país donde una de sus más infundamentadas creencias es que si un plato no tiene carne no es comida. Hay listas de razones, hay clasificaciones de listas incluso, con argumentos de todo tipo y color. La decisión no deja de ser personal. Tampoco deja de ser gracioso. Tantos mitos alrededor del tema. Porque a la primera pregunta continúa la metralla, el morbo desatado por encontrar los puntos débiles, las incongruencias, los espacios en blanco, los argumentos rebuscados: ¿Y las proteínas, de dónde las sacás? que viene a ser algo así como la pregunta del millón. Supongo que del mismo lado que ciertos deportistas que triunfan gracias a ellas, como Chris Campbell que es campeón olímpico de lucha; o como Brendan Brazier, reconocido competidor de Ironman que es vegano. Ah, ¿no sabés qué es ser vegano? Pues alguien que no consume absolutamente ningún producto que sea de origen animal, o cualquiera de sus derivados, tanto para comer, como para vestir, como para el aseo personal.
Yo sólo te voy a contar algunas experiencias, eso es todo. Y te voy a dar alguna información. He escuchado opiniones fuera de serie. He visto a través de las ventanas del alma de muchas personas, que no entienden cómo, bajo qué endemoniado concepto, debido a qué maldición, alguien ha tenido la maravillosa idea de dejar de comer carne. He leído algún que otro artículo ridículo escrito en Uruguay en pos de la defensa del consumo de carne, como si se tratara del elixir de la vida, cuando ya se sabe que dicho consumo guarda estrechas relaciones con la proclividad a contraer cáncer, una de las enfermedades número uno del Uruguay. Creo, porque no lo puedo asegurar a ciencia cierta, que no hay una sola persona en ese país que no tenga un pariente o estrecho amigo que haya padecido esa enfermedad o haya muerto a causa de la misma. Y sin embargo… se mueve. Alguien me acusó de estar subalimentado una vez. Creo que se me nota sin duda, y ello debe ser porque desde que me casé no se formó en mí la famosa barriga de casado, que en todo caso para mí no es símbolo de infelicidad sino más bien de salud. Alguien me dijo que está en la naturaleza humana el comer carne, que es algo que se practica desde que el hombre es hombre. Cuenta Diógenes Laercio que cuando Platón definió al hombre –hoy diríamos el ser humano – como al animal bípedo sin plumas, Diógenes (asumo que El Cínico) desplumó a un gallo para luego espetar: aquí tienen al hombre de Platón. Para el caso, bien podría servir como analogía. La gran contradicción a mi parecer es que la misma persona defienda después el evolucionismo. Primero, algo pertenece a la naturaleza humana porque se ha practicado a lo largo de la existencia del hombre, pero después resulta que el hombre no ha sido siempre el mismo, ha evolucionado. ¿No puede acaso entonces variar su dieta? ¿O los argumentos son partes de una veleta que soplo como si fuera el viento, para el lado que se me antoja? Además, por casualidad, ¿alguna vez te fijaste en la dentadura de un verdadero carnívoro, pongamos por caso un tierno tigre? Seguro que lo notaste tal como yo lo hice, sí sí sí, ese admirable felino que posee unas increíbles fauces preparadas para atacar, devorar, y triturar carne; habrás notado entonces también que sus dentaduras y las nuestras son idénticas, como quien lo dice de dos gotas de agua. Por otra parte también el vegetarianismo se ha practicado desde tiempos inmemoriales. La escuela pitagórica promovía dicha dieta, por citar sólo un ejemplo, y a ella pertenecen anécdotas curiosas, como la de proscribir las habas (algunos rumores en los pasillos académicos dicen que porque fomentan la procreación de gases nocivos para el olfato). En todo caso no comer carne no responde al aburrimiento post-(¿ham?)burgués de chicas acomodadas que buscan dar una nota original. De hecho en la actualidad prestigiosos filósofos de la Ética como Peter Singer tratan el tema seriamente, con énfasis en el trato, el maltrato, al que se someten a los animales, por ejemplo (su libro Animal Liberation data de 1975 y habla del “especismo” –speciesism en original inglés-, o la discriminación de un ser amparado en su pertenencia a otra especie).
Otra falsa creencia es que quien no come carne está obsesionado con su alimentación, como si no hubiera vida más allá de la carne, y la desconsolada gente no supiera como llenar ese vacío, dedicándose obsesivamente a hablar todo el día del mismo tema, a leer las etiquetas de cada producto con la misma atención que si se tratara de un manuscrito recién descubierto de Shakespeare. Pues la verdad es que yo, sí, leo los ingredientes de cada producto que compro, pero por qué, quedará más en evidencia líneas más adelante. Pensar en la comida, igual que cualquier persona, supongo, cuando tengo que planificar qué comer, o directamente, cuando tengo hambre. El que me atosiga a preguntas sos vos, el que saca el tema sos vos, a mí me da igual, así que… ¿quién es el obsesivo?
Tengo otra una pregunta: ¿Nunca te dio curiosidad saber por qué la publicidad de alimentos de un tiempo a esta parte parece el anuncio de un medicamento? Es bueno para el colesterol, es bueno para las defensas, es bueno para poder ir regularmente al baño. Una dieta sana y equilibrada no produce colesterol (este puede tener otras causas), y las vitaminas provienen de muchos lados, no sólo de la carne (dejemos de lado el tema de la famosa B12), y si comés alimentos que naturalmente tienen fibra, pues, cagás seguro (cereales integrales, frutas, vegetales; además contribuye a disminuir las posibilidades de contraer apendicitis, cándida, colesterol, presión alta, intestino irritable, colitis, problemas cardiovasculares, etc.). Ahora bien, puede que si leés la lista de ingredientes de los alimentos puedas comenzar a pensar que tal vez sí, que tal vez se produzcan en alguna suerte de laboratorio. Si todavía no te fijaste en la lista de ingredientes de ese postre tan rico que lleva la receta de la abuela tal como ella lo preparaba hace nosécuántosaños, te advierto que nos vas a entender el ochenta por ciento de lo que dice: colorantes, estabilizadores, conservantes, potenciadores de sabor, símbolos raros, códigos alfanuméricos, etc. etc. etc. Si mirás los componentes de un medicamento puede que encuentres un idioma y una simbología similar. De hecho mi abuela tampoco entendía mucho cuando le pregunté si sabía que era el E621, que es algo que le ponen a esa sopa tan exquisita, igual a la que ella preparaba. Me contestó que ni idea, pero que creía que a ella la sopa le quedaba suficientemente rica, ¿o no? Y vos ¿sabés lo que es el E621? Es el glutamato monosódico. Se encuentra naturalmente en muchos alimentos, y es un aminoácido no esencial pero sí fuente de energía intestinal. Dependiendo de con qué se combine, abracadabra, vuelve más sabrosa la comida, pero ¿será por eso que nos resulta más difícil parar de comer? ¿O será porque se lo ponen para aumentar tu deseo de comer, es decir, de terminar más rápido la comida y salir corriendo a buscar la nueva dosis? Para que te conviertas en un junkie de la comida. Muy bueno para las dietas adelgazantes, por supuesto. Si buscás información al respecto, vas a encontrar, como yo, que las grandes organizaciones niegan cualquier relación entre la ingesta artificial del cacofónico glutamato y las consecuencias negativas para el organismo. Sólo una cuestión: si está en estado natural en muchos alimentos –alimentos nada raros, por cierto- ¿por qué enchufárselo a otros? Porque para dar sabor, es bueno saber que hay muchos condimentos que no se llaman sal y dan mucho gusto a la comida. O a la sopa de mi abuela, de la que no te voy a pasar su receta, en todo caso un día pasás por casa y te la preparo.
