27/9/11

Tiempo espacio tiempo


El reloj da las diez. Pero no sé la hora. La verdadera hora que es el instante universal. El aparato con sus manecillas puede dar o decir lo que quiera, lo que pasa a mi alrededor es más grande y tiene vida propia. Miro por la ventana, decorada con suaves lágrimas del día que se despide. Pero la tormenta es un jugo gástrico que destruye mis barcos desde adentro. Mis brazos buscan tranquilamente el calor artificial. Mis ojos se dirigen pretendidamente inocentes en busca de algo en lo que distraerse. Hay colores, ellos piensan, hay cuerpos, ellos creen poder tocar con su mirada, pero no pueden verse a sí mismos, no sin el aparato ortopédico especular. El espejo se sonríe desde un rincón, su cuerpo largo se mueve como un péndulo que no se toma la molestia de mentir sobre los diferentes momentos del transcurrir, esa cosa para hacer perder la cordura a los bichos humanos con la idea de lo eterno y lo irrepetible, de la vida y de la muerte, del más acá y del más allá, de la esfera y el río. El río pasa cerca de mi casa y se desliza junto a mis pasos cuando mis pensamientos se entregan a la vieja disciplina peripatética, su fluir es la medida de todas mis ideas, las trae y las lleva, sin preguntar por qué ni para qué. Un día cambiaremos los roles y descubriré los pensamientos que esconde su corriente. Así echado cual especie de pintura prerrafaelita miro el cielo, el acaso se transforma en ocaso aunque continúa sin respuestas. Las luces comienzan a desaparecer y dejan en su lugar puntos dispersos que al ser unidos pueden dibujar siluetas helénicas para aquellos que se atreven. El tiempo no tiene espacio. El espacio soy yo, un saco vapuleado por una simple idea que aparece deformada de mil y una maneras a través de la lente de su mente. Tal vez las gotas que siguen inundando mi ventana y multiplicando la noche como infinitas pantallas en miniatura son parte del río que me extraña y viene a visitarme, quizá las gotas no sean más que una señal, o un llamado a perderme por los meandros boscosos que susurran viejas melodías desde sus hojas en movimiento. Tonadas cargadas de historias que soplan vientos más potentes y me invitan a mirarme en el espejo acuoso. Ese astro que reflecta la luz se ve reflejado a sí mismo en las aguas movedizas que ahora tengo delante de mí, y me hace preguntarme si yo no estaré del mismo modo reflejado sobre él de algún modo misterioso, y cuántas veces será que todos nos repetimos, hasta el cansancio, sin saberlo y por ello mismo agotados de estar en tantos lados como si de los sueños se tratara. Quien diga que el agua es verde o azul tiene que mentir, las ondulaciones que pasan por delante como un manto de anguilas es un todo negro distinguible por superficies opacas y brillantes, metal líquido mezclado con petróleo. Miro hacia un costado y los árboles se pierden por el camino, miro hacia arriba y mis ojos se pierden en la profundidad del tapizado nocturno, miro hacia adentro y encuentro lo primero que me despierta miedo, miro hacia abajo y me doy cuenta que todo es un subterfugio, todas las direcciones hablan sólo de mí y no dicen nada, me muevo para demostrarlo y cambio los puntos cardinales a fin de confirmar una vez más que no soy el centro de nada y que mi cuerpo se pierde entre las infinitas cosas. Entonces me calo el sombreo y me camuflo entre las sombras, que me usan de púgil y me noquean tras pocos intentos. Cuando abro los ojos la luz solar invade desde la ventana abierta a más no poder, las gotas de la lluvia nocturna están aún reposando sobre mí y se lanzan al vacío cuando me incorporo. Me siento al borde de la cama, los pies levemente cruzados como si estuvieran en la cruz, las manos formando con mi torso una especia de eme de extremidades delgadas, y levanto el rostro hasta que se choca con el espejo. Lo que entonces veo es que el espacio tampoco tiene tiempo.

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