28/3/10

Mi otro Yo

Escribo sobre las horas que perdí, que miré pasar como cuando observamos una calle ajena transportados por el tranvía. Ese instante en que me vi fuera del tranvía y que ya nunca volverá. Ese instante que fue capturado por mi retina y que es uno solo. ¿Cuántos instantes más que incluso hayan escapado a mi engañoso sentido visual? ¿Cuántas veces no me habré visto proyectado en esa cinta que no trae subtítulos? Y vos, ¿cuántas veces no me habrás visto vos? Cada momento en que quise ser vos, ser el protagonista principal, o nada más que un personaje secundario, pero los vapores perfumados nos distraían o hacíamos que nos distraían y mirábamos para otro lado, con la esperanza de encontrar sustitutos o simplemente para eludirnos a nosotros mismos, para creer que nos renovamos y así caer en la ilusión de que quien mira en otra dirección es el indómito Crono, ese que no se deja engañar ni cuando cierra los ojos al sonreír ante nuestros mejores histrionismos disuasorios en el mejor de los casos de alguna pata de gallo.
Veo venir el tranvía. Estoy fuera de él. Conozco su recorrido de memoria. Fijo mi vista en sus ventanas, y allí me veo, sentado en la butaca usual, buscándome a su vez. No llega a ser un instante. Nos sabemos. No subo al tranvía, lo dejo pasar. Tampoco bajo de él, afirmo mi cuerpo contra el asiento. Y ambos inmóviles nos dejamos llevar, uno por el rodar de las ruedas sobre el riel, y el uno por el movimiento del mundo.

Nuestro Monstruo

Navego por los mares de mi impotencia, en busca de la proeza que me abra tus brazos. Las tormentas de la psiqué azotan mi nave y cubren mi cuerpo de cruces. No sé qué tendrá a bien el Hado dispuesto para mí, desconozco a dónde me arrojará la próxima embestida, no sé a qué remota isla me arrimará alguno de los troncos del náufrago. El tiempo y el espacio coserán y descoserán nuestra historia, mientras la épica poblada de aventuras será un juego mental. No puedo llamarme intrépido, soy un humilde esclavo de las circunstancias, que a veces reman a favor, y la mar de las veces sin rumbo alguno. Veo venir al mar en pleno en busca de mi rostro, el cielo grisea por su ausencia aunque intuyo su presencia allá arriba.
La boca marina se zambulle fuera y dentro de mí, me conduce al interior de la ballena, donde habitaré tres días con sus noches, pero que las pesadillas nocturnas multiplicarán como si mi vida sólo se hubiera tratado de esa experiencia. Quiero ser el fruto de tu vientre, pero lo que mi destino me tiene deparado es tan sólo ser el producto de tu digestión. Jamás seré Jonás. Sólo seré una copia de una idea tal vez primigenia y que nunca me será iluminada desde mi sitio de cavernícola encadenado.
Quiero pensar que todo es un mal sueño, pero mi cuerpo denuncia el cansancio de la larga lucha, y al abrir mis ojos descubro las trazas de algunas gotas desvergonzadamente saladas.