Te voy a contar que la mayor parte de los animales para el consumo son confinados en lugares que si se tratara de rememorar el periodo más oscuro del siglo pasado, nos referiríamos a los productores como nazis. Es decir, los animales se ven apretujados en barracas hasta que un día son transformados en bistec. En lo que podemos llamar el transcurso de su vida, en la que solo pueden olerle el culo al animal que tienen adelante, les inyectan esteroides y hormonas de crecimiento (esas por las que tanto se critica a los deportistas que las consumen, y que se sabe que por ejemplo las niñas adelantan su pasaje a la pubertad gracias a esto, se sabe que aumenta las posibilidades de contraer cáncer, se saben muchas cosas más), se les administra antibióticos (que hace que luego pasen a tu organismo, elevando la resistencia a los mismos y por tanto deteriorando tu sistema inmunológico). Si sos una mujer sabrás que cuando tomás la píldora, lo que te estás metiendo es una bomba de hormonas, y sabrás por tanto que con ella bajar de peso es un asunto complicado. Bueno, gracias a las vaquitas también tenés asegurada una buena ingesta de hormonas adicionales. Los pesticidas, sea porque directamente caen en la cosecha o porque el ganado consume alimentos que los contienen, terminan también en tu paladar. Cuando ciertos países que curiosamente están al Norte del Ecuador se dieron cuenta de las consecuencias nocivas del uso de ciertos pesticidas, los prohibieron, pero no así las ventas del remanente a países que curiosamente están al Sur del Ecuador. El famoso DDT quizá sea el más conocido en Uruguay, pero no el más nocivo, los hay peores, como el BHC, 19 veces más cancerígeno. Hay estudios que indican que casi la totalidad de los productos tóxicos que consumís provienen de la carne, los huevos, el pescado, y los lácteos. Dicho de otro modo: con cada plato de asado, de pollo, cerdo; te estás metiendo antibióticos, pesticidas, esteroides, y hormonas.
Hay un mito muy extendido al de que una dieta sin carne carece de las proteínas necesarias, y es que la comida vegetariana también carece de sabor, que es sosa, y aburrida. Bullshit! Hay una variedad increíble de platos y normalmente el vegetariano adoba y condimenta las comidas, experimenta diferentes combinaciones, y no hace uso únicamente de la sal. De hecho esta última es normalmente dejada de lado. Decís que el tofu no tiene sabor a nada, pues te digo que igual que la carne, si no la adobás, poco sabrá, ¿no? La ventaja del primero es que sus proteínas son más ventajosas y saludables, reduce los índices de colesterol, previene de contraer cáncer y ataques cardiovasculares, y mejora la utilización del calcio en el cuerpo. El tofu proviene de la soja, y tampoco está exento de crítica. Además los grandes conglomerados que curiosamente tienen su base al Norte del Ecuador, son los más grandes productores de soja transgénica en los países al Sur del Ecuador, con grandes consecuencias negativas para la economía, y por fomentar el monocultivo para el desgaste de la tierra, y por ser transgénicos, pues que no sabemos que putas consecuencias tendrán no sólo en nosotros, sino en el fruto de tu vientre, ese que va a venir a comer en el futuro.
Existen temas medioambientales también. El metano que producen los bichos que te comés contribuye considerablemente a eso en lo que quizá tampoco creas y que se conoce como calentamiento global. La industria de la alimentación, desesperada por crear la necesidad de volverte una persona fuerte y saludable a base de carne, necesita de muchos animales que no paran de tirarse pedos. Así que por lo menos si no creés en el dichoso calentamiento global pero no te gustan los pedos ajenos, pues, digamos que no comer carne contribuye a disminuir el arrebato productivo de incrementar el número de animales para el matadero que nos llenan las narices de olores desagradables y socialmente mal vistos. Además a los bichitos hay que alimentarlos, y eso significa una gran cantidad de tierra, alimentos, agua, y energía que bien podrían usarse para alimentar a más de ese setenta por ciento de la población mundial que pasa hambre. Bueno, a menos que también creas que el hambre es producto de culturas haraganas a las que no les interesa trabajar ni mover un dedo en pos de al menos alimentarse como D-ios manda.
Como te decía, no intento convencerte de nada. En todo caso, tengo más o menos un conjunto de ideas y de argumentos para decir por qué hago algo, no sé si vos podés decir lo mismo. No estoy exento de muchas cosas que pueden sucederte a vos que sí comés carne, de algún modo u otro todos vamos a terminar igual. A lo mejor me interesa el cómo del mientras tanto. A lo mejor a vos también. De lo que sí estoy convencido es de que en la medida de lo posible no quiero engordarle la billetera a los hijos de puta que se dedican a meterle productos a los alimentos que luego van a tener consecuencias nocivas para mi organismo. Muchos de esos productos (colorantes, conservantes, aditivos, potenciadotes de sabor, etc. etc. etc.) generan muchas de las enfermedades que te conducen a visitar al doctor. Nunca pensaste en lo curioso que es que cada vez más personas sufren de alergias. ¿De dónde te pensás que salen, del polen primaveral que se suelta a volar y se te mete en la nariz? Y cada vez que consultás al médico gastás dinero, mucho de ese dinero en nuevos medicamentos para el nuevo tipo de alergia que la ciencia tras largos y razonados estudios ha detectado, probablemente inoculando a gente en África que no sabe lo que están haciendo con ellos. Porque en estos casos, la ciencia es el eufemismo para referirse a los laboratorios, que por obvias razones necesitan que la gente se enferme. Como ves, hay un hilo conductor detrás de todo esto.
Puedo decirte que disfruto cada sabroso bocado que conduzco a mi boca, que hace años no me indigesto y que no visité al médico más que en un par de ocasiones por un resfrío, y que de algún modo mi cuerpo me lo agradece, hoy, después de tantos años recibiendo el comentario de que parezco mayor de lo que soy, sólo escucho que parezco más joven.
El dicho que reza vivir y dejar vivir siempre me ha interesado. Por eso hoy me fui de boca largo y tendido, porque no quiero convencerte de nada, lo que quiero es que simplemente me dejes de romper las pelotas con tu pregunta y me dejes vivir como yo te dejo vivir a vos. De lo trasuntado espero que entiendas que más allá de las razones, explicaciones, justificaciones, llegué a la conclusión de que sí, soy vegetariano. ¿Por qué? Por el asco que da tu sociedad, por la dieta malsana de hoy ¿cuánto gastaste?
