16/3/10

Reflexiones frente a un cuadro de Bacon


Cuando las circunstancias nos inquietan, nos esconden el buen sueño, cuando creemos que perdemos el asa que nos sujeta a lo que consideramos nuestro cosmos personal, todos tenemos algo que nos tranquiliza, que nos devuelve a cierto estado de calma. Mi terapia, desde que resido en Munich, es ir de cuando en cuando a enfrentarme a un cuadro. Es de uno de mis más admirados artistas, Francis Bacon. Su cuadro, Crucifixion, se encuentra por desgracia en el lugar peor iluminado de mi muy querida Pinakothek der Moderne, que también sabe albergar obras de Picasso, Dalí, Gris, Beuys, entre otros, y principalmente del movimiento Der blaue Reiter (El jinete azul) y más aun, de los expresionistas alemanes, entre los que para mí suponen una nota aparte Otto Dix y Georg Grosz.
Pero mi preferido es Crucifixion. Puede pensarse que no es el mejor ejemplo a la hora de necesitar un bálsamo para el espíritu, pero lo es, intentaré dar algunas pistas para ello. Es un tríptico de gran tamaño, una pintura desgarradora que para mí pone en evidencia al ser humano tal cual es: una masa informe de carne, grasa, articulaciones, músculos, y sangre. Las referencias religiosas están presentes en la obra de Bacon, escoger el tema y representarlo de acuerdo con el modelo del tríptico es una muestra más de ello. Queda por descubrir, observando su obra, dónde reside lo trascendente, porque hay un constante apelar a un ser humano abandonado, solo, de aparente inercia, y cayendo en un posible oxímoron, dejado a la buena de Dios, cuyo lenguaje es la violencia, o las consecuencias de ella. De izquierda a derecha, pasando por cada una de las tablas, vemos primero una figura que semeja feminidad, una cama harapienta con un cuerpo o algo que se le semeja tirado sobre el desorden, siendo un desorden más. Al centro le continúa la propia crucifixión, de acuerdo a la disposición de las figuras en el espacio y a que es la tabla central, y por tanto tema del tríptico, un ser que por momentos parece ser un cerdo, en otras una persona maniatada, una masa informe tal vez crucificada, pero donde también –como con las nubes, con las estrellas- es posible con cada mirada ir componiendo o descomponiendo nuevas y diferentes figuras, para finalmente descubrir algo que semeja una barra de un bar con dos figuras de aspecto diríamos más normal, ajenos a toda la deformidad que los rodea, incluido el personaje que tienen a escasos metros, envuelto sobre sí mismo, sobre su propia malformidad congénita. El marco es un entorno de líneas rectas, señal de toda civilización, de toda primacía de la racionalidad, bajo un manto de colores ocres con diseño minimalista. Principio y final permiten reconocer en dos de las figuras, primero, la escarapela de la Revolución Francesa, y luego la misma más la esvástica Nazi, que el último personaje lleva alrededor de su brazo. Alfa y Omega probablemente de la actualidad. Contrarios o complementario. Causa y consecuencia. Es posible encontrar argumentos para cada relación. Si se busca una cronología, podemos pasar de la instancia revolucionaria a la nacionalsocialista, y cuyo desenlace final estaría representado en la pintura central que da nombre a la obra y cierra el círculo: la crucifixión como consecuencia última, que en la paleta de Bacon no parece constituir tanto una alegoría de cierta redención, sino más bien un descuartizamiento. Nuestro destino es el matadero.
Hace años tuve la fortuna de dar con un libro con los retratos que hacía Bacon. Un libro de gran porte, recuerdo que con una introducción a cargo de Milan Kundera. Cada retrato iba acompañado de una fotografía de la persona que había sido retratada. Con gran sorpresa fui descubriendo cómo, en esa forma tan característica de Bacon a la hora de pintar el cuerpo humano, cómo, repito, mantenía la esencia de cada persona, era como si hubiera visto más allá de donde el propio interesado podría nunca llegar a ver, la parte inquietante y grotesca de sí mismo que cada uno escabulle como a las montañas de la locura.
Es domingo, y estoy frente al tríptico. Está cubierto por un cristal. Me veo reflejado en ese cristal, que se ofrece entonces como un espejo. Pero no es un espejo perfecto, más parece uno de esos esperpentos que fascinaban a Valle Inclán. Sólo puedo vislumbrar mi silueta, me paro de frente a cada tabla, tomo una foto de cada una, ahí estoy yo, otra pieza deforme en el puzzle de Bacon. Decorado con el símbolo de la liberación de la razón, y con el símbolo de a dónde condujo la razón en este último siglo que terminó hace una década. Los dos puntos convergen en mí. Me interpelan, a mí, deformado también ahora por el pincel del artista: dónde ha ido a parar la razón, qué tengo que ver yo con ella, qué parte de mi ser configura. Y al mismo tiempo, qué hay en mí de nazi, qué hay en cada uno de los visitantes del museo. La pregunta por la responsabilidad del pueblo alemán durante el periodo nacionalsocialista cobra singular relevancia. ¿Cómo que no sabían nada de lo que pasaba? ¿Hacia dónde miraban? La literatura, mi principal fuente de acercamiento al fenómeno, toca el tema. Pero la gran literatura que nace de ella (pienso en Levi, en Kertész, en Semprún, en la ensayística de Améry, en Celan) choca además con el mundo que se construyó luego de semejante barbaridad. El campo de concentración como única realidad, pero también porque la salida no fue hacia una instancia ulterior que haya mostrado señas de haber aprendido realmente lección alguna luego de dicha experiencia. Podemos creer que Primo Levi resbaló y cayó al morir, es más verosímil pensar que se quitó la vida. Dos más dos ya no eran cuatro, para alguien que había apostado por la vida apoyándose en la Comedia de Dante.
Estoy frente al espejo proyectado por Bacon. ¿Cuál es mi responsabilidad? ¿Qué voy a responder cuando la historia me interpele? ¿Diré también acaso que no sabía nada, que todo sucedía muy lejos para que mis sentidos lo capturaran? Porque ahora millones de personas viven en las mismas condiciones que las del campo de concentración. Es su única realidad. Sin Dante para auxiliarlos. Sin nada, ni la más pálida idea de que algo diferente exista. Tan sólo por haber nacido en cierto momento, en cierto lugar. Por ser lo que son en definitiva, del mismo modo que los judíos eran exterminados por ser lo que son. Lo que George Steiner denomina la cuestión ontológica, tal vez la única explicación diferencial posible frente a otros genocidios, frente a otras formas de la demencia destructiva de las que es capaz el ser humano. La creación de una fábrica para matar personas.
Allí, cara a cara con todo lo oscuro de nuestro ser y que Bacon alumbrara de manera formidable, a medida que pasa el tiempo voy sintiendo, curiosamente o no, que las cosas se acomodan en mi interior. Ante semejante espantosa representación, mis humores se van tranquilizando, se recuestan unos sobre otros, y yo encuentro cierta paz. Mientras, el sol baja y están por dar las seis de la tarde. Es la hora de abandonar el museo. Comienzo a caminar entre la gente que también se retira del edificio. Me queda una pregunta: y vos, ¿qué vas a responder cuándo te interpelen?