25/3/10

Desconfiguración del amor

Hoy quiero contarte con palabras cosas que no son posibles de apalabrar, de dar ánima de signo, así que sé que estoy condenado a cometer una vil traición, soy el traductor traidor. Pero eso es tan sólo una toma de conciencia momentánea, todo el proceso es una guerra que perdemos, contra el mundo, contra los demás, contra nosotros mismos, contra el lenguaje, contra cada signo del lenguaje.
¿Con qué palabras decirte que te quiero? ¿Con cuáles decirte cuánto? Ser o no ser, solamente estando. Me doy contra la pared de tu muro infranqueable, engañado por el graffiti que dibuja flores escondientes de ladrillos. Mis dientes mordedores nada pueden y se envilecen de pena incontenida pero no puedo mirar hacia arriba en busca de ayuda porque mi destino es la espada de Damocles todos son mentirosos en Uruguay y yo cierro los ojos no para no enfrentar la realidad sino para hacer una pausa igual la realidad es un estado que desconozco excepto cuando las oscuridades cóncavas de tus ojos me la muestran y puedo ver igual que Escher mi propio esqueleto reflejado en una perfecta esfera ocular siendo un sonámbulo más que viaja en su litera romana a través de una plaza repleta de mercaderes que vociferan ahí viene el hechicero pero el hechicero era Virgilio o Broch o los dos y yo soy una pieza más de un teatro sin proscenio ni espectadores.
Hoy quería decirte que te quiero. Hoy quería decirte cuánto te quiero. Pero cada palabra es una lanza que el vacío absorbe y que nunca sale despedida de mi brazo y la impotencia y me sale todo como un experimento y me siento doomed to fail y las palabras y los idiomas se mezclan y la identidad y mi estar ahí no se entienden ni con mi Dasein ni con mi Weltanschauung y el retrato de Goethe que me mira con una sonrisa giocondesa porque sabe que se me escapa, no sólo hoy, el inapresable, que me conforme no con la belleza de los signos dispuestos en el espacio sino con comprender cómo todo termina con un tren que se dirige a una chimenea y que los dibujos en el aire son una metáfora de huesos de almas calcinados por la desgracia de haber nacido en cierto lugar y en cierto momento y cuando miro hacia lo conocido ya no lo reconozco ni identifico porque el latón lagunoso me invita a un grito de contornos desmesurados que todo lo invade y lo rompe como a un cristal, un grito alarido ignominioso que no es de angustia porque ésta también tiene su momento en la historia y me da miedo no poder y no querer y no intentar y saber que haga lo que haga a cada instante hay una célula que fallece sin preguntarme y sin pedirme permiso, simplemente hace su atado y se marcha y me abandona, como algún día me vas a abandonar y el tren que ahora es otro tren quemará todo lo que podría haber sido y con tus bártulos se irán años y células y partes de mí intangibles pero más pesadas que el aire y más difíciles de capturar que las palabras que las traicionan y vuelvo al principio y me repito porque esto es al final tan sólo propaganda de mi desesperación y cada cinco minutos o más todo se reitera a fin de fijar la idea de mentir y mentir para que algo quede y sin embargo algo de lo que quede será verdad pero para eso primero tendrá que estar escrito el libro delirante a más de cuarenta grados que es la única forma de crear y de echarse luego a reír porque como humo de cigarrillo podemos ver lo invisible.
A lo mejor estoy perdiendo la razón. Qué bonito proceso entonces, todo sucede como que no te das cuenta y las ondas primaverales agitan el pelo, lo mecen dándole un masaje que se lleva los recuerdos, los hermosos y gratificantes, y sobre todo los otros, los que se mezclan con el sudor y los gritos de la noche de un sueño torturantemente incómodo. El otro día entendí que había llegado la estación de las flores y los colores, curiosamente me lo señaló un instante, cuando dos completamente desconocidos nos cruzamos y tus ojos me lo dijeron y me obsequiaron tu perfume que me acompañó por el resto del camino con el olor de tu foto instantánea. Desconozco la definición del amor, el instante y después el lenguaje que acude ofreciendo su ayuda para realmente hundirnos y humillarnos, a nosotros eternos flagelantes no de negras pestes sino de obscenas palabras, esa punta del iceberg que se divierte derribando Titanics y pequeñas barcarolas de arroyo que no pueden ni contra el viento ni contra nada y menos contra las serpientes que anidan en tu boca y se mueven a ras del río.
Me tengo que ir ahora, me vienen a buscar. La policía del lenguaje del amor. Transgredí las leyes y me pregunto que clase de K. seré hoy o si simplemente hay un Room 101 para que las ratas desfiguren mi espíritu pensando que están haciendo agujeros en un queso suizo. Claro que lo harán porque hoy robé demasiado y no supe ocultar mi rastro. Nunca quise herirte, mis palabras no son te quiero, no puedo medirlo tampoco. Es todo lo que se esconde detrás de esas palabras, mi pobre ser desnudo desterrado del tiempo y del espacio. Baja el telón.