Ojos abiertos, sinapsis extranjera, abrir la ventana y dejar que entre el aire, esquivar el vaso de leche fría tan repetido en tantas imágenes de celuloide (una ayer), ¿qué fue exactamente lo que dijo M? Ah, sí, pero ¿Qué habrá querido decir? Ahora que me acuerdo no sé si tranqué la puerta. Habrá sido ese ruido que me despertó, o será un tic-tac interior que hizo sonar la alarma de mi desvelo. Todo es posible ya que sólo puedo dialogar con la oscuridad, luminosidad vade retro. Nada funciona, aunque los párpados simulan desmayarse, las pestañas desafían porfiadamente las leyes obsoletas de la gravedad. ¿Prender la computadora o no prender la computadora? That is the question. Si lo hago, a la mierda campeonato, ya se trata de pasar la noche en vela, de ser un muerto vivo del domingo. La cena estuvo muy bien, original con denominación de origen, conocer otra gente, otra cultura. Esta semana tengo que ver "Gigante", segundo round. Extraña sensación, mejor no pensar en ello. Mejor acordarme de comprar el pan y las entradas. No me duermo, no pienso, aunque hay actividad cerebral o algo más o menos así. Mejor pensar, mejor que el vaso de leche, buscar alguna página, dejar que el astigmatismo sea violentado por las letras e induzcan el sueño que me arrime a las costas del Leteo (todavía no estoy preparado para el Estigia, creo) y olvidar la realidad aunque sea acurrucado entre los brazos de Morfea (no va a ser de Morfeo). Qué se yo, pruebo: La hermenéutica no significa tanto un procedimiento cuanto la actitud del ser humano que quiere entender a otro o que como oyente o lector quiere entender una manifestación verbal. Siempre es, pues: entender a un ser humano, entender este texto concreto. Un intérprete que realmente domina todos los métodos de la ciencia sólo los aplicará para hacer posible la experiencia del poema por medio de una mejor comprensión. No utilizará el texto a ciegas para aplicar ciertos métodos. (Gadamer) Y el maestro del arte de la interpretación medio que me despierta. Música, tal vez, pero no, o tal vez sí. Un ruido desconocido en la calle. De noche todos los ruidos son desconocidos, cercanos y lejanos al mismo tiempo. Su eco hace pensar en ejércitos de pies deliberadamente interesados en anunciar su presencia. Vienen tal vez de la estación, ayer, anteayer, toda la semana y toda la semana que viene repleta de almas que se pierden en la Oktoberfest. Hombres en pantalones cortos de cuero, chicas y mujeres levantando balcones bajo escotes pronunciados. Agua tibia, eso sí quizá funcione. La cerveza podría funcionar, pero está cerrada y no voy a tomar un litro, quiero dormir y levantarme mañana, no tener que levantarme cinco veces para ir al baño entre medio. La televisión, otra alternativa, porque no sé si alguien sabrá lo divertido que puede ser la televisión alemana algunas veces. Si no ves insectos apareándose o documentales sobre la segunda guerra te podés enfrentar a un aburridísimo programa de variedades donde no hay dios que entienda un chiste, y sin embargo... se ríen. No, entonces no, la tele no. Otra página, una que no me inste a darle vueltas al tema de la interpretación, a veces los mejores amigos no son los más indicados para provocar el sueño, sobre todo si gustan del diálogo y su tema es precisamente ese, dialogar sobre el diálogo puede convertirse en una dialéctica infinita que luego no habrá valium que la contrarreste. Un poco de humor, manotear algo, lo primero que no se mueva en la biblioteca, no usar los lentes, no encender la lámpara. Mientras pienso en Agnes. No, no, pienso más precisamente en el saludo de Agnes. Cualquier que haya leído La Inmortalidad de Milan Kundera sabe de qué estoy hablando, y puede que tenga grabado en la retina mental esa figura que hace un movimiento tan especial al saludar cuando se despide. Tengo que enviar ese correo, no puedo seguir sin hacerlo. No es tan importante, y no sé por qué me viene a la cabeza ahora. A veces los comienzos deciden si leemos un libro o no. Si te llega a las manos un libro altamente recomendado, puede que lo ataques sin prisa y no importe el comienzo, con un poco de paciencia podemos esperar tranquilamente a que lo mejor llegue cuando el escritor lo decida. Pero qué grata sorpresa cuando desde la primera palabra impresa el postre nos acompaña desde el primer plato. Y sigo pensando en la cena, pero debe ser porque tengo metido en el mate esos gnocchi rellenos con tomate y mozzarella que me están esperando para el mediodía dominguero. Como saben la comida india consiste básicamente en arroz, verduras, salsas, y sí, leguminosas. Las consecuencias se notan, nadie que haya comido garbanzos, lentejas o familiares de ambas sabrán de que estoy hablando. Por eso el vegetariano de Pitágoras prohibía las habas en la dieta, según dicen ciertos doctos rumores. A los hechos me remito. Chapter I I wish either my father or my mother, or indeed both of them, as they were in duty both equally bound to it, had minded what they were about when they begot me; had they duly considered how much depended upon what they were then doing; - that not only the production of a rational Being was concerned in it, but that possibly the happy formation and temperature of his body, perhaps his genius and the very cast of his mind; - and, for aught they knew to the contrary, even the fortunes of this whole house might take their turn from the humours and dispositions which were then the uppermost; - Had they duly weighed and considered all this, and proceeded accordingly - I am verily persuaded I should have made a quite different figure in the world, from that in which the reader is likely to see me. (Lawrence Sterne) Kundera y Sterne vienen juntos, sólo falta Diderot, la adaptación teatral del Jacques le fataliste et son maître de Kundera y la historia de la novela desde su perspectiva, los años de iniciación para sumergirse en una aventura literaria que puede que me haya dejado en las costas de Germania, aunque esté lejos de ellas y más bien cerca de sus montañas. Agnes y Bettina reunidas en un mismo texto, la segunda también elevando su saludo pero a la eternidad de la memoria humana, gracias a su franeleo con Goethe. Necesito ya el vaso de leche tibia, el vaso de agua, y el litro de cerveza. Está por salir el sol, y yo quiero ver las estrellas. Un golpe casual quizá, dejar correr el agua del grifo (¿o eso era para mear?), acariciar a Charlie the bunny, pero probablemente ella se duerma primero y yo termine con un calambre en el brazo. Escuchar a Leonard Cohen, pero que sacrilegio, usarlo para irme a dormir, cuando debería usarlo para despertar la sinapsis espiritual. Bajar las escaleras, subirlas. Pero a lo mejor algún vecino. Hoy se estrena la obra, o era ayer, estoy entre dos días y el tiempo se vuelve relativo. Hay que decir, no, hay que desear merde. El amarillo está prohibido en el proscenio. Die Bühne, una hermosa palabra. Cuando tengo que ir lejos por la noche, cosas de la vida, a veces regreso abatido y me choco con mi parada de ómnibus preferida, que viene a ser algo así como mi palabra alemana preferida "Himmelschlüssel" y todo cambia, y cada vez que escucho a la voz impersonalmente computarizada anunciando el arribo a dicha parada no puedo evitar mirar en rededor a la búsqueda no del tiempo perdido (ese que sí está perdido) sino de alguna señal. Invariablemente, sin importar el estado de ánimo, siempre cambia algo en mí cuando escucho que estoy frente a la llave del cielo. Y la estrella más cercana sigue tapando a las más lejanas. Bajar cortinas, y mientras finalmente sí, abro las páginas del trovador, mientras el dice Like an unborn infant swiming to be born, like a woman counting breath in the spasms of labour, I yearn for you. Like a fish pulled to the minnow, the angler to the point of line and water, I am fixed in a strict demand, O king of absolute unity. What must I do to sweeten this expectancy, to rescue hope from the scorn of my enemy? The child is born into your world, the fish is fed and the fisherman too. Bathsheba lies with David, apes come down from the Tower of Babel, but in my heart an ape sees the beauty bathing. From every side of Hell is my greed affirmed. O