13/3/10

Enroque

Puede que al pasar la página me encuentre con otra en blanco, desnuda, esperando ser recorrida por mi pluma, ser manchada por la desfachatez de mi movimiento de electrocardiograma de tinta china. Siento, o presiento, que esboza una sonrisa. La muy maldita. Sabe que toda información, que todo el lenguaje en todos sus modos posibles, se esconde detrás de su blancura, y que mi mano, oficiando más bien de cincel, es una estúpida excusa de las tantas que existen para matar el tiempo, a sabiendas que la campaña escogida siempre me dejará en desventaja. Por muy romántico que sea, su aridez desértica me asesinará de sed, y su rocosa dureza consumirá hasta la última vacua gota de tinta. Pirro pasó a la historia por haber perdido una batalla que ganó, quizá Artigas fue más sabio y habló por ello de ni vencidos ni vencedores, sobre todo quizá pensando que en una guerra tan sólo existan los primeros, aún cuando salgan de ella con su cuerpo en una pieza.
La verdad está a la vuelta de la esquina. Con esta simple aporía voy a golpearte en las costillas, hacer que resuenen como un campanario, que caigan tus frutos desecados, pedazos enfermizos de tu ser cubierto de telarañas. No tengo nada para decirte. En esta declaración deshonrosa quiero que sepas que lo único que quiero es robar tu tiempo. Hacerte olvidar por unos instantes de la chica de la guadaña. Esa que te espera sentada sobre una roca en la que no hay ningún tablero de ajedrez. Escribo sólo para que olvides, no para que la eludas. Aunque en realidad ya te olvidaste, deambulando como una sonámbula que se cobija en quimeras que no son ni griegas ni mitológicas, sino tan sólo un conjunto de trapos colgados detrás de una vidriera. Escribo para que olvides y leés para recordar tu olvido, ese que te conduce de nuevo a tu navegación por las sinuosidades del Leteo, ese río que ahora bien puede haber transmutado en Montevideo, en Dubai, en el Meadow Hall, o en la línea 3 Münchner Freiheit, ese homenaje a la libertad contemporánea coronado con un centro comercial. Mis letras se mojan entonces en las aguas de tu Leteo unipersonal, toman la forma de tu propia hoja, la que te está reservada, y con cada transitar de tus ojos a través de ellas; con esa característica forma que la cultura te obsequió yendo de izquierda a derecha; cada letra se transforma en una pequeña punzada que también y con sutil parsimonia cruza tu garganta pero de derecha a izquierda, tal vez como desafiante ironía a toda tu falaz cosecha de las otras palabras, las que sólo usás para esconder las que de veras querés decir mientras dura tu azaroso transitar por esta hiperpoblada tierra baldía. 

Ya perdí el rumbo, basta con haber cumplido mi intención, que hayas recordado lo que quería que olvidaras, y de que te hayas olvidado de lo que quería que te acordaras. O a la inversa. A mí me sucede lo mismo, sin necesidad de leer este texto. Por eso te escribo. A vos, que a veces te presentás en la forma de un sueño, y otras en la de una pesadilla. Quiero compartir un poco de mi confusión contigo, ser yo también un centauro, mitad ensueño mitad bestia que te despierta inundada de desesperación. Conozco tu miedo a la soledad, tu angustia ante la roca sin reyes ni peones, porque esa imagen también me gobierna. Hoy soy un poco más vos, aunque no seas un poco más yo. Hagamos un corte en la palma de nuestras manos, juntémoslas, y bebamos un último trago. Con cada gota que cae, nos adentramos en tu irrepetible río.

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