30/9/11

Magnetos

¿Vamos, somos impelidos, o algo nos arrastra? San Agustín decía que si no le preguntaban qué era el tiempo, lo sabía, en cambio, si se lo preguntaban, dejaba de saberlo. Hume decía que no nos era posible saber de dónde provenían nuestras ideas. Aún no nos es posible saberlo. ¿Por qué pensamos una cosa y no otra? Y ¿qué sería esa otra cosa que no pensamos? Pues dado que no lo hacemos no podemos conocer más que lo que se ha presentado a nuestra mente. Después de los maestros de la sospecha, que siempre resultaron sospechosos ellos mismos a sus congéneres, y mirando tal vez a Foucault, podemos pensar que precisamente la cosa está más allá de lo dicho (más allá puede ser más acá, es igual, lo que no está dibujado en el signo, lo único que vemos, así de cortos de vista podemos ser, como una cámara con abertura focal muy grande que ve un plano y el resto fuera de foco). Platón decía ¿o era Sócrates? que ser dueño de sí mismo significaba también ser esclavo de sí mismo. En todo caso el segundo fue muy inteligente al declarar que sabía que no sabía nada, y así hacerse merecedor del título de más sabio por parte del oráculo de Delfos.

Después igual empiezan las preguntas. Una frase con la que me topo me deja en parajes que no guardan relación con ella, o tal vez sí. Leo: "If trouble comes when you least expect it then maybe the thing to do is to always expect it." (Cormac McCarthy, The Road) [Si los problemas vienen cuando menos los esperas, entonces quizá lo que hay que hacer es siempre estar a la espera de ellos]. Sé que quiero escribir sobre McCarthy, sé que tengo que volver a sus páginas. No es tarea fácil. Pero por alguna razón insospechada paso página (es un subterfugio, no faltan páginas suyas en la biblioteca) y desde los parlantes Leonard Cohen grita "and there are no diamonds in your mine" y por un momento hubiera preferido que la estrofa terminara con la palabra "mind". No miro el reloj para no confundirme, ese mentiroso dice lo que le viene en gana de acuerdo a con quién esté, colgué el teléfono con alguien que estaba lejos y teníamos no sé cuántas horas diferentes, aunque muchas menos que los kilómetros. Entonces termino mirando un documental sobre Osvaldo Soriano. Me pregunto si la suma de sus anécdotas una vez reunidas no superarían a su propia obra literaria. Porque en otros casos parece más evidente que detrás de lo escrito sólo cabe imaginarse a un señor serio y muy estudioso que está todo el día ante su escritorio con las ventanas abiertas de su imaginación. Y ahora estoy escribiendo esto, todo esto que no es nada, porque yo quería escribir sobre algunas cosas que yo pensaba que me habían traído a este lugar en el que ahora estoy, llámese Alemania o Deutschland, y me doy cuenta de que no tengo tiempo suficiente para hacerlo. Me refiero al tiempo vital, porque todo me trajo y como una palma extendida me tomó y un día me depositó acá (acá es ningún lugar, porque acá tiene sinónimos que únicamente son palabras, la única referencia posible es estar cerca o lejos de determinadas personas), y me miento seguido, porque podría encontrar una forma espuria de convencerme y sobre todo de convencer a los demás de que por esto y de que por aquello. Y tirar la lista como quien lanza un rollo de papel higiénico. Sé que mentirse es también un mecanismo de supervivencia, de supervivencia frente a uno mismo, la única bestia que nunca dejará de pisarnos los talones. Pero entonces se me ocurre que algo tengo que dejar, al fin y al cabo no será todo, pero hay pequeños eventos determinantes.
Muchos no la conocen, incluso entre alemanes me consta que no todos tienen noticia de ella, pero hay una saga novelada escrita por Goethe que se titula "Wilhelm Meister" y que hace unos cuantos años cuando la leí -algo incompleta porque no tuve acceso a todo el libro- quedé embriagado. Si bien ya en él se nota la ironía al tratar la época de los primeros años y de juventud en que se traza el dibujo de los sueños y anhelos a los que se aspira en la vida, la primera parte responde al título de "años de aprendizaje" y sienta las bases para un vagón de literatura que toma el tema (en alemán y en tiempos menos remotos Robert Musil escribió su "Die Verwirrungen des Zöglings Törleß" que pasó al español bajo "Las tribulaciones del estudiante Törless" que es una joya mucho más corta y cáustica). Existe esa idea de hablar de la novela llamada total, probablemente el Wilhelm Meister se acerque a eso, parece que una vida y un mundo pueden transcribirse en incontables páginas limitadas por tapa y contratapa. La búsqueda por eso que nos gusta decir ser uno mismo, se manifiesta en la narración entre entregarse al mundo del comercio o al del arte (para lo primero podría decir trabajo, aunque quedaría claro que la dicotomía no sería cerrada, ambos pueden verse plenamente representados en el otro). En este caso el camino del arte está signado por el teatro y la presencia de Shakespeare, de donde toma su nombre el protagonista de la novela [Wilhelm = William], y donde considerando las referencias al aprendizaje y a las enseñanzas su apellido también viene a tema [Meister = Maestro -en sentido amplio, pero también maestro artesano, o artista]. Como se dice que todos llevamos un niño interior, también creo que todos llevamos un Wilhelm Meister interior. Curiosamente uno de los poemas que creo que todo alemán debe aprender proviene de ese libro (kennst du das Land wo die Zitronen blüh'n?).

La literatura se mezcla con la vida y la vida con la literatura. Hay quienes leen y quienes convierten un libro en parte de su biografía del mismo modo que dicen que conocen a su mejor amigo o que sus padres son tal y cual, es algo esencial y son libros sin los que no podemos comprender a la persona que tenemos delante y que es tal como es porque las letras han salido de las páginas como hormigas en fuga y se le han metido por los poros dejando en blanco las páginas y cobrando vida dentro de la persona igual que todo lo que está en nuestro cuerpo y en nuestra alma, de forma más o menos consciente. Más común es escuchar que un libro nos marca, que es de cabecera, podemos recordar frases, pasajes, situaciones, personajes. Pero hay otros que su lectura puede resultar más importante que haber recibido una vida bajo un sistema educativo, y descubrir que lo que había que saber estaba en unas horas de lectura, o que la explicación a una obsesión estaba transcrita, o la salida a dejar atrás la idea del suicidio, transformándose en un libro salvador, al menos bajo el pretexto de que como hay uno podría haber otros así. Y del mismo modo que con las personas, el problema de conocer al otro se amplía si tras leer nosotros el mismo libro no logramos entender qué es lo tan significativo para el otro, en qué sentido se da la relación otro-libro, y así, permanecemos encajonados bajo el signo de la experiencia personal e intransferible y cerrados a algo tan simple como la empatía gracias a la cual no se trata de entender la experiencia puntual en sí sino de escuchar al otro y al menos imaginar si una experiencia así nos es posible. Y esa falencia redunda en el alejamiento y el extrañamiento del otro, pero al mismo tiempo de nosotros respecto de nosotros mismos.

Sé que a estas alturas no se espera una explicación para el próximo paso. Sólo puedo continuar arguyendo que no sé cómo se pasa de una cosa a la otra. Y como la lista ya anuncié que sería infinita porque cada experiencia y su devenir es la concreción de la suma de todas las cosas, voy a optar por poner coto final -que no es otra cosa que dejar todo en puntos suspensivos- con un poema que a lo mejor tuvo algún rol dentro del mapa de magnetos que me mueven por el globo terráqueo:

Der Lorbeer
El Laurel

Ich duld' es nimmer! ewig und ewig so
Die Knabenschritte, wie ein Gekerkerter,
Die kurzen, vorgemessnen Schritte
Täglich zu wandeln, ich duld' es nimmer!

¡No, no me reisgnaré! Avanzar siempre
como un niño, como un prisionero,
a pequeños pasos medidos por anticipado,
día tras día. ¡No, nunca me resignaré!

Ist's Menschenlos - ist's meines? ich trag's es nicht,
Mich reizt der Lorbeer, - Ruhe beglückt mich nicht,
Gefahren zeugen Männerkräfte,
Leiden erheben die Brust des Jünglings.

¿Tal es el destino del hombre? ¿Mi destino? ¡No!
Al laurel aspiro. No me tienta el reposo,
mas el peligro suscita las fuerzas del hombre
y el dolor hincha el pecho de los jóvenes.

Was bin ich dir, was bin ich mein Vaterland?
Ein siecher Schwächling, welchen mit traurendem,
Mit hoffnungslosem Blick die Mutter
In den gedultigen Armen schaukelt.

¿Qué soy para ti, qué soy yo, patria mía?
Un débil, un enfermo a quien su madre
con una tonada triste, desesperada,
acuna entre sus pacientes brazos.

Mich tröstete das blinkende Kelchglas nie,
Mich nie der Blick der lächelnden Tändlerin,
Soll ewiges Trauern mich umwolken?
Ewig mich töten die zornge Sehnsucht?

Nunca busqué consuelo en el fondo de brillantes copas
ni en la mirada de una sonriente coqueta.
¿Debe abatirme para siempre una pena
o matarme un furioso deseo?

Was soll des Freundes traulicher Handschlag mir,
Was mir des Frühlings freundlicher Morgengruss,
Was mir der Eiche Schatten, -was die
Blühende Rebe, der Linde Düfte?

¿De qué sirve el cordial apretón de manos
y la dulce acogida del alma en primavera?
¿Para qué la sombra de los robles,
la viña de la flor, el aroma del tilo?

Beim grauen Mana! nimmer geniess ich dein
Du Kelch der Freuden, blinktest du noch so schön,
Bis mir ein Männerwerk gelinget,
Bis ich ihn hasche, den ersten Lorbeer.

Juro, por la antigua Mana, no beber más
del cáliz del gozo, no obstante su seductor destello,
hasta el día en que haga una obra de hombre
y conquiste entonces mi primer laurel.

Der Schwur ist gross. Er zeuget im Auge mir
Die Trän' und wohl mir, wenn ihn Vollendung krönt,
Dann jauchz auch ich, du Kreis der Frohen,
Dann o Natur, ist dein Lächeln Wonne.

¡Grave promesa! que a mis ojos llenas de lágrimas.
¡Feliz seré, de mantenerla! Pues así,
criaturas de alborozo, también a mí me oiréis gritar de gozo.
Y entonces, oh Naturaleza, de tu sonrisa haré mi júbilo.

Friedrich Hölderlin
en uno de sus poemas de juventud precisamente.
(Tomado de "Hölderlin. Poesía completa", Ediciones 29, Barcelona, 1995. Traducción: Federico Gorbea)

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