20/9/10

Input / Output


Como si el río se deshidratara y convirtiera a su fondo en una superficie reseca y agrietada, conformando el rostro centenario de una persona hundida entre las grietas de su rostro, en el que no se pueden identificar ya ojos, boca, narinas, más que por tener la intuición de donde deben estar, así, siento que las aguas se han llevado las ideas. Mis ideas. Lo que creo que son mis ideas, esos relámpagos que si no hay un papelito a mano se escapan y nunca más vuelven, o al menos no lo hacen del mismo modo.
Es como estar seco de vientre, pero además de doler el estómago, duele especialmente la cabeza, del lado de adentro. Es un dolor con una herida que no se ve, y por ello para muchos inexistente, o poco probable. Voy a tener que abrirme la cabeza de un golpe contra la pared, pero aún en ese caso, verán la herida externa, la que no cuenta verdaderamente.
Hablar de desesperación en tiempos de autocontrol, donde cada parpadeo acelerado o movimiento extraño puede convertirlo a uno en un potencial terrorista, sometido a la entrada continua a no sé cuántos voltios perpetuos, como si se tratara de un tranquilizante o un ansiolítico, el fluir del entorno que entra se deja sentir como una violación, una violación del cuerpo, una violación de los sentidos, de los derechos y hasta de los patizambos.
No puedo unir las palabras con las imágenes, las letras se escapan de los cuadros de diálogo, las personas que imagino dicen los textos que no les pertenecen, como si cada uno fuera otro distinto al por mí designado. La longitud de la devastación de las palabras tiene un radio de alcance ilimitado, pero desde donde estoy, que es el epicentro mismo, puedo ver el hongo y la onda de expansión, mas no identificar al que soltó la bomba, porque son miles y vienen desde todos lados.
El último libro que hay que leer, la mejor película de la historia, los perfumes con aromas jamás logrados gracias a las flores y a las frutas y a las, la música de la generación y de la degeneración y el último beat del momento con su fusión y su disfunción, y las noticias que ya no son otra cosa que obituarios o avisos publicitarios o las dos cosas juntas para ahorrar tiempo porque el tiempo es oro y de ello se forran los que saben venderlo, y bla bla bla y tarracún tarracún tarracún y plam tras plom, conforman un despliegue de lo inevitable, y cuya repetición lleva a pensar que tal vez sea una parte constitutiva más del tiempo y del espacio. La trombosis de la suma de todo y de todos, vaso coagulante que mancha todo de sangre a su paso y que me invade y se me pega como un dardo venenoso y me produce heridas en la lengua que no puede después de tanto input hacer otra cosa que quedarse paralizada y no puede hacer de enchufe para dar output ni transmitir órdenes a mi mano derecha, la que se empeña ridículamente en sostener la pluma, que a estas alturas más parece un elemento decorativo de un bufón de corte.
Sufro un asma espiritual que no me permite respirar, es decir, absorber para luego dar forma y pulir a mi hálito vital. La profanación es a veinticuatro horas sin pausa, sin importar si es momento de vigilia o de sonambulismo, su forma más representativa, los Oniros y Onán se baten a duelos imaginarios en los que yo me despierto mojado sin tener remota idea de por qué, después de tanta imagen provocativa para el bajo vientre, después de tanta sugerencia, mezclado con tanto grito y tanto susurro agonizante, como una pastilla ideal que todo lo contiene, la pesadilla viene junto con el placer; con miles de conversaciones que no quiero escuchar; con la masa anónima o dicho de otro modo esas incontables personas a las que no quiero ver; con ritmos para el auto, para el ascensor, para el café, para el trabajo, para el metro, con ritmos apocalípticos en todo caso; con publicidad de infinitas ocasiones para convertirse en la persona más feliz del universo a cada momento, porque la felicidad también es un bien de cambio y que cambia a cada momento, y por cuya razón no hay que dejar pasar la oportunidad. En toda mentira hay algo verdadero, pero es muy probable que la verdad sea tan sólo una gran mentira terminal. Quizá se pueda pensar que hoy veo la mitad vacía del vaso, pero ¿qué sucede cuando estás en el fondo del vaso medio lleno, y lo único que podés ver es la mitad llena, la que te ahoga?
Cuando desde esas aguas servidas se van secando las mucosas y todo se va transformando en una amenaza para los sueños, cuando la repugnancia se presenta como una aplastante ola de varios metros o cuando es la cachetada de una ballena blanca. Sólo queda la angustiada mudez, quieta, mustia, sumergida en su propio silencio absoluto. Habrá que comenzar a creer en la transmigración del dolor, dejar que la pestilencia y la decrepitud viajen a otros tiempos en los que la destrucción del yo sea el mecanismo para poder ser yo, una especie de muerte momentánea como única forma de acceder al infinito, abandonado los trapos de la finitud esquelética y nauseabunda que une huesos y cartílagos. No sé si esto es sagrado o profano, tal vez haga falta un modelo o una costilla. La perturbación en todo caso sólo necesita tiempo de soledad, dejar que la mente se haga su camino hasta la cabaña en medio del bosque, desde donde pueda únicamente escucharse el lamento de la lechuza como obsequio de lo desconocido. Dejar que las vértebras se acomoden, que las migrañas decrezcan, que la realidad aniquilante se vuelva vapores que salgan despedidos por la chimenea. Dejar que el desierto de la soledad haga su trabajo. La verdadera soledad y no la que padecemos entre los millones de almas en pena que circulan por todas las vías, por todos los caminos, por todas las calles, y que buscan clavar sus colmillos en nuestra garganta para hacerse un festín con nuestra sangre.
Y en ese retiro curarse las heridas, lavarse el espíritu como un perro bull-dog, dejar que los fluidos retomen su cauce, que la secreción encuentre su camino por los canales de la incertidumbre y se transforme finalmente en palabra escrita, y de ese modo, cerrar el círculo, traspasar mis propios límites, para contagiar a otro con mis pesares.

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