12/6/11

Sobre la sorpresa de que nadie se sorprenda

Se lo tomo a un gran amigo, porque un escritor querido no es otra cosa que eso. Dice así:

"La crítica heideggeriana es de un radicalismo inusitado. En un texto de 1953, Heidegger desarrolla una reflexión apenas soportable. Lo que propone la mayor amenaza para el hombre no es una guerra atómica: la evolución pacífica de la técnica es mucho más peligrosa, pues puede privar al hombre (el ser pensante) de su esencia (la facultad de pensar).
"Pero quizá sea más importante que esa reflexión el hecho de que no sorprenda a nadie. Y no sorprende a nadie porque nadie le presta atención. En otro tiempo, Europa se tomaba muy en serio las opiniones de sus filósofos. ¿Cómo es posible que en la actualidad los problemas planteados por el mayor filósofo del siglo pasen desapercibidos? ¿Significa ello que el hombre se ha vuelto ya sordo al pensamiento?"

Milan Kundera en
Kvetoslav Chvatik,
"La Trampa del Mundo",
Tusquets, p. 173.



Y yo pienso también en lo que no es Europa, ¿por qué no habría de tomar en serio a ese filósofo europeo? Y atendiendo a esa hermosa expresión, ¿por qué ha de ser sordo a su pensamiento? La técnica no es muda, trae un discurso, un discurso que nos dejará mudos a nosotros a la larga, si hacemos caso a que pensamiento y lenguaje van de la mano. Es decir, que la alusión a los sentidos puede ampliarse, y lamentablemente, no de forma positiva. Tierras que se venden a consorcios internacionales, alimentos modificados genéticamente, las propias semillas de la siembra con código de barras, los productos para combatir las plagas, todo, absolutamente todo, pertenecientes a los mismos propietarios. Y nadie se sorprende.
El liberalismo nos habla de la libre competencia, del mercado regulado por la mano invisible, de la igualdad de oportunidades, pero el dominio de algo sin lo que el ser humano no puede vivir, como lo es el alimento, está quedando en muy pocas manos y se les está otorgando un dominio ilimitado, que tendrá consecuencias sobre lo que el ser humano será. No sería sorpresivo que las futuras próximas guerras sean no ya las religiosas o políticas, sino lisa y llanamente las de los cereales. Y no precisamente libradas entre distintos pueblos, sino sobre aparatos de poder defendidos en nombre de la propiedad privada y armados también con lo último en tecnología bélica, que se verán desafiados por famélicos de todo el mundo que irán quedando despojados del acceso a raciones mínimas para la supervivencia. Gran parte de la población mundial ya se ve aquejada por eso, pero muchos se sorprenden y se aterran en nombre del orden y las buenas costumbres por ver un barquito atestado de africanos cruzando kilómetros de océano sin reparar en las causas que pueden llevarlos a ello.
Por otro lado los alimentos mantienen el nombre en muchos casos, como se les conoce desde hace décadas o siglos, pero sumado a las mutaciones genéticas a las que se los somete, más los ingredientes de todo tipo que se les suman, sea para una más extensa conservación, para potenciar su sabor, para darle color, para reforzarlos de algún modo, o simplemente para aumentar el deseo de consumirlos elevando innecesariamente sus contenidos de azúcar, ya sería hora de preguntarse si convendría continuar denominándolos de la misma manera. Muchos de esos contenidos o ingredientes repercuten negativamente sobre la salud, y sobre esto existe gran responsabilidad por parte de quienes tienen la tarea de hacer circular la información. Vivimos en la era de la información, lo que ha llevado a la saturación de la misma, con datos que van y vienen de forma cruzada, generando un discurso contradictorio, del que los únicos que salen beneficiados son los que venden sus productos, maquillando todo con el respaldo de la ciencia. No deja de ser curioso que las denuncias suelen ser pequeños gritos elevados por científicos independientes, que muchas veces se ven despojados de todo tipo de autoridad sea porque la voz contraria es más alta sea porque son sepultados bajo un edificio de argumentos que pueden llegar a ser difamatorios en aras de conducirlos al desprestigio.
Cabe recordar que no hace tantos años, unos cincuenta o sesenta, que comenzó a proliferar el consumo de alimentos refinados, casos paradigmáticos el de la harina y el del azúcar. No sé si hay muchas personas que han prestado atención a la palabra refinado, señalando el sentido que lleva normalmente en su uso social, cuando hablamos de una persona. No cabe duda de que sugiere algo positivo. Por otra parte, en pocos años para lo que es la historia humana, a dichos productos refinados se los ha pasado a llamar normales. No sólo partiendo de la idea de que todo ha de ser pasible de ser sometido a interrogación y crítica, sino de que entiendo que lo normal es la dictadura de la mayoría, me pregunto cómo es que un día pasó a llamarse normal lo anormal. Esto es un tema digno de la Genealogía de la Moral de Nietzsche y su idea de una transvaloración de todos los valores. Porque para cualquier persona imagino que normal sería el grano tal como este es cosechado, no uno al que se le ha despojado de casi todo para que amasar y digerir sean más fáciles, y curiosamente, más blancos, más puros, y por último, más refinados. Por el camino quedan así proteínas, minerales, y vitaminas que los productos en su modalidad integral tienen. Esto al parecer supuso un avance de la ciencia (¿en qué sentido?), porque se nos ha convencido de que es mejor y no hay muchos que parezcan cuestionarlo, y pongo el caso porque es un punto mínimo comparado con lo que está sucediendo ahora con la explotación de los bienes naturales del planeta y de la manipulación global a los que se ven sometidos, algo que responde ya a técnicas puras de laboratorio más que a descuartizar un grano para privarlo de todas sus capas ricas en nutrientes.
Es que la mayoría se ha pasado un punto por alto y con el que el discursito científico de ciertos centros de poder se está frotando las manos desde hace tiempo. La relación entre lo que comemos y la salud por un lado, y la de lo que comemos y cómo afecta nuestro estado tanto intelectual como emocional. Basta con prestar atención a la publicidad de los alimentos, que no hacen más que hablar de los efectos benéficos para la salud. Eso no es más que la prolongación del viejo tratamiento del cuerpo como una máquina, algo que debemos agradecer en primer término a René Descartes. Como si de un auto se tratara al que le faltase aceite para que el motor no se sobrecaliente, así son vistos los problemas de, digamos, la constipación. La sugerencia no es cierta dieta sana y equilibrada que procure evitar el problema, sino lo contrario, no mejorarla, al tiempo de consumir el producto mágico que pondrá como por arte de magia a los intestinos en movimiento. Para ello han contribuido los mejores expertos y el artículo será presentado no como un sabroso y nutritivo yogur, sino como un medicamento. Probablemente muchos alimentos debamos comprarlos en la farmacia y no en el supermercado en un futuro no muy lejano.
Pero hay un costado más sutil y es el de la segunda relación mencionada, porque la idea parece ser no dejar de aprovecharse de nada, y así incluir a la del cuerpo como unidad con lo somático. La industria está produciendo alimentos que generan lo más parecido a una dependencia. Uno de los factores principales tiene que ver con el nivel de azúcar que contienen. Al ser en su mayoría los productos refinados, la diferencia con consumir un terrón de azúcar se vuelve nula, además de la propia azúcar que puedan contener, más otros posibles ingredientes como el sirope de glucosa, entre otros más. Una bomba de azúcar en el peor de los casos, que produce un subidón (placer, energía, por ejemplo), y que como todo supone un bajón posterior (la llamada baja de azúcar, agotamiento, incapacidad de concentración, malhumor, hambre), que se puede subsanar con otra ingesta de comida, que si es de las mismas características, comenzará una cadena que a la larga no puede llamarse sino adicción. A las nuevas formas de alimentarse se las vincula con nuevos estilos de vida que difieren de los tradicionales, cuando había tiempo de sentarse a la mesa y rendir tributo a una buena comida. Pero cantidad y rapidez por un lado, no deben ir en contra de la calidad. No hay que llegar al nivel de la bomba de azúcar, pero debería ser una pregunta frecuente por qué se ha vuelto necesario incrementar los niveles de azúcar (como también de sal) a los alimentos de consumo general, a consideración de que no es beneficioso en ningún caso, más allá de la defensa en pro de su conservación. El ejemplo del azúcar sea tal vez el más sencillo y por ello el más repetido, pero sucede con otros ingredientes, como el de los potenciadores de sabor. Porque quienes producen estos alimentos parecen conscientes de algo que en realidad parecería que de tan evidente se nos pasa por alto, como la carta robada de Poe. Cada vez los alimentos están diseñados para procurar cierto estado de bienestar, que opera por un corto tiempo, y que genera la necesidad de recurrir a ellos de nuevo. Algo que se ve confundido con el sabor, el verdadero sabor que un alimento pueda tener, y con el pensar que es rico, cuando en realidad todo queda oculto bajo el poder subyugante del azúcar. Esto tiene desventajas a corto y a largo plazo. Pero de nuevo volvemos a la idea del cuerpo como máquina, tratamientos, operaciones, medicamentos. La persona, la alimentación, y el taller mecánico cuando el cuerpo no funciona. Esto llevaría a su vez a hablar de la relación entre la industria alimenticia y la farmacéutica.
Pero eso lo dejo para su pensamiento, porque además de con una buena y saludable dosis de paranoia, también cuento con pizcas de optimismo para creer en la existencia del pensamiento que tienen, no para que coincidan plenamente conmigo, sino para que al menos los invite a pensar si no habrá algo en lo que digo, y así comenzar a preguntarse y a preguntar. En definitiva, a ser seres humanos.