shield of Abraham, affirm my hopefulness. (Leonard Cohen) Y como en los sueños, indicador de que estoy acercándome a ellos, los temas se repiten cobrando diferentes formas. Si pensáramos en la música, diríamos variaciones sobre un mismo tema. Tristram Shandy comienza el relato de su vida desde antes de nacer, de hecho, desde el momento en que sus padres laboriosamente se dedican a su procreación, Cohen habla del unborn child, pero yo todo lo relaciono con dar vida al sueño, así que también pregunto qué debo hacer. Ciendieciocho, ese extravagante número me recuerda que alguien me debe una foto. Esta semana un hombre baleó en la cabeza a un policía. Dos chicos mataron a golpes a un hombre en la parada del S-Bahn. Un tipo intentó violar a una chica en la parada del metro, está filmado. Dos chicas mamadas hasta las pelotas casi se agarran a trompada limpia en el metro, las dos muy bonitas y delicadas enfundadas en sus Dirndl típico, sólo faltaba el barro, ya que la tribuna masculina que las acompañaba estaba ávida de pelea femenina y apostando. Días atrás presencié una de las escenas más asquerosas de mi vida, ya la contaré en su momento, ahora quiero dormir. Los rayos de luz me hacen sentir como un vampiro que procura eludirlos para no quemarse con ellos. Ya probé la almohada varias veces y no funciona. ¿Cómo habrá ido todo en el estreno de la obra? Mi imaginación juega con los espejos, con tres más precisamente, y me veo en primera fila para ser el primero en abrazar al director cuando culmine la representación. Probablemente leer esto sea una pérdida de tiempo. Escribirlo lo es, pero al final la computadora fue encendida y la maldición de los rayos catódicos que atentan contra cualquier intento de mantener los párpados cerrados por al menos siete horas ha triunfado. Son las consecuencias del insomnio, que están omnipresentes, omnia fert aetas, animum quoque... Hay que pensar que escribirlo haya sido tal vez un vano intento de burlar a la parca que cada noche nos prepara para el sueño eterno, donde probablemente no esté Lauren Bacall. El que lo ha sufrido he sido yo, al fin y al cabo. El mes próximo viene Jan Garbarek a Munich, sus fuertes y personales acordes nórdicos que un día me llevaron a viajar por los fiordos, hoy me acercan al sueño anhelado. Pero no, ya es muy tarde, es decir, muy temprano, el domingo me saluda, y yo voy a prepararme el desayuno. Voilà!
Tengo, qué se yo, treinta y pico, por caso. Tengo cosas. Algunas cosas que son cosas y otras que no lo son. Recuerdos, anhelos, sensaciones, sentimientos. Algunas son como anfibios y pasan momentáneamente de un estado a otro. Una angustia repentina, pequeña o grande no lo sé, se transfigura como por arte alquímico en una lágrima. Una alegría o una palabra graciosa en una sonrisa. La mesa que se cruza en mi camino y me golpea la tibia, en dolor y automática puteada a la mesa, a la copia mimética de la mesa y hasta a la propia mesa eidética. Todo eso pasa, no siempre lo veo o lo siento, pero pasa. Y todo lo que poseo me muestra una sola cosa. Esa maldición. La repetición de los objetos, de las acciones, de las sensaciones. De todo eso que gusto llamar lo que me define, que con vano orgullo doy en llamar in-dividuo. Nada me es ajeno, mas nada me pertenece. Pero, ¿qué queda detrás? ¿Otro Ulrich sin atributos acaso? Aunque ya nadie se acuerde de él. Quizá sea ese también mi destino. Y cuando escribo destino, escribo sobre la repetición del destino. Repito y me repito. Casi como autocitarse. Pero, ¿qué queda? ¿Qué queda cuando desmenuzamos esas características que tapan al personaje, cuando separamos la paja del trigo, y los dramatis personae desaparecen del proscenio para en su camerino de madera recibir las flores que los despiden de este teatro del mundo? No existe tal vez nada más triste que estar ahogado en un momento de soledad, soledad exceptuada no más que por lágrimas que se empeñan indiscriminadamente en mojar todo a su alrededor, mientras buscamos tal Annas Kareninas el tren bajo el cual arrojarnos, pero que indefectiblemente nunca pasará por nuestra habitación que está en nuestra casa que está en el centro de una ciudad sin estación. Y en el medio de ese buceo forzado, no intuir, sino saber, saber a ciencia cierta, que en ese momento, en ese preciso momento (no importa cuál sea el punto de la historia, todo no es otra cosa que un parpadeo del que Es) hay alguien, un otro, que llora desesperadamente, en otra habitación que está en otra casa en el centro de otra ciudad sin estación, esperando otro tren que le clave su faro ciclópeo para que ese salvaje haz de luz lo transporte en un instante a la más profunda oscuridad. Y que todo eso; la persona que no importa quién o cómo sea, la situación, su pasado presente y futuro, todo y sin excepción; que todo repito, sucede exactamente por las mismas razones. Y así, sin que el uno sea el otro ni el otro el uno, nada pertenezca a ninguno, ni el más mínimo resquicio de eso que vanamente llamamos yo. Yo a secas. A secas pero un río. Un leteo río que no es el mismo una vez que bebes de sus aguas, pero que sin embargo inútilmente me encapricho en llamar tal, a fuer de no morir como Funes, sepultado por cada río, por cada gota de agua de cada río, por cada árbol, por cada hoja de cada árbol, por cada estrella. Escribo y al escribir, al transformar esa argamasa que viene de quién sabe dónde, significa que también dejo de pertenecerme y que cada letra se transforma en mí, que yo no sea más que un poco de tinta distribuida de cierta manera. Y los ojos ajenos se posan sobre mis letras desnudas que no saben cómo cubrir su intimidad, cada letra como un nuevo momento de zozobra, de aclarar para oscurecer. Pero esas extrañas criaturas sí salieron de mí, están afuera ahora y se relacionan dando lugar a formas jeroglíficas para las que no tengo piedra roseta, y se escinden sin despedirse. Son yo, no cabe duda, pero para que eso suceda, al mismo tiempo y de algún misterioso modo, el precio que debo pagar es dejar de ser yo. Y sin embargo lo escucho venir, aún no veo su luz ni escucho su pitido. Es el inconfundible chirriar del metal contra el metal. Hay un otro que también lo escucha, lo reconoce, levanta su rostro y lo deja inundar por el rayo de luz. Es mi tren. Viene a buscarme. Se aproxima, y con él, con ese imposible armatoste…
Extraña sensación. La soledad. Que no me abandona, que no me deja solo. Cuando hago retumbar mis pasos las mañanas del domingo muniqués a través de sus calles desiertas, tal como lo hiciera en las una vez llamadas montevideanas y otras veces con otros nombres. Esas calles que no son mías. Cuando me atrevo a transitar una tarde cualquiera por la Kaufingerstr. poblada de almas ávidas de consumo, que entorpecen el camino, que se envanecen de trivial frivolidad, la mar de veces refugiados tras sus lentes de sol turísticos. Siento que con cada paso deshago el camino. Que emprendo el retorno a casa. El verdadero regreso a donde todo comenzó. Extraña sensación. No calculé la ida, no sé cuánto tiempo ni por cuáles meandros deberé mover mis pies hasta llegar al final, a través de esta Cnosos gigante y universal huérfana de Ariadnas y visitada por infinitos minotauros. Quisiera levantar la vista y ver hasta dónde llegan los muros. Pero los muros no existen. Quizá, como soñaba Blake, sean un engaño de las puertas de la percepción. Extraña sensación. Me muevo y siento la inmovilidad. Como si Heráclito y Parménides discutieran acaloradamente dentro mío, hasta el infinito, que móvil o no, siempre es infinito. Como si el tiempo no pasara, excepto para la epidermis, sobre la que sí deja sentir su huella, como un tatuaje indeleble, como un condenado a muerte lleno de consignas con mensajes cifrados sobre su pasado. Extraña sensación. Esa de mirar hacia delante y pensar hacia atrás, en busca de la identidad perdida. Soñando en subjuntivos, los mundos posibles, los otros yo que sólo puedo crear a partir de mí mismo. Quizá sea yo en realidad una creación especular de otro yo más real. Extraña sensación. Sentirse esclavo de macabros juegos borgeanos. Y transitar viendo una sola cara de la moneda, una sola cara de la luna, un único mundo de los posibles.
