6/4/11

Miércoles: mercurial


Hoy es el destino un desatino, hoy es el día X, hoy me vuelco hacia el futuro tratando de recordar el pasado, ese cercano, el de los últimos días. Escucho a las voces dar gritos, pero no están lejos, están encerradas entre las paredes de mi cráneo. Quieren que reme más rápido, que el mercadeo semanal se transforme en un indómito pensamiento de semana que ya fue. Hoy es también el día de la música, que se va a transformar en una sirena enloquecedora entre la Escila de la noche y la Caribdis de la madrugada, mucho antes aún de que el demonio del mediodía muestre su cola. Y destaparé mis oídos para poder por fin gritar como el enajenado que soy, el que vive del otro lado de mi istmo, el que me mira cuando cierro los ojos. Y mi grito se volverá un canto único y sensual cuando en realidad nazca de una garganta y unas cuerdas que no serán las mías, mientras mis ojos, dos platos atónitos, exploren todo eludiendo cualquier explicación, esa suerte de veneno que todo lo que toca lo mancha de muerte.
Yo, que quiero ser yo y por eso no lo soy, y que si entonces no sé quién soy pero sé que soy alguien, y que en esa búsqueda vana me siento como el perro que persigue su cola hasta que al final es la serpiente quien la muerde. No sé qué quiero encontrar en esta vida transformada en eterno peregrinar cuando el destino sabido es está en un único aquí, mientras sueño en diferentes idiomas que dantescamente se transforman en políglotas pesadillas.
Hoy no es día para cazar, dejo mi lanza temeroso del lobo que ronda al acecho con fauces sedientas de miércoles. Pero marcho resignado a la lucha final, que es final para mí según puede leerse en mi frente. No me acompañan las valquirias ni la música del de Bayreuth, ya sé que alguien me vengará. Ya veo la barca que se dirige a algún punto desde el que el sol tiñe de rojo al mar, mis ojos ya cubiertos de sendos talentos y mis manos aferradas a mi única arma, esa palabra que siempre se me escapa.
En este hermético cenit de la semana siento miles de brazos que me abrasan pero ninguno trae un mensaje. Sólo exponen manos sedientas que exacerban la múltiple soledad que hay que sufrir en compañía. Son otros que así terminan por ser no otra cosa que yo mismo, abandonados a la buena del tránsito inhumano del tiempo, sufriendo por lo mismo, deseando lo mismo, y mirando el mismo estúpido reloj sin saber a qué hora sonará sin poesía alguna la alarma que represente a Fenrir.

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