2 comentarios:

  1. Hace poco vi por HBO un documental sobre este tema, específicamente sobre la industria alimenticia en Estados Unidos. Me pareció brutal, y sí, uno ahora piensa dos veces antes de comer algo. Me siento afortunado de vivir en un país donde los supermercados no lo son todo, y aún se pueden conseguir alimentos naturales si se sabe dónde buscarlos. Aunque tampoco le podemos escapar 100% al sistema y nunca dejaremos de comprar alguans de las grandes marcas, no? Porque tampoco dejarán de existir si dejamos de comprarles. Digo, si TODOS dejáramos de comprarles, sí. En ese sentido no es imposible. Pero tendríamos que poner de acuerdo a todos los uruguayos, y eso sí es imposible, jaja.

    Saludos! Y te leo, aunque no siempre comente.

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  2. Gracias Mauricio por tu comentario. Saberme leído es ya importante, los comentarios son más que bienvenidos cuando el lector se siento invitado a ello, por supuesto.
    Creo en tu razonamiento, suena utópico, pero parece ser la única herramienta que pueda regular y/o controlar el rumbo de las cosas. Borges en uno de sus cuentos hablaba de la sociedad que creía en los mensajes que el propio vendedor proveía... Uno lo lee y se cae de maduro, sin embargo...
    Por otro lado poner a dos uruguayos de acuerdo es ya una proeza, ¡no quiero saber que pasaría con 3 millones! Saludos

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