16/3/10

Reflexiones frente a un cuadro de Bacon


Cuando las circunstancias nos inquietan, nos esconden el buen sueño, cuando creemos que perdemos el asa que nos sujeta a lo que consideramos nuestro cosmos personal, todos tenemos algo que nos tranquiliza, que nos devuelve a cierto estado de calma. Mi terapia, desde que resido en Munich, es ir de cuando en cuando a enfrentarme a un cuadro. Es de uno de mis más admirados artistas, Francis Bacon. Su cuadro, Crucifixion, se encuentra por desgracia en el lugar peor iluminado de mi muy querida Pinakothek der Moderne, que también sabe albergar obras de Picasso, Dalí, Gris, Beuys, entre otros, y principalmente del movimiento Der blaue Reiter (El jinete azul) y más aun, de los expresionistas alemanes, entre los que para mí suponen una nota aparte Otto Dix y Georg Grosz.
Pero mi preferido es Crucifixion. Puede pensarse que no es el mejor ejemplo a la hora de necesitar un bálsamo para el espíritu, pero lo es, intentaré dar algunas pistas para ello. Es un tríptico de gran tamaño, una pintura desgarradora que para mí pone en evidencia al ser humano tal cual es: una masa informe de carne, grasa, articulaciones, músculos, y sangre. Las referencias religiosas están presentes en la obra de Bacon, escoger el tema y representarlo de acuerdo con el modelo del tríptico es una muestra más de ello. Queda por descubrir, observando su obra, dónde reside lo trascendente, porque hay un constante apelar a un ser humano abandonado, solo, de aparente inercia, y cayendo en un posible oxímoron, dejado a la buena de Dios, cuyo lenguaje es la violencia, o las consecuencias de ella. De izquierda a derecha, pasando por cada una de las tablas, vemos primero una figura que semeja feminidad, una cama harapienta con un cuerpo o algo que se le semeja tirado sobre el desorden, siendo un desorden más. Al centro le continúa la propia crucifixión, de acuerdo a la disposición de las figuras en el espacio y a que es la tabla central, y por tanto tema del tríptico, un ser que por momentos parece ser un cerdo, en otras una persona maniatada, una masa informe tal vez crucificada, pero donde también –como con las nubes, con las estrellas- es posible con cada mirada ir componiendo o descomponiendo nuevas y diferentes figuras, para finalmente descubrir algo que semeja una barra de un bar con dos figuras de aspecto diríamos más normal, ajenos a toda la deformidad que los rodea, incluido el personaje que tienen a escasos metros, envuelto sobre sí mismo, sobre su propia malformidad congénita. El marco es un entorno de líneas rectas, señal de toda civilización, de toda primacía de la racionalidad, bajo un manto de colores ocres con diseño minimalista. Principio y final permiten reconocer en dos de las figuras, primero, la escarapela de la Revolución Francesa, y luego la misma más la esvástica Nazi, que el último personaje lleva alrededor de su brazo. Alfa y Omega probablemente de la actualidad. Contrarios o complementario. Causa y consecuencia. Es posible encontrar argumentos para cada relación. Si se busca una cronología, podemos pasar de la instancia revolucionaria a la nacionalsocialista, y cuyo desenlace final estaría representado en la pintura central que da nombre a la obra y cierra el círculo: la crucifixión como consecuencia última, que en la paleta de Bacon no parece constituir tanto una alegoría de cierta redención, sino más bien un descuartizamiento. Nuestro destino es el matadero.
Hace años tuve la fortuna de dar con un libro con los retratos que hacía Bacon. Un libro de gran porte, recuerdo que con una introducción a cargo de Milan Kundera. Cada retrato iba acompañado de una fotografía de la persona que había sido retratada. Con gran sorpresa fui descubriendo cómo, en esa forma tan característica de Bacon a la hora de pintar el cuerpo humano, cómo, repito, mantenía la esencia de cada persona, era como si hubiera visto más allá de donde el propio interesado podría nunca llegar a ver, la parte inquietante y grotesca de sí mismo que cada uno escabulle como a las montañas de la locura.
Es domingo, y estoy frente al tríptico. Está cubierto por un cristal. Me veo reflejado en ese cristal, que se ofrece entonces como un espejo. Pero no es un espejo perfecto, más parece uno de esos esperpentos que fascinaban a Valle Inclán. Sólo puedo vislumbrar mi silueta, me paro de frente a cada tabla, tomo una foto de cada una, ahí estoy yo, otra pieza deforme en el puzzle de Bacon. Decorado con el símbolo de la liberación de la razón, y con el símbolo de a dónde condujo la razón en este último siglo que terminó hace una década. Los dos puntos convergen en mí. Me interpelan, a mí, deformado también ahora por el pincel del artista: dónde ha ido a parar la razón, qué tengo que ver yo con ella, qué parte de mi ser configura. Y al mismo tiempo, qué hay en mí de nazi, qué hay en cada uno de los visitantes del museo. La pregunta por la responsabilidad del pueblo alemán durante el periodo nacionalsocialista cobra singular relevancia. ¿Cómo que no sabían nada de lo que pasaba? ¿Hacia dónde miraban? La literatura, mi principal fuente de acercamiento al fenómeno, toca el tema. Pero la gran literatura que nace de ella (pienso en Levi, en Kertész, en Semprún, en la ensayística de Améry, en Celan) choca además con el mundo que se construyó luego de semejante barbaridad. El campo de concentración como única realidad, pero también porque la salida no fue hacia una instancia ulterior que haya mostrado señas de haber aprendido realmente lección alguna luego de dicha experiencia. Podemos creer que Primo Levi resbaló y cayó al morir, es más verosímil pensar que se quitó la vida. Dos más dos ya no eran cuatro, para alguien que había apostado por la vida apoyándose en la Comedia de Dante.
Estoy frente al espejo proyectado por Bacon. ¿Cuál es mi responsabilidad? ¿Qué voy a responder cuando la historia me interpele? ¿Diré también acaso que no sabía nada, que todo sucedía muy lejos para que mis sentidos lo capturaran? Porque ahora millones de personas viven en las mismas condiciones que las del campo de concentración. Es su única realidad. Sin Dante para auxiliarlos. Sin nada, ni la más pálida idea de que algo diferente exista. Tan sólo por haber nacido en cierto momento, en cierto lugar. Por ser lo que son en definitiva, del mismo modo que los judíos eran exterminados por ser lo que son. Lo que George Steiner denomina la cuestión ontológica, tal vez la única explicación diferencial posible frente a otros genocidios, frente a otras formas de la demencia destructiva de las que es capaz el ser humano. La creación de una fábrica para matar personas.
Allí, cara a cara con todo lo oscuro de nuestro ser y que Bacon alumbrara de manera formidable, a medida que pasa el tiempo voy sintiendo, curiosamente o no, que las cosas se acomodan en mi interior. Ante semejante espantosa representación, mis humores se van tranquilizando, se recuestan unos sobre otros, y yo encuentro cierta paz. Mientras, el sol baja y están por dar las seis de la tarde. Es la hora de abandonar el museo. Comienzo a caminar entre la gente que también se retira del edificio. Me queda una pregunta: y vos, ¿qué vas a responder cuándo te interpelen?

