12/2/11

Un acto de amor


No puedo describir las formas, pero están ahí, no las veo, las siento. Es difícil decir que sean formas, una fragante contradicción. Escucho música que las provoca. Sólo puede ser algo que me pateé el hígado, que suponga una teoría de los colores, que me haga sentir como un niño indefenso, que me oprima los pulmones y se ría de mi asfixia. Como en un estado de delirio comienzan las formas a gestarse, una Gestalt incomprensible, no necesariamente sana y que me hace pensar en un delirio indescriptible que exige permanecer como tal, a riesgo de dejar de serlo, de transformarse en algo mundano en el sentido más inmundo de la palabra, en algo que pueda pasar a ser algo que perfectamente entre en el vocabulario cotidiano o en la cesta de la compra.
Es un estado agónico, quizá producto de una palabra en desuso, y con su contenido la forma viva que cobra en el ser en el que se instala o con el que viene innatamente, la angustia. Intento traducirlo en palabras y me doy cuenta de que lo único que produzco son billetes falsos en serie, cada uno ostentando un we don’t trust you. Yo, el gran falsificador, signado para el fracaso y tal vez la autodestrucción, recluido entre un grupo de huesos, tendones, y músculos de los que no me está permitido escapar. Entonces se me ocurre no comunicártelo, no mentirte, te lo voy a contagiar, voy a depositar el virus de mi locura con un estornudo de mi alma enferma, para que entiendas de la mejor manera de qué se trata este padecimiento. Sé que es injusto, sé que tras tu cordillera de máscaras se esconden probablemente los mismos monstruos arcaicos que alguien me contagió a mí antes incluso de ser concebido y que son parte de mi ser en el mundo. Pero no lo sé, puede que sea egoísta, pero quiero compartirlos contigo. Quiero que los crecientes decibeles de una percusión extranjera se apoderen de vos, primero inefablemente de tus oídos, para lentamente sobrepasarlos y meterse en cada minúscula parte de tu también ridículo cuerpo, que deje de ser un efecto sonoro y se transforme en una metástasis infernal que recorra tu cuerpo y olvides que alguna vez fue música, o que en todo caso tal vez todo lo sea y que no se trate más que de eso. Una fuerza brutal que se asiente en tu estómago y no sepas si es una bomba de neutrones a punto de estallar, un estado viral para salir corriendo al médico, o sólo el día de tu juicio final.
Revelarte éste, mi estado más primitivo, es mi riesgo más grande, el que me va a dejar completamente desnudo ante vos. El acceso a lo que está antes de mi gramática, el abominable dolor que me corroe no de manera transitoria sino como la parte principal de eso que no sé si existe pero que suelo llamar esencia, por el sólo hecho de pisar durante un tiempo estos parajes desolados del universo y que es precisamente su precio, es también ahora el precio a pagar por colocarte muy posiblemente en las antípodas de mí y de todo lo que me rodea. Hoy quiero asumir el desafío, ya alcanza con falsearme a mí mismo. Un acto de justicia al fin y al cabo. No lo sé, en definitiva no se puede estar seguro de nada. Como en un sacrificio, detrás se esconde el premio mayor o la caída absoluta. Los tambores comienzan tímidamente a dejarse escuchar.

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