3 comentarios:

  1. he visto el cuadro y tengo que admitir una angustia, una desazón...inquietante. Como tu relato. genial!

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  2. Me parece una muy buena nota, en primer lugar, como primera impresión... Me sentí transportado, parado frente al cuadro, al tríptico. Tu descripción del mismo es un "video" que veo tal cuál, allí, reflejándome en el vidrio/espejo.

    "¿Cuál es mi responsabilidad? ¿Qué voy a responder cuando la historia me interpele? ¿Diré también acaso que no sabía nada, que todo sucedía muy lejos para que mis sentidos lo capturaran? Porque ahora millones de personas viven en las mismas condiciones que las del campo de concentración"

    Sé, intuyo, creo saber que usted, Iani, no sería un testigo "conveniente" de la historia que le tocó vivir, todo lo contrario. Claro, estos tiempos de supercomunicación, interconexionados, hacen muy difícil el "yo no sé" o el "no me enteré", aunque sigue siendo posible el "no te metás", opción invalida para seres comprometidos con su tiempo, como usted, mi amigo.

    "y vos, ¿qué vas a responder cuándo te interpelen?"
    ¡Aaaahhh, mon ami! A mí, dónde voy, no se atreven a interpelarme. No temí, no me sobrecogí, ante símbolos del miedo humano, llámense cruces, iconos u otras formas de la ignorancia humana. Allí dónde voy, ya hay amigos/hermanos que me esperan, Virgilios que me abrazarán y conducirán entre otros amigos/hermanos muertos sin temores a lo desconocido, sin creer en soluciones fantásticas en el mundo material, materialista, el de los Hombres. Sólo abriré mis brazos, como siempre, para fundirme con mis camaradas, como antes para todo lo que reste experimentar, allí, dónde la mayoría teme ir, y yo, jejejejeje, tengo la tranquilidad de saber que me esperan.
    Pero para no irme sin contestarte, no fui indiferente, no miré para el costado, no sentí asco o piedad, sólo metí mis manos y alma en todo lo que pude o me dejaron...

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  3. Muchas gracias, estos comentarios son una gran fuente de estímulo para seguir escribiendo la historia del tipo de ninguna parte...

    Un gran saludos para ambos.

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