13/3/10

Sinsentido consentido

Quiero asistir a tu concierto. Ver tus deformidades, las que el ojo no puede captar. Sé que en algún lugar el dolor ocupa una parte física. Quiero tocarte, quiero tocarla. Saber por qué algo que nace en un punto del universo se transforma a través tuyo en una pócima tan asesina como la que una vez entró por las volutas de las oreja de cierto rey de Dinamarca, o que cobra la forma de una daga real y otra imaginaria, como las se que cobraron la vida de dos reyes. Mis soliloquios sólo son una parte de mi propio espectáculo de varieté, un poco para hacerte reír y otro para ventilar tu miseria, allá, donde habita pasando los límites del portaligas. No me vas a seducir con tus contoneos, sé cuánto tengo que pagar para atravesar esa puerta, pero ese no es mi precio. Prefiero viajar por los divagues que me proporciona distraerme entre canciones antiguas y lenguajes incomprensibles, tener un amor platónico en cada puerto, odiando cada una de tus exhalaciones y amándote cada vez que lanzo mi arpón fallido contra la corteza de mi Moby Dick.

Voy a salir a caminar, voy a sentarme en medio de una calle y voy a esperar a que la nieve me cubra por completo. Que el impacto del frío me mate de hipotermia, y que algún desprevenido auto tome mi calle y termine de hacer el trabajo. Mientras voy a dejar un testamento vacío, una hoja en blanco, para que la llenes con tu incomprensión y tu desmemoria. Sé que es una hoja que permanecerá seca, ni una gota salada caerá desde tu rostro, porque nuestros caminos son sólo dos pasajes dentro de la locura general de historias inacabadas, dentro de tantas guerras nucleares, dentro de tantas palabras venenosas. Los límites de mi locura quedarán encerrados en la caja de mi lenguaje también, y me llevaré la llave que la resguarda como antes los mortales llevaban a la hora de la despedida una moneda sobre cada circunferencia ocular. No lo haré para pagarle a nadie, quiero irme sin deudas y comenzar sin crédito, que me abran la puerta que corresponda. Me sentiré un vikingo, por más que el destino sea lavar platos por la eternidad y un día, o, quién sabe, quizá la llave guarde algún secreto imposible de discernir incluso para mí mismo. Mis huesos están cansados y sólo quieren reposar, ya todo da igual, me voy a echar en la barca, hasta que el olor de la pestilencia sepulte todo pensamiento y el oscilamiento que susurra va y ven me duerman como cuando era un niño y no sabía que existían las partidas, ni el pasado, ni el futuro. No ha cambiado mucho, en todo caso ahora puedo declararme culpable de hilvanar un par de sinsentidos carentes de contenidos. Sé que alguien que parece sabio sólo porque guarda silencio me da su consentimiento.

Enroque

Puede que al pasar la página me encuentre con otra en blanco, desnuda, esperando ser recorrida por mi pluma, ser manchada por la desfachatez de mi movimiento de electrocardiograma de tinta china. Siento, o presiento, que esboza una sonrisa. La muy maldita. Sabe que toda información, que todo el lenguaje en todos sus modos posibles, se esconde detrás de su blancura, y que mi mano, oficiando más bien de cincel, es una estúpida excusa de las tantas que existen para matar el tiempo, a sabiendas que la campaña escogida siempre me dejará en desventaja. Por muy romántico que sea, su aridez desértica me asesinará de sed, y su rocosa dureza consumirá hasta la última vacua gota de tinta. Pirro pasó a la historia por haber perdido una batalla que ganó, quizá Artigas fue más sabio y habló por ello de ni vencidos ni vencedores, sobre todo quizá pensando que en una guerra tan sólo existan los primeros, aún cuando salgan de ella con su cuerpo en una pieza.
La verdad está a la vuelta de la esquina. Con esta simple aporía voy a golpearte en las costillas, hacer que resuenen como un campanario, que caigan tus frutos desecados, pedazos enfermizos de tu ser cubierto de telarañas. No tengo nada para decirte. En esta declaración deshonrosa quiero que sepas que lo único que quiero es robar tu tiempo. Hacerte olvidar por unos instantes de la chica de la guadaña. Esa que te espera sentada sobre una roca en la que no hay ningún tablero de ajedrez. Escribo sólo para que olvides, no para que la eludas. Aunque en realidad ya te olvidaste, deambulando como una sonámbula que se cobija en quimeras que no son ni griegas ni mitológicas, sino tan sólo un conjunto de trapos colgados detrás de una vidriera. Escribo para que olvides y leés para recordar tu olvido, ese que te conduce de nuevo a tu navegación por las sinuosidades del Leteo, ese río que ahora bien puede haber transmutado en Montevideo, en Dubai, en el Meadow Hall, o en la línea 3 Münchner Freiheit, ese homenaje a la libertad contemporánea coronado con un centro comercial. Mis letras se mojan entonces en las aguas de tu Leteo unipersonal, toman la forma de tu propia hoja, la que te está reservada, y con cada transitar de tus ojos a través de ellas; con esa característica forma que la cultura te obsequió yendo de izquierda a derecha; cada letra se transforma en una pequeña punzada que también y con sutil parsimonia cruza tu garganta pero de derecha a izquierda, tal vez como desafiante ironía a toda tu falaz cosecha de las otras palabras, las que sólo usás para esconder las que de veras querés decir mientras dura tu azaroso transitar por esta hiperpoblada tierra baldía. 

