3/1/10

Domingo (uno de tantos)

El clima sólo invita a dedicarte a vos mismo. Creo sospechar que por eso la gente odia el mal tiempo. A mí me gusta, me regodeo con eso de disfrutar una buena taza de té y también con la de convivir con mis fantasmas sin poder eludirlos, aunque sea por un rato. El blend de hoy será, en aborigen, un té del este frisio (Ostfriesen Tee), pero cuya hoja originalmente proviene de algún remoto paraje indio (y no hindú, como muchos gustan de decir). Si se tratara de una bebida espirituosa, diríamos que se trata de un té con personalidad, y cuerpo. Potente, en fin, vamos. Con leche, porque Alemania no me ha quitado la tradición que La Isla impregnara en mí. Y la cuestión filosófica que aqueja a los británicos, sobre si la leche se ha de servir primero, o después que el té, ha sido solucionada por mí como quien corta el nudo gordiano. Una cuestión práctica que comparto con un gran amigo, que por cierto, nacido en la Gran Bretaña, su alma navega entre ese pedazo recortado de Europa y sus orígenes germanos. La leche primero, y luego no hay necesidad de cucharita para revolver. Estéticamente, es más hermoso ver como se fusionan los líquidos, el caliente y el frío, el de mayor cantidad -ejerciendo presión- sobre el de menor, y los rayos que despersonalizan a ambos, como lenguas de fuego que pronto se consumen, hasta formar ese color, que dependiendo de la cantidad de leche, puede llevar a un tono más o menos beige.
Mientras el domingo se va transformando propiamente en él, al menos para mí, la música va poblando los intersticios silenciosos y va indicando los estados de ánimo. "When your mind's made up, there's no point trying to change it" expresan desgarradoramente los parlantes, y la emoción de concentrar el tono justo, con las palabras adecuadas, invitan, cómo si no, a poner algunas palabras sobre este domingo, que es un domingo más, y por eso también es único. Los relatos de Roberto Bolaño quedaron atrás, con esa interrogante que me acosa, sobre qué es precisamente lo que lo lleva a ser considerado tan grande escritor, y por otro, quizá guiado por eso mismo, no puedo dejar de leerlo, no sé si denominarlo morbo, pero después de todo, de esto trata la literatura, de no poder despegar los ojos de ella, así que la interrogante queda de algún modo indirecto plenamente contestada. También quedan entre las sombras de esa fantástica obra de los hermanos Coen las imágenes de The man who wasn't there, que es la mejor forma de disfrutar del cine negro de otrora sin sentir que uno debe hacer de tripas corazón y eludir la cuestión de que después de todo te separan cuatro décadas de películas, de historia, de apocalipsis, porque después de todo, también seguimos leyendo a Shakespeare, a los clásicos griegos (bueno, algunos lo hacemos), a Diderot (que es quizá más contempóraneo que nosotros mismos), a Goethe, a pesar de estar ya pasaditos de ese siglo XX que mirado en perspectiva sólo despierta lágrimas y un deseo de escupir todo y a todos, y que en todo caso nos deja artistas, artistas que no pueden haber existido sin el horror. ¿Existe acaso otra manera de leer a Primo Levi, a Jorge Semprún, a George Steiner, y en definitiva, para volver atrás y con tono algo más familiar, al propio Bolaño?
Y después, tomar y retomar las páginas de Cormac McCarthy, ahora famoso gracias a, precisamente, los hermanos Coen. Adorno dijo una vez que después de Auschwitz no es posible escribir poesía. McCarthy retrata el horror con una prosa poética inigualable, mostrándonos hasta la desesperación lo que en definitiva somo capaces de hacer. La historia lo respalda. Pronto será nombrado y mucho por la adaptación de su última novela, The Road. Narrativa post-apocalíptica, que para mí, guarda una relación de sangre con las palabras que le estoy leyendo actualmente en su Blood Meridian, que también es a su modo post-apocalíptico, pero situado en el siglo XIX, cuando los seres humanos manifestaban su impulso de poder montados a caballo. Sólo un gran escritor puede lograr que prestemos atención a una descripción de tan alta demostración irracional de violencia. Pero el punto es que nosotros, los desterrados, obtenemos en la universidad de la vida un doctorado en estudios comparados, y mirado en retrospectiva, parece que estuviera leyendo una novela sobre el pasado de mi país, sobre la llamada Tierra Purpúrea (William Hudson, The Purple Land), cuyo apelativo no resulta más que de otra cosa que la pura sangre (or the bloody blood). La caza de indígenas, el trato sobre seres considerados no-humanos (y volvemos a la parte más negra del siglo pasado, al mismo tiempo), el derecho a ocupar tierras por ser civilizados, por hacer uso del contrato de propiedad que nadie firmó, porque es una quimera que el hombre se figuró en su afán de subyugar al que se le ponga adelante, y de exterminar a los que ya estaban ahí. Y no se puede decir, como antaño, a punta de revólver, no señores y señoras, eso es un eufemismo, las cotas de violencia no conocen límites, como tampoco se las puede llamar inhumanas, pues por gente están hechas, y para tal fin, cualquier medio es válido, el arma blanca, el puño, la pierna, el miembro masculino (suerte de arma blanca, que según como se use aniquila el cuerpo pero sobre todo el alma), y los cuatro elementos, por exceso de presencia (incendiar, quemar, sepultar hasta en vida, ahogar) o por ausencia (de aire, que también es ahogar). En Uruguay existe un antecedente literario, al menos que yo conozca, que abordó el tema, que es ¡Bernabé, Bernabé! de Tomás de Mattos (que nos remite a ¡Absalón! ¡Absalón! que antes de ser un título faulkneriano ya figuraba en las páginas bíblicas), pero McCarthy lo supera infinitamente, justo es decirlo, en calidad poética. De cualquier modo, la historia está ahí, para que la toquemos y que nos toque, y para no olvidarnos que somos descendientes de asesinos, mientras al mismo tiempo se asesina hoy por iguales o similares razones en eso que llamamos el mundo globalizado y que ya lo era desde que Cristóbal escuchó que alguien gritaba ¡Tierra!.
El domingo continúa su curso, el tiempo pasa, los acordes ya no se escuchan, tan sólo las campanadas que anuncian el pasaje a la madurez del día, y que me recuerdan que el té se enfría...

(Esto pertenece originalmente a otro domingo, pero el de hoy, que también es el de otro año, se presenta de forma tan similar que parecen primos hermanos, así que no creo que sea casualidad que haya dado con lo escrito, mientras por supuesto me acompaña otro humeante té, la música de "Once" me acompaña de continuo y acabo de volver a ver la película, sobre Bolaño y mi opinión actual escribí hace pocos días y lo sigo leyendo por supuesto... pero todo esto son explicaciones vanas, puede que al fin y al cabo lo ponga porque se me cantó y listo.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario