2/4/11

Sábado: caprichos bajo el sol


Las lenguas doradas que caen del cielo y primero me lamen dulcemente terminan por devorarme convirtiendo mi hado en el de cualquier hijo de Saturno. Siento el trazo de Goya perfilando mi silueta, sobresaliendo lo que no se ve, lo que ya no es más que un puré y no puede ya llamarse siquiera carne, escondido tras los ojos furibundos del dios cronológico.
No puedo guardar reposo, en este día que ahora no puedo determinar si es el sexto o el séptimo, mis ensoñaciones nada retro me invitan a viajar por los siglos y pensar lo último, sólo como ungüento intelectual para imaginar que el suplicio tiene un fin, aunque sólo sea el fin de la vuelta del engranaje que vuelve a comenzar el ciclo.
No sé si en la tradición talmúdica estará considerado el trabajo mental al que el sábado me somete, que nada sabe de descansos y se ensaña hasta hacer salir humo por mis orejas. No sé si las procesiones internas están contempladas, porque añejos pasos descalzos pueblan mi cabeza infatigables y el resonar de los pies contra el suelo recuerda ritmos africanos y animales salvajes.
No hay nada que me invite al reposo, la quietud corporal me agota y presiona con sus sutiles dedos el contorno de mi cuello mientras la sangre pugna por transitar hasta poder regar los jardines de mi cerebro. Mi único consuelo sea, tal vez, la llegada de mi salvador, que con su égida, y amparado en la complicidad de las sombras, se lleve al hijo del cielo lejos de mi presencia.

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