Ya perdí el rumbo, basta con haber cumplido mi intención, que hayas recordado lo que quería que olvidaras, y de que te hayas olvidado de lo que quería que te acordaras. O a la inversa. A mí me sucede lo mismo, sin necesidad de leer este texto. Por eso te escribo. A vos, que a veces te presentás en la forma de un sueño, y otras en la de una pesadilla. Quiero compartir un poco de mi confusión contigo, ser yo también un centauro, mitad ensueño mitad bestia que te despierta inundada de desesperación. Conozco tu miedo a la soledad, tu angustia ante la roca sin reyes ni peones, porque esa imagen también me gobierna. Hoy soy un poco más vos, aunque no seas un poco más yo. Hagamos un corte en la palma de nuestras manos, juntémoslas, y bebamos un último trago. Con cada gota que cae, nos adentramos en tu irrepetible río.

21/2/10

Navegación sin compás

Y las palabras. Y el confort. Un matrimonio por conveniencia. La cobertura de chocolate engañosa con su dulce amargura. Detrás del velo, estás vos, mirando el mundo sin ser mirada por él. Te cobijás en el calor de tu propio dolor, mientras tus manos cubren tu cuerpo y lo protegen de todo lo que sea ajeno exterior extranjero otro, mientras te tapás los oídos a los gritos de la vejación, te tapás los ojos a la vista de la profanación de las piernas que no quieren ser abiertas y cuyos labios no pueden gritar sólo sangrar el alma gota a gota, te tapás las narinas frente a los estropajos malolientes de la mierda humeante producida por el miedo tras haber recibido el único papel disponible de víctima, te tapás la cabeza bajo la caída de la inmisericordiosa lluvia de meteoritos de mensajes contradictorios donde bien y mal son tan sólo ocho letras mezcladas al azar que detrás esconden una risa cínica, te tapás la memoria para olvidar que cada día la noche es interminable y es guarida de una luna invisible que regala oscuridad a todos los malos espíritus que se disfrazan de anonimato que es la mejor forma de dar rienda suelta a la bestia sin corbata. Todo eso le pasa al mundo, que no es otra cosa que un montón de almas perdidas y cuya mayoría ni siquiera saben que son almas mientras recolectan hambre para hoy y para mañana en nuevos campos de algodón, en nuevos campos de concentración, en nuevos campos de entretenimiento, cada vez más sofisticados para que la mente no sepa distinguir el camaleón que cambia de color, cambia las cosas de lugar, cambia el orden de las palabras pero mantiene el de los significados. Descoordinación total, las palabras, los miembros, los hechos y las interpretaciones morales y amorales de los hechos desmoralizantes se mezclan cosidas a mano como una mala copia del bicho creado por el Dr. Frankenstein, con las puntadas a la vista para ofrecer un patchwork terrorífico cuya consigna es que ya no hay nuevos Prometeos, sólo hay fuego mientras pretendés nadar en un oasis decorado con palmeras de plástico y dátiles arrugados como tu futuro antes de desaparecer devastado bajo el puño del tiempo. Las aves rapaces que te atan a la roca te picotean con sus cadenas mordisqueando el hígado que no comparten con un universo hambriento de sueños plagiando la satisfacción para recrear un estado de felicidad permanente que corresponde siempre a un porcentaje que no da siquiera para conformar una minoría molesta, por eso no molesta a nadie, y menos a vos, que soñás con estereotipos, con estéreos, con tipos, con la mar en coche y sobre todo con el coche, que ya es un asesino en potencia, un desalmado que rueda por los campos devastados que es sólo otra forma de llamar a los antes mencionados, que rueda sin esquivar a nadie y procurando que la sangre salpique para los costados. La balanza cae hacia un lado, para eso están diseñadas, la única que no lo está es la que está muerta en los símbolos que reproducen ideas de oradores inventores de sueños mientras los cigarros artesanalmente trenzados que deciden qué ha de suceder y qué no engordan la franja por encima de los cinturones y produce la impotencia que deriva en el odio a todo lo que tiene vida y apagan el cigarro para tomar la metralleta camuflada detrás de todas esas vitrinas que iluminan tu paseo diario mostrando todo el universo de posibilidades para invertir en bienes que terminarán en un contenedor o en el gran almacén de la frustración que te permita definirte a vos misma desde afuera porque adentro la muerte es una artefacto explosivo que bombea bilis mientras juega al ajedrez consigo misma mientras escucha una tonadilla que todos repiten pero nadie recuerda y con la que todos ríen sin mostrar los colmillos para no delatarse. Entonces abriste los ojos, las fosas nasales, las orejas, todos tus orificios. Y sentiste que todo era verdad.