Y entonces corro. No como si se tratara de mi vida. No. Como si se tratara de mi muerte. Aunque sea maquinal y lo llame deporte. Y cuando los rayos del sol se filtran entre las verdes hojas del bosque que bordea el recorrido. Y cuando el suave por momentos vertiginoso por momentos ondular del agua del arroyo vecino. Y cuando el castillo al final con su estanque habitado por aristócratas patos que me saludan y ceden el paso. Busco ahogarme. Dejar que mis pulmones queden sin aire. Que se lleven la soledad. Que me abandone de una vez. Cada nuevo paso acompaña una exhalación que quizá se convierte en la última. Cada exhalación una puñalada. Como si yo fuera mi propio psicópata, cada movimiento del aire produce una herida en mis cada vez más vacíos pulmones. Hasta que pierdo la partida. Dejo que el hermoso paisaje se enlentezca a mi alrededor. Los ancestrales troncos ya no son figuras fuera de foco. El aire vuelve a inundarme mientras las pulsaciones bajan. Regresa ella, la que nunca deja de acompañarme. Cuando baja el sol, vuelvo a intentar ahogarme nuevamente. Ahora es el turno de mis entrañas. Esta vez no se trata de vaciarlas, sino de lo contrario. Izo sus velas y las dejo navegar en un purpúreo mar de sulfitos. Levanto una copa. Y otra. Y en cierto momento, en la plena quietud, también las imágenes del cuarto a medias iluminado se tornan borrosas, como los árboles que me observaban correr por el bosque. Extraña sensación. Ya no sé si en definitiva estoy en un lugar o en otro. No sé si es la botella que; excepto por su etiqueta; ha quedado solitaria, o es el brazo que reniega de regar la copa. Siento, en todo caso, como una nueva derrota se yergue ante mí. Es igual. Ya no importa. ¿Buscaba iluso yo acaso un significado? Llega la aciaga hora de adentrarme en el blanco territorio de las sábanas. Sé que no me esperan solas.
Sábado por la noche. Se terminaron los rastros de Syrah que hacían que Uruguay permaneciera un poco más a través de mis entrañas, que es algo así como decir que es una forma de mantener interminables conversaciones llenas de vericuetos y circunloquios, de apelaciones a la trascendencia, de pausas sonoras mientras la procesión en busca de la palabra perdida va por dentro. Un tinto es sólo la excusa por supuesto, da igual si es un capuccino o un té con masitas. No un vaso de agua, en todo caso. Lo importante es el diá-logo. Estilo peripatético si es preciso, que ya el estagirita sabía que se piensa mejor andando, y que los pensadores alemanes pusieron en práctica perdiéndose en los infinitos bosques.
Una medida de grapamiel. Pero no, no es una nota impregnada de nostalgia. En todo caso no es de esa nostalgia, puede que de la otra. Esa que nos remite al hermoso momento que como Fausto no pudimos detener siquiera un instante. Es una descripción. Incompleta, como todas. Sea uno o diverso, el uni o el multiverso es inabarcable. ¿Cuál es ese momento? No lo sé, lo siento, lo intuyo, perdido en algún recoveco interno. Tampoco puedo afirmar que sea uno, puede que también sean, en plural.
Tomo el tomo III de las Obras Completas de Borges. No es mi ejemplar, hay algo artificial en ello, pero que igualmente me devuelve a otro lugar, ese que doy en llamar el lugar de donde vengo. Estoy en mi sillón, me imagino a mí mismo o soy yo que me veo como si yo no fuera yo, a través del ojo de la imaginación, con Hebe a mis pies, que se recuesta sobre ellos y me los calienta. Hebe es una beagle que extraño como se extraña a una persona, y que cuya afición era escuchar con sus largas orejas el lento paso de mis hojas manchadas con signos de tinta. Detrás está la lámpara de pie compartiendo su luz con mis páginas reales o imaginadas, cerca la estufa incandescente que en otro momento y con la complicidad de la miel supiera inventar el genio maligno de Descartes. Lo demás... no es ruido, aunque no es precisamente silencio. Paso las páginas, que del otro lado del espejo pertenecen, ahora sí, a mi tomo III, llego a la página cien, y me doy cuenta de que lo que hoy quería era solamente compartir lo que otro escribió.
De que nada se sabe
La luna ignora que es tranquila y clara
y ni siquiera sabe que es la luna;
la arena, que es la arena. No habrá una
cosa que sepa que su forma es rara.
Las piezas de marfil son tan ajenas
al abstracto ajedrez como la mano
que las rige. Quizá el destino humano
de breves dichas y de largas penas
es instrumento de Otro. Lo ignoramos;
darle nombre de Dios no nos ayuda.
Vanos también son el temor, la duda
y la trunca plegaria que iniciamos.
¿Qué arco habrá arrojado esta saeta
que soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta?
