21/9/10

Un momento ciertamente incómodo


I saw the best minds of my generation destroyed by
madness, starving hysterical naked
Allen Ginsberg

No sé, ni quiero saber. No tengo idea, ni quiero tenerla. Pero algún hilo tan segura como secretamente debe unir que hace menos de veinticuatro horas haya escuchado una canción y que hoy haya escuchado otra canción que toma prestada una parte de la antedicha, cuando hacía mucho tiempo que no escuchaba la primera, y, ciertamente, desconocía la segunda. Ayer elegí escucharla, hoy me tomó completamente desprevenido.
La canción es “21st Century Schizoid Man”, de la banda King Krimson, que apareciera en su primer disco de estudio por el año 1969 y cuyo título es “In the Court of the Krimson King.” No me parece que sea música para todos los oídos, aunque quizá me equivoque, mientras que el texto de la canción toma la forma de cortos versos contundentes y que tras de sí hacen clara referencia al contexto histórico, si por ellos entendemos la existencia de la Guerra de Vietnam principalmente. Pero el título hace referencia al futuro también, un por venir esquizoide que nace del presente en que es compuesta la canción, probablemente, que a su vez es esquizoide por nutrirse de las barbaridades previas a la composición. Ninguna forma de arte surge ex nihilo.
La línea que sin duda más me golpea es:

Innocents raped with napalm fire

La idea de violación; mucho más que la de muerte, que resultaría obvia; sobredimensiona a la vez que introduce un elemento cruelmente metafórico para la aberración que se practicaba sobre las personas que caían bajo el fuego del napalm, y no sólo las personas, sino sobre la naturaleza en su conjunto, pues he leído que luego de su paso la tierra queda muerta y nada puede nacer o vivir allí por un periodo de al menos unos cincuenta años. Todo dicho con una voz distorsionada y desesperadamente gritona, y con una música de ritmos frenéticos. Esa canción es un aullido prodigioso, algo que nace de la mezcla de cierta genialidad con la impotencia de ver una imagen de lo que esa guerra fue. No inocentemente uso la palabra aullido, algunos sabrán por qué.
Como decía, ayer me dio por escuchar ese tema. Hoy, entre otras cosas, tuve que hacer un par de compras. Dicen que la necesidad tiene cara de hereje, así que me cubrí la cara con la máscara de le herejía y fui a una tienda de ropa. Una tienda internacional, una de las más grandes del mundo, una de las que uno podría pensar que quizá explote a niños en el sudeste asiático, más precisamente en Vietnam. Pero en ese momento; como en otros, la verdad; la pregunta recurrente es si uno no es una víctima también, que a veces no puede elegir tanto como cree dónde y a quién comprar lo que consume. Como nadie está libre de culpa, la verdad es que es muy difícil saber qué nivel de maldad o al menos de injusticia pueda esconder el hecho de dónde compre uno sus prendas, y nada garantiza que otras tiendas, incluidas las que se tildan de ser justas, morales, éticas, ecológicas, y santificadas, no incurran en algún tipo de acción en algún grado reprobable, porque así lo dictan las leyes del libre mercado, que no es del todo libre, porque sobre su campo se despliega la ansiedad de poder, y siempre habrá una parte que será la que decida cómo, dónde, cuándo, y por qué. Desde mi lado, no puedo más que decir que normalmente debo conformarme con moverme entre los dictámenes de mi bolsillo y ciertos caprichos estéticos. Supongo que por eso ingresar a una tienda es una fuente de estrés. ¿Al bienestar de quién contribuyo?
Pero hoy di con escuchar una canción que luego descubrí que se llama “Power”, de Kanye West. Y en ella puede escucharse cada tantos intervalos sonidos sampleados de la canción de King Krimson. Yo estaba en esa tienda kilométrica y de repente, entre ritmos de rap; algo que parece inherente a las tiendas de ropa, si no es hip hop o pop o versiones pop de temas de rock, es decir, cualquier cosa que aunque no lo sea pueda sonar cool; escucho el desgarrador alarido de Greg Lake con la frase que da título a la canción. En ese momento algo me alarmó, en ese piélago de prendas, de probadores, de féminas que invaden todas las secciones, en ese apartado que inspira la felicidad por lo último o por la adquisición de alguna novedad, algo para una fiesta, una salida, o el simple deseo de probar otro color o porque a uno sencillamente se le da la real gana. Porque ese grito no le dijo nada a nadie, cayó en oídos huecos, a lo sumo puede haber supuesto un llamativo cambio en el curso del ritmo. Me pregunto cuántos sabrían que las raíces conducen a la línea que dice que el fuego del napalm viola a inocentes, y me pregunto si de saberlo algo habría cambiado.
Es común escuchar que el sistema todo lo absorbe, pero si dentro de la llamada condición posmoderna está en que nada pase de lo anecdótico, en que las formas muten para pasar de ser contestatarias para ser remasterizadas y convertidas en otro compuesto más que forma parte de la banda sonora de millones de personas a las que todo lo que esté más lejos de la punta de su nariz le importe un rábano; y que bien podrían estar escuchando el sonido de sus propios eructos o de sus propios tacos altos que resuenan a cada paso, pero no el pedido susurrante del mendigo que está a un lado de la calles y es violado por el napalm de la indiferencia; entonces, no sé qué música escuchar, ni qué libros leer, ni que películas mirar. Porque todo forma parte de lo mismo y puede que la línea divisoria sea únicamente eso indefinible que llamamos gusto personal.
Y todo ello pese a que presté atención a la canción de West, que en definitiva también puede resultar incómoda, o al menos puede decirse que manifiesta los síntomas de la decadencia general y de las neurosis más acorde a los tiempos corrientes.
Todo parece haberse convertido en música de ascensor. Quizá por ello sigo prefiriendo las escaleras.

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