Leerte sin letras


Si son las puertas del alma, quiero quitarte los ojos, presionar hasta hacerlos saltar, invertir tu nariz, hundirme en ella y asomarme a observar a través de los ductos que llevan hasta las profundidades de tu abismo, dejar que los nervios, las venas y arterias, los cartílagos, me muestren el camino hacia tu verdadero ser, que la oscuridad sin reflejos, sin lenguaje, sin engaños, me iluminen e ilustren y me digan quién sos sin interlocutores, sin circunloquios. Quiero un vuelo directo y sin escalas, y que mientras tanto mi lengua se trence con la tuya, atarla y que no puedas escapar a la hora del arrepentimiento, a la hora de la desnudez, escapar hacia tu otro yo, el de todos los días, esa cárcel que es un clown de vos misma, un vómito del ser tatuado de palabras que sólo saben mentir con cada gota de tinta. Quiero que mis ojos sean la fibra óptica que se pierda entre los meandros de tu inconsciente, conocer los puntos traumáticos y de dolor, tus afacias emocionales, tus heridas afectivas imposibles de suturar y que sangran como cae la arena de un reloj que calcula el paso del infinito. Y quiero perderme a mí mismo, olvidarme de mí dolor gracias a vos, alienarme y convertirme en algo externo, un cuerpo abandonado y blindado contra el sufrimiento, esa cosa que se mide como el preso mide los días con rayitas incrustadas en la pared de su celda, y navegar por el mar de tus glóbulos rojos y blancos, dejar que el viento despeine mi memoria y todo se confunda en una gran estela que escapa más allá de los límites de mi espalda. Pero basta de sueños, mis pulgares nerviosos ya no se contienen y buscan entrar en acción.

14/2/10

Imre Kertész

Encontré esta entrevista realizada a uno de mis más admirados escritores contemporáneos. Aquí la transcribo en su original en alemán.
Más abajo añado una traducción de mi autoría, que me planteé como desafío, pues es la primera vez que lo intento; y confesando que aún no termino de dominar el idioma alemán, estoy abierto a sugerencias y/o consejos que puedan ser considerados pertinentes, y por los que quedaré agradecido.
Las palabras de Kertész en general, como las de todo gran escritor (independientemente de un Premio Nóbel), siempre transmiten algo más que interesante y no están hechas para dejarnos impasibles, además de que coincido con mucho de lo que expresa.
Siempre ha sido para mí una gran interrogante, no tanto que este escritor haya podido narrar lo que narra, sino que luego de su experiencia haya sido capaz de hacer arte con ello, verdadero arte literario. Una vez que se comienza a leer su narrativa, y nos adentramos en los meandros de su laberinto creativo, es casi imposible dejar de leerlo, y más aun, encontrar el hilo de Ariadna que nos ayude a salir.
De más está decir que la elección no es azarosa, uno así pues otra voz, a este territorio que es No Land's Man...

"Ich schreibe keine Holocaust-Literatur, ich schreibe Romane"

Von Tilman Krause 7. November 2009, 04:00 Uhr
Ein Gespräch mit dem Literaturnobel- und WELT-Preisträger Imre Kertész über seine Wahlheimat Berlin, seine Auffassung von Autorschaft und seine Erfahrungen mit dem Totalitarismus

Die Welt: Verehrter, lieber Herr Kertész, am 9. November werden Sie 80 Jahre alt, aber das schönste Geschenk zu diesem Geburtstag bekommen nicht Sie, sondern jemand anderes.

Imre Kertész: Ach ja? Wer denn?

Die Welt: Die Stadt Berlin! Weil Sie immer noch in ihren Mauern leben.

Kertész Aber was reden Sie da - ich bin ein Berliner!

Die Welt: Komisch, irgendwo habe ich gelesen, Sie stammten aus Budapest...

Kertész: Lieber, Sie lesen zuviel. Lassen Sie mich Ihnen sagen: Ich bin ein Großstädter, bin es immer gewesen. Ein Großstädter gehört nicht nach Budapest. Die Stadt ist ja vollkommen balkanisiert. Ein Großstädter gehört nach Berlin!

Die Welt: Was fasziniert Sie hier bloß so?

Kertész: Da könnte ich Ihnen vieles nennen. Lassen Sie mich zwei Dinge hervorheben. Berlin ist die musikalischste Metropole der Welt. Das ist ein entscheidender Grund für mich, hier zu leben, seit acht Jahren nunmehr. Als ich noch in Budapest wohnte, musste ich mit meinem kleinen Transistorradio immer ins Badezimmer gehen, wenn ich Musik hören wollte. Nur da hatte man einen guten Empfang. Hier haben wir drei Opernhäuser, die ich jederzeit besuchen kann, dazu die großartigen Philharmoniker. Für einen Musikfan sind das paradiesische Zustände. Und dann die friedliche, urbane Atmosphäre der Stadt. Gerade hier in Charlottenburg. Sowie es einigermaßen schön ist, ziehen die Leute auf die Straße, sitzen auf den Kaffeehaus-Terrassen. Dort lesen sie, essen und trinken sie, flirten sie. Im Sommer ist doch Berlin eine einzige öffentliche Wellness-Landschaft, was sage ich, eine Wohlfühl-Sauna. Jeder tut, was er will, und zwar auf die selbstverständlichste Art von der Welt. Es gibt keinen Stress, keine Aggression. Die Menschen sind freundlich zueinander, sind freundlich zu mir, so habe ich es vom ersten Moment an erlebt, und so ist es bis heute geblieben.