La Hauptbahnhof (Estación Central) se erige inmediatamente al oeste de la ciudad vieja de Munich. Habiendo transitado desde su ubicación actual el primer tren en el año 1840, el edificio no permanece el mismo, tras un incendio inicial que la destruyó, recibiendo su nombre actual en el año 1904. Tal como muchos otros edificios históricos, ha sido reformado luego de la Segunda Guerra Mundial. Si bien es cierto que se procuró respetar elementos ya existentes, la fachada que hoy luce tras su reconstrucción es, puedo decirlo sin miedo, definitivamente horrenda. No por ello deja de ser una de las estaciones con más tránsito de toda Alemania, y creo que la más grande considerando el conjunto de conexiones que permite, pues su parte subterránea conecta con el U-Bahn (metro), el S-Bahn (tren rápido urbano), y a nivel de calle es bordeada por casi todas las líneas de Tram (tranvía). Se calcula que por su interior; repleto de puestos de comida, de Bäckereien (panaderías), de casas de café internacionales, de quioscos, de tiendas de souvenirs; transitan unas 350.000 personas diarias. Hay horas en que observar el movimiento, esa vorágine de ir y venir hormigueante, los trenes en su mayoría blancos y rojos o rojos y blancos llegando y partiendo, despiertan mi entusiasmo, ser parte de ese mar, trepar las escaleras de uno de esos trenes sin elegir el destino, y cerrar los ojos, mantenerlos así, para que en algún momento dado, cuando sienta que el tren se detiene, abrirlos y bajar en esa estación, sin importar cuál sea. La vida fuera de la estación es también muy agitada. No deja de ser el centro de la ciudad al mismo tiempo. Frente a la entrada, o bien enfrente de ella, suele congregarse un grupo de personas que se distinguen del resto, por su apariencia punks, probablemente okupas en su tiempo libre, que a veces se mezclan con hombres y mujeres de la calle, con su equipaje ambulante rodeándolos, su aspecto descuidado y sucio, su botellas de cerveza a todo momento. Desde allí nace otra calle cuyo rumbo es la ciudad vieja, también poblada de cafés. No importa donde uno vaya, parecería que nunca puede faltar un sitio donde tranquilizar el hambre, o la mera sensación de ella. Hacia el Sur de la estación comienza lo que se conoce comunmente como el Barrio Turco, pues allí viven muchas personas de esa nacionalidad, y los comercios que les pertenecen su multiplican, tiendas de todo tipo - comida rápida, electrodomésticos, ropa, cafeterías, restaurantes, hoteles, reparaciones de todo tipo, chucherías, pensiones, mercados de frutas y verduras, internet cafés - que vuelven a la zona muy colorida, aromática, y entretenida, mucho más ruidosa que otras por las que debo transitar. El barrio convive también con los clubes nocturnos, las vidrieras con fotos gigantes de mujeres insinuantes se repiten (esto es un eufemismo para referirme a minas impresionantes que en semicueros invitan a atravesar las puertas de esos mercados de placer carnal), algunas con videos donde se puede apreciar la mercadería en movimiento, o desde cuyas puertas se puede escuchar la música tonta y pegadiza que parece pertenecer ontológicamente al contoneo de los cuerpos en exposición. También se reproducen los lugares de juego, con sus máquinas tragamonedas y sus ruletas electrónicas. No deja de llamarme poderosamente la atención que justamente las calles que concentran a las putas, el juego, y a los extranjeros lleven por nombre Goethe y Schiller. No digo que resulte contradictorio, pero si peculiar, que la ciudad cobije a todos bajo un mismo cielo, considerando que ambos pensadores no son otra cosa que los puntos más alto de la cultura alemana. Diría que constituye un extraño tributo, en todo caso. Más particular cuando un poco al norte, el barrio bohemio y hoy muy chic de Schwabing es recorrido por la Türkenstrasse (Calle de los turcos). Allí difícilmente podría uno encontrar turcos, en todo caso algún puesto de comida. Otrora centro cultural de la ciudad, es la zona donde Thomas Mann, Wassily Kandinsky, Paul Klee o Lenin degustaban su café en el Altschwabing (Schellingstrasse 56), donde se puede encontrar el Alter Simpl (Türkenstrasse 57), a su tiempo centro efervescente que tuviera como asiduos a los fundadores de la emblemática revista crítica Simplicissimus, por ejemplo a Franz Wedekind, y también al personaje quizá más querido de la ciudad, Karl Valentin, humorista crítico que tiene su pequeña estatua homenaje en el Vitkualienmarkt (Mercado de vituallas o alimentos) en la cual nunca faltan flores y un museo en su memoria sobre una de las viejas puertas de entrada a la ciudad vieja -la que da al río Isar y por ello Isartor-, que ostenta un aviso que informa que las personas mayores de 99 años acompañadas de sus padres pueden ingresar al museo gratis, dando cuenta así del tipo de humor que practicaba. Volviendo a la Türkenstrasse, allí pueden apreciarse las tiendas de antigüedades, las librerías de segunda mano, los bares y restaurantes de comida internacional, los Porsche, Mercedes, BMW, Audi de lujo estacionados uno a continuación del otro y a ambos lados de la calle semejando adornos que acompañan a las fachadas clásicas, algunas con retazos del Jugendstil (el modernismo alemán), las peluquerías, las confiterías, las tiendas de jóvenes diseñadores, y los miles de estudiantes de la Ludwig-Maximilians-Universität que lo invaden absolutamente todo. Dos centros en todo caso, dos universos paralelos que coexisten a escasos metros de distancia, y que representan una imagen que pretendo mostrar como una postal, esto es, como se captura un momento al presionar el disparador de la cámara...
Las reminiscencias a Une Saison en Enfer se desvanecen a medida que uno se acerca y pone sus pies sobre el territorio de lo que fuera el campo de concentración de Dachau. Lo que el poeta desde sus más intrínsecos delirios transformó en palabra deja de tener sentido al lado del infierno transformado en fábrica de matar personas.
El viaje es sencillo, uno toma el tren rápido (S-Bahn) y desde el centro de Munich no lleva más de treinta minutos. Luego la conexión es con el ómnibus. El pueblo que se muestra a los lados no desentona con otros de la región, puede que no con las atracciones de otros, pero bávaro al fin y al cabo.
El día jugó de cómplice, se vistió de gris y nos arrojó un par de lágrimas en señal de sintonía. El ómnibus comienza su recorrido. Un verde muy bonito dibuja el paisaje, cubriéndolo casi todo, incluso las huellas del pasado. A un lado del recorrido hay un “Camino del Recuerdo”. Dije que hoy es fácil acceder al KZ, por apelar a las dos letras que lo simbolizan en alemán. Durante años los prisioneros tuvieron que hacer el camino a pie, y recorrer famélicos y bajo los torturantes azotes de los vigilantes la calle Friedenstraße, lo que viene a ser la calle de la paz. A través de ella y durante unos tres kilómetros, eran conducidos a la muerte, conformando así un deleznable oxímoron.
Los signos que se muestran aquí y acullá hacen alusión a la época concentracionaria. Indicaciones, nombre de calles, plazas, monumentos, esculturas. Los nervios se manifiestan. No somos los únicos que vamos hacia allí, hay otras personas, hay otros idiomas en el ómnibus. Llegamos, es la primera vez que voy a enfrentarme a algo para lo que sé que no hay explicación, algo que Rimbaud no pudo haber imaginado. Tampoco Dostoievski o Munch, otros torturados. Voy a entrar a una fábrica diseñada para producir muerte. No tengo miedo a la parte visual, sí a la atmósfera que el terreno maldito transmita. La recepción ocupa un lugar anterior y exterior al campo. Algo llama mi atención. Además de la oficina de información donde adquirimos guías de audio, además de los baños, además de la librería, hay una cafetería. Yo tengo el estómago vacío, desde la mañana me siento algo culpable por cada vez que siento hambre, por poder atender a mis necesidades básicas sin tener siquiera que pensarlo. Y allí, a las puertas del KZ, el menú del día indica que hoy hay carne a la barbacoa. Sólo siento náusea al imaginar que alguien pueda comer allí, antes o después de la visita.
Emprendemos el camino, hay indicaciones, paradas para escuchar el audio. Nadie diría que es lo que se viene, detrás de una zona boscosa tan bonita como fresca. Lo primero que aparece es el edificio de entrada con su torreta de vigilancia, y debajo, el portón con su infausta insignia: Arbeit macht frei (el trabajo hace libre). Me llevó varios minutos atravesarlo. Al final lo hice.