Die Welt: Und da kann Budapest nicht mithalten? Als Sie mir die Stadt vor zehn Jahren gezeigt haben, ging es dort doch auch bunt und fröhlich zu.

Kertész: Das hat sich Ihnen als Tourist so dargestellt. Das war aber nur Fassade. Ich bin gerade wieder zehn Tage dagewesen. Die Lage hat sich in den vergangenen zehn Jahren kontinuierlich verschlechtert. Rechtsextreme und Antisemiten haben das Sagen. Die alten Laster der Ungarn, ihre Verlogenheit und ihr Hang zum Verdrängen, gedeihen wie eh und je. Ungarn im Krieg, Ungarn und der Faschismus, Ungarn und der Sozialismus: Nichts wird aufgearbeitet, alles wird zugeschminkt mit Schönfärberei.

Die Welt: Sie sind in Budapest geboren, Sie haben dort ihre Kindheit verbracht, sind nach der Befreiung von Buchenwald aus dem KZ dorthin zurückgekehrt. Hier entstanden ihre wichtigsten Werke, für die Sie 2002 mit dem Literaturnobelpreis ausgezeichnet wurden, allen voran das Jahrhundert-Buch "Roman eines Schicksallosen", 1975 nach zwölfjähriger Arbeit fertiggestellt und veröffentlicht. Gibt es an Ihrem Land mit seiner ungemein reichen literarischen Landschaft denn rein gar nichts, dem Sie sich verbunden fühlen?

Kertész: :ch bin ein Produkt der europäischen Kultur, ein Décadent, wenn Sie so wollen, ein Entwurzelter, stempeln Sie mich nicht zum Ungarn. Es reicht, dass Ihre Landsleute mich zum Juden gemacht haben. Rassische, nationale Zugehörigkeiten gelten nicht für mich. Und um auf Ihre reiche ungarische Literaturlandschaft zu kommen, ich werde Ihnen etwas verraten: Während all der sozialistischen Jahre habe ich kein einziges der staatlich genehmigten ungarischen Bücher gelesen. Mein Geschmack hat das einfach nicht gefressen. Immer, wenn ich es versucht habe, kippte mein Magen um. Natürlich gibt es ein paar ungarische Autoren, die ich sehr verehre, wunderbare Sprachkünstler, dekadente Spielernaturen, deren Namen Ihnen in Deutschland gar nichts sagen werden: Gyula Krudy zum Beispiel, der von 1878 bis 1933 lebte, oder Dezsö Szomory, ein Zeitgenosse Krudys. Beide waren übrigens auch gleichzeitig großartige Essayisten...

Die Welt: Wie Sándor Márai, den Sie auch gelten lassen?

Kertész: : Wie Sándor Márai, dessen Tagebücher ich für ganz vorzüglich halte. Seine Romane weniger, sie sind nicht auf der Höhe der Moderne. In Ungarn hat es die literarische Moderne nicht gegeben. Erst lange nach dem Krieg haben Peter Nádas und ich sie nachgeholt, dann kam schon die Postmoderne mit Peter Esterházy. Aber als ich jung war, als ich ein Schriftsteller wurde, habe ich die europäische Literatur gelesen, vor allem die deutsche.

Die Welt: Wer hat Sie besonders beeinflusst?

Kertész: Thomas Mann, keine Frage! 1954 hat Georg Lukácz die ersten Thomas-Mann-Texte nach dem Krieg herausgebracht, die ich verschlang. Das hat mein Leben verändert, "Tod in Venedig", "Wälsungenblut"...

Die Welt: Ausgerechnet "Wälsungenblut" mit seinen antijüdischen Karikaturen...

Kertész: Mich interessieren nicht Gesinnungen, mich interessiert Ästhetik. Und Hand aufs Herz: neureiche, protzige Juden, wie Thomas Mann Sie in "Wälsungenblut" um 1910 darstellte, gab es nun mal auch. Warum soll man das dem Autor vorwerfen?

Die Welt: Nach Auschwitz kann man das vielleicht nicht mehr so unbefangen goutieren.

Kertész: Das mag sein. Aber mich stört es nicht. Sie wissen, ich denke sehr eigenwillig über die Shoah. Ich bin, wie Jean Améry, ein nichtjüdischer Jude, da kommen wir wieder zu den kollektiven Identitäten. Die liegen mir nicht. Ich mag auch keine Volksmusik. Klezmer ist langweilig.

Die Welt: Und doch haben Sie in vielen Büchern über den Holocaust geschrieben.