Dentro se erige una gran superficie cubierta con algunos edificios, prácticamente todo ha desaparecido, dos barracas han sido reconstruidas y uno de los edificios sirve de museo. Hay algunos monumentos, destaca uno en memoria de quienes intentaron atravesar las alambradas para escapar y que produce un efecto escalofriante. Escucho a algunos guías aleccionando a los visitantes. Uno se muestra mas crítico en sus consideraciones (es extranjero), mientras que –casualmente o no– la guía alemana hace aclaraciones tendientes a la moderación. No sé a punto de qué, las pruebas están bastante a la vista.
Camino con mi aparato ortopédico que funciona de guía de audio pegado a la oreja, presiono los números, códigos, que me van dando la información a cada momento. Tomo fotos. Una tras otra. Quizá haga un puzzle. Evito a la gente, me distancio de Paula, Paula se distancia de mí. Hay una parte que me molesta. Me doy cuenta de que Dachau es un museo. La gente visita el KZ, un día después de visitar Neuschwanstein, esa bonita locura arquitectónica que ideó Ludwig II, y un día antes de ir a degustar una salchicha blanca en la Hofbräuhaus. Es parte de un ritual, una página más en una guía de viajes. Escucho risas. Recuerdo las palabras de Semprún: los pájaros habían dejado de trinar en Buchenwald, el humo de la muerte los había ahuyentado. Ahora los pájaros habían vuelto a cantar, y traían consigo risas internacionales. Padres con sus hijos, a quienes no señalan nada, los niños se comportan igual que en todos lados, se trepan a los monumentos, a los muros, a los muebles, gritan. Ellos, los más pequeños, no entienden nada, mejor. Pero me pregunto ¿para qué los llevan, si no les señalan nada? Quizá sean tan sólo una de tantas cargas, y da igual si toca ir al supermercado, al cine, o a Dachau. Veo unas mujeres musulmanas, sus prendas así las identifican. Siento la curiosidad de preguntarles si niegan el exterminio. Y si lo hicieran, ¿por qué están allí?
Entro en una barraca, la única donde es posible hacerlo. Camastros de madera en filas y columnas, rememoran los tiempos en que el KZ era todavía y con todo más o menos habitable. Se sitúan en lo que era la primera fila, las barracas destinadas a alemanes, a presos políticos normalmente. La administración clasificaba también las barracas, por supuesto, cuanto más alejada, más bajo. Los judíos, está claro, no ocupaban las primeras. A lo lejos diviso torres de vigilancia, el alambrado –en su momento electrificado–, el cielo gris, lluvioso de a ratos. La vida externa, hacia uno de los lados se ven pasar al otro lado del portón algunos vehículos. El museo ofrece demasiada información. Escapo a ella, la información puede leerse en cualquier lado, basta con tener interés.
Llega un momento en que siento cierta decepción. ¿Qué quería ver? ¿Qué quería encontrar allí? Y más aún: ¿pero esto es todo, un conjunto de edificios y punto? Continúo el recorrido, estoy seguro que voy a encontrarlo. Atravieso el camino donde otrora se erigían a los lados todas las barracas, ahora sólo señaladas sobre la superficie. Más indicaciones, de a poco voy dejando de escuchar el audio también, quizá porque muchas cosas son aclaraciones puntuales que ya había leído o visto en documentales. Cómo eran tratados los presos, el uso del lenguaje del campo, las vejaciones, los experimentos a los que eran sometidos, las manías de los celadores, las condiciones climáticas que jugaban en contra, algún testimonio, las fotos que acompañan cada punto de parada.
Hacia el final del camino algunos edificios religiosos, una iglesia, una sinagoga. Es hora de dirigirse al crematorio. Y con Semprún, estando yo despierto, siento retumbar desde algún lugar: Krematorium ausmachen! Otra iglesia, ahora una ortodoxa rusa, con su cebolla a lo alto. Me pregunto si tomo el camino correcto, porque lo que tengo delante es un hermoso jardín, árboles frondosos se levantan por todos lados, arbustos densos, flores. Sí, una piedra de más o menos mi altura hace referencia al crematorio, es indudable que es el camino, aunque cueste reconocerlo. Pero lo que hay al final, como si se tratase de un cuento de hadas, es la figura de una finca, una casa bien puesta, con su chimenea. Hay dos edificios. Uno es muy bonito, de madera, parece el establo para caballos. Es el crematorio antiguo. El otro edificio, la finca con su fachada de ladrillos, permite el acceso, el salón de desinfección –algo lógico cuando se quiere incinerar a alguien, es asegurarse que no tenga piojos, que el fuego no se contagie de tifus, hasta ese punto llegaron–, la sala de espera, los hornos. Doy la vuelta, por dentro, por fuera. Hay un recordatorio con una Menorah. Sigo sin salir de mi asombro ante la hermosura del jardín que es imposible no contemplar. Me pregunto si sería así durante la hora oscura. Emprendo la retirada. Me había engañado, estoy mucho más consternado de lo que había aventurado. No hay recreación, ni representación. Ninguna lectura previa, ninguna película, ningún documental, ninguna charla, me habían preparado para ver eso. Es mucho más elemental, sin efectos. Un centro fabril cuyo objetivo es destruir personas. La visita no es muy distinta como la de cualquier fábrica. La organización de ese conjunto gris de edificios me deja pasmado. Siento que quiero salir, ya son horas dando vueltas, y me doy cuenta que no voy a poder entender nada. Lo más cercano, siguen siendo los relatos de aquellos que se dieron cuenta que para transmitir la verdad de lo sucedido, tenían que fabular un tanto, como único medio para narrar lo inenarrable, lo inverosímil. Narrar el horror se convierte en una tarea similar a dar con el nombre del Innombrable. Quizá por constituir su contracara. El camino de regreso, hasta la estación del tren, lo realizamos a pie. Las reflexiones se suceden. Al final un escalofrío. La idea de que no es el hecho aislado lo que se vuelve el producto de una obsesión. Es lo que vino después. ¿Cuál es el mundo que pisamos? Auschwitz, Buchenwald, Dachau, Mauthausen y los demás campos, resultan inexplicables de por sí, pero para mi constituyen un misterio mayor aún a partir de la historia posterior a ellos. Vietnam, Camboya, las dictaduras latinoamericanas, Ruanda, Somalia, los balcanes, Guantánamo, los centros para inmigrantes ilegales en Europa, el gobierno de los consorcios que deciden quién come y quién no en cada uno de los puntos del planeta… Sin alambradas, sin muros, sin barracas materiales, me formulo la siguiente pregunta: ¿Cuántas personas sufren hoy sus vidas como si se tratase de un campo de concentración? ¿En que nos convierte eso a cada uno de los integrantes de la sociedad?
De la fuente de tus labios fluyen signos que no puedo ver, tampoco interpretar. Borbotones que no me mojan, que no entran en mí, que no me permiten desde vos reconocerme, que no me permiten reconocerte.
Vuelo entre los pliegues montañosos de mi memoria, quizá en busca de ayuda, como si la etimología de otras faltas de entendimiento me pudiera socorrer, esa historia de la palabra que permite prefigurar su significado actual, y que a veces nos susurra por lo bajo que la rosa es la rosa es la rosa, y otras veces no nos dice nada. Quizá lo haga simplemente para escapar, no físicamente, eso es imposible, o estamos en un lugar, o en otro, lamentablemente el cuerpo tienes sus limitaciones.
Descubro acordes
it’s not the wind
that keeps you up
y el bardo judío errante tiene razón, no, no es el viento que me mantiene despierto, ni acaso tampoco en pie. No sé que es, acaso el horror ante todo y ante mí mismo. Como el de aquel personaje que cuenta Platón en alguna de sus páginas, que informado de un cadáver en descomposición a la vera del camino, no desea ir, pero al final, vencido por su curiosidad, vestida de morbo, accede y se dirige al lugar, para con los dedos abrirse bien los ojos y gritarles que se saquen las ganas de gozar de dicho espectáculo, la atracción por lo insano, que no responde a nosotros, sino a esas bolas que fijan las imágenes en nuestra mente. Desdoblarnos, siempre desdoblarnos, para evitarnos, para escapar de la responsabilidad, de nosotros mismos en definitiva. Para caer herido por el amor imposible, y alimentarnos de naranjas y té provenientes de la China
and she feeds you tea and oranges
that come all the way from China
y que ya no lo canta sólo aquel, que fuera saqueado de todos sus bienes materiales durante su peregrinación budista, lo cuenta otro que hoy más parece un predicador, y que tal vez lo sea, su voz gutural parece provenir de una caverna, de una cueva
for she’s touched your perfect body with her mind
y nos construimos sufrimientos para sentirnos lo que queramos o no ya somos, humanos. Vengo de la tierra sin nombre, de mi reino de Kakania, de mi reino del Este, de mis estados unidos, de mi república de Oriente, y todavía escucho, como cuando era más joven –porque sí, ya voy entrando en esa etapa en que no tengo más remedio que decirlo de este modo–
¿cuál será nuestra cultura?
¿cuál será nuestra cultura
si fuimos colonizados?
somos nietos de inmigrados
hijos de una dictadura
es decir: somos basura
sin futuro ni pasado
e intento mirar a un costado, no para evitar lo inevitable, sino para que aparezca alguna respuesta posible, y desde el camino es el cadáver descompuesto que me mira a mí, suenan las estridencias, el sol quema, y vuelvo a mi soledad veinteañera, cuando buscaba únicamente el ruido para refugiarme del ruido
when the forest burns along the road
like gods eyes in my headlights
pero ahora disfruto más de la tranquilidad, supuesta tranquilidad de unos decibeles menos pretenciosos, acompañados de años de combatir el sinsentido desde el arte, del intento de comprender al incomprendido, al monstruo creado por la impasible sociedad, escucho a Johnny Cash. Lo imagino enfrentado a la multitud de presidiarios, quizá a la de algún condenado a muerte, algún condenado a muerte injustamente.
Hay un par de líneas, un par en particular, que me conducen a donde quería ir.
I felt the power
of death over life
Quizá se trate de eso, una explicación que no es una explicación.
He inmanentado el horror, porque no puedo decir que leí “La escritura o la Vida”, de Jorge Semprún, uno no lee un libro así, como no lee a Primo Levi, o a Imre Kertész, por poner algún ejemplo. Me encontré en alguna de sus páginas con que en sus años de clandestinidad portaba entre sus pasaporte falsos uno de Uruguay. Nombra dos de sus falsos yo, el otro creo que era suizo. Resulta de una curiosidad estremecedora, proviniendo de alguien que para sobrevivir a haber sobrevivido a la experiencia concentracionaria, sostenga que
Me había convertido en otro, para poder seguir con vida
Y luego más contundentemente
Me convertí en otro para poder seguir siendo yo mismo
Semprún relata además que tuvo que olvidar para poder contar lo vivido durante su cautiverio en Buchenwald (cautiverio, como cualquier otra palabra, es un injusto eufemismo para expresar lo experimentado), vecino del jardín que representa la más alta cultura alemana, el que –por parafrasear la metáfora de George Steiner– guardaba el árbol que daba sombra a Goethe en Weimar. Buchenwald y Goehte, Goethe y Buchenwald, como resumen de lo más alto y lo más bajo que es capaz de hacer el ser humano. El olvido como fuente de recuerdo, en todo caso. Más sorprendente que algunas casualidades –tal el caso de un pasaporte–, u otras eventualidades que nos unen de un modo único a las páginas que leemos, de un modo sin intercambio, a pesar de que los libros sí nos hablan y nos dicen cosas distintas con cada volteo de página, la idea de relatar, no es en sí misma tan sorprendente, lo sorprendente; y esto me recuerda la sentencia de Theodor Adorno: después de Auschwitz no es posible la poesía; son las cotas literarias que su relato adquiere. No es una crónica, es una creación literaria de primer orden. Para mí es ininteligible. Por más que el as en la manga aparezca en alguna página, contar literariamente, para que sea creíble, desmontar la historia y recrearla agregando los ingredientes que atraigan al lector, para que termine creyendo lo increíble, pero sólo gracias a los artilugios de la verosimilitud narrativa, no gracias a la mera descripción de los hechos. La alta literatura como escudera de la verdad, la metáfora, el engaño como medio para acceder a una verdad. Y me enfrento al horror, y de repente un nuevo e injusto espejo, yo, que desconozco el horror sobre mis propios huesos y mi alma
De golpe, no sólo resultaba evidente, claramente legible, que no estaba en mi casa, sino que tampoco estaba en parte alguna. O en cualquier sitio, lo que viene a ser lo mismo. Mis raíces, de ahora en adelante, siempre estarían en ninguna parte, o en cualquiera: en el desarraigo en todo caso.
Mis raíces están en el desarraigo, leo, repito, y luego son las propias palabras que se repiten solas, a sí mismas, sin que yo las pronuncie ni con mis labios ni con mi mente. Y me reconozco, aunque no lo quiera, aunque no lo acepte. Cuando vuelvo a levantar la vista en dirección al espejo, me pregunto, como pasaré yo a la historia, si como la sociedad alemana que miró sin ver mientras el humo negro de los cuerpos dibujaba bucles en el aire, digo, me pregunto, si como parte de esa masa anónima que hoy hace sus pasos sobre la tierra, la historia al fin y al cabo no me juzgará de igual modo, como alguien que no puede despegar los ojos de su propio ombligo y es ciega al exterminio en otras sociedades, sometidas a la existencia análoga a la del campo de concentración, donde sólo existe el castigo, el hambre y la miseria, y sobre todo el sin porque, donde otros posibles Buchenwald y otros posibles Goethe comparten territorios vecinos. Ya no todos los caminos conducen a la ciudad cuyas aguas riega el Tíber. No, todos los caminos conducen a Auschwitz…
(Con textos de: Leonard Cohen, Soundgarden, Johnny Cash, La Tabaré, Jorge Semprún)
Yo como otro. El Otro. Sin reconocerme, reconociéndome desde el Otro. La tensión debe ser más o menos así, estimo, en todo caso es un círculo que he trazado, y claro, es imperfecto...
Neocounter dejó de funcionar (de forma gratuita) pero ya tod@s sabemos que increíblemente este blog ha superado las 80.000 visitas, así que palmada en la espalda y muchísimas gracias a quienes se han tomado la enorme molestia de leer estos escritos, y particularmente, a quienes además han dejado e intercambiado sus impresiones, más que importantes.