Kertész: Ich habe über den Holocaust geschrieben, weil ich diese einzigartige Erfahrung, diese für das 20. Jahrhundert so zentrale Erfahrung machen musste, machen konnte - weil ich in Auschwitz war und in Buchenwald. Bedenken Sie: was für ein Kapital! Aber ich habe keine Holocaust-Literatur geschrieben, ich habe Romane geschrieben! Ich bin ein professioneller Schriftsteller. Ich habe mich an jedem gelungenen Satz, an jedem treffenden Wort gefreut, das mir geglückt ist. Mein Ehrgeiz war immer und vor allem anderen ein künstlerischer.

Die Welt: Liegt es daran, dass Sie über die Vernichtung der Juden nicht moralisch schreiben?

Kertész: Unter anderem liegt es auch daran. Und noch etwas kommt hinzu: Man darf die versuchte Vernichtung, man darf den rassischen Antisemitismus des 20. Jahrhundert nicht isoliert sehen. Man muss ihn im Zusammenhang der großen Epochenerfahrung sehen, und die ist der Totalitarismus. Und der Totalitarismus war mit dem Ende der Nazi-Herrschaft nicht vorüber. An einem Land wie Ungarn sehen Sie überdies, dass auch der Antisemitismus mit den Nazis nicht unterging.

Die Welt: Wer Ihre Bücher liest, nicht nur den "Roman eines Schicksallosen", sondern dessen Fortsetzung, den Roman "Fiasko", oder Ihren letzten Roman, "Liquidation", dem fällt sofort der sehr spezielle Kertész-Ton auf, etwas Ironisches, Spöttisches, Sarkastisches. Haben Sie sich diesen Stil mühsam erarbeitet, oder gilt hier die Devise "Le style c'est l'homme"?

Kertész: Ja, das ist tatsächlich meine Natur.

Die Welt: Wir sprachen eingangs von Geburtstagsgeschenken. Gibt es etwas, das Sie sich zu Ihrem 80. Geburtstag ganz besonders wünschen?

Kertész: Ich wünsche mir, was ich auch allen anderen Menschen wünsche: Frieden und Kultur.

Die Welt - Welt Online
http://www.welt.de/die-welt/kultur/literatur/article5116030/Ich-schreibe-keine-Holocaust-Literatur-ich-schreibe-Romane.html

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"Yo no escribo literatura del Holocausto, yo escribo novelas"

Una conversación con Imre Kertész, Premio Nóbel de Literatura y Premio Welt, sobre su elección de Berlín como hogar, y sobre su parecer acerca de ser escritor y de su experiencia con el totalitarismo

Welt: Muy estimado y querido señor Kertész, el 9 de noviembre usted cumplirá 80 años, pero el mejor regalo para este cumpleaños no lo recibirá usted, sino alguien más.

Kertész: ¿Ah sí? ¿Quién?

W: ¡La ciudad de Berlín! Porque usted vive aún entre sus muros.

K: Pero qué dice usted, ¡yo soy un berlinés!*

W: Qué raro, en algún lugar leí que usted viene de Budapest.

K: Querido, usted lee demasiado. Permítame decírselo: Yo soy una persona de grandes ciudades, siempre he sido así. Una persona así no pertenece a Budapest. La ciudad se ha balcanizado por completo. ¡Una persona de grandes ciudades pertenece a Berlín!

W: ¿Qué es lo que tanto le fascina aquí?

K: Podría nombrarle muchas cosas. Permítame resaltar dos: Berlín es la capital musical del mundo. Eso es una razón decisiva para mí, que ahora vivo aquí, desde hace ocho años. Cuando todavía vivía en Budapest, si quería escuchar música, siempre tenía que ir al baño con mi pequeña radio a transistores, pues sólo allí se podía tener buena recepción. Aquí hay tres Óperas y además grandiosas filarmónicas, a las que puedo ir en cualquier momento. Eso para un amante de la música es el paraíso. Y luego, la tranquila y urbana atmósfera de la ciudad. Especialmente aquí, en Charlottenburg. Así como en cierto modo es bonito ver a la gente que ayuda por la calle, que se sienta en las terrazas de los cafés, donde leen, beben y comen, flirtean. En verano Berlín es un paisaje de bienestar público único, qué digo, un sauna de bienestar. Cada cual hace lo que quiere, y en verdad, de la manera más natural del mundo. No hay estrés, no hay agresión. Las personas son amables con los demás, conmigo. Así lo he experimentado desde el primer momento, y así se ha mantenido hasta hoy.

W: ¿Y en eso Budapest no puede competir? Cuando usted me enseñó la ciudad hace diez años, allí también era alegre y colorido.

K: Eso se lo figuró usted como turista, era tan sólo una fachada. Acabo de estar de nuevo allí por diez días. La situación en los últimos diez años ha empeorado de forma continua. La extrema derecha y los antisemitas llevan la voz cantante. Los viejos vicios de los húngaros, su falsedad y su propensión a la represión, se desarrollan como siempre. Hungría en la guerra, Hungría y el fascismo, Hungría y el socialismo: nada ha sido superado, todo ha sido maquillado con colores bonitos.

W: Usted nació en Budapest. Pasó allí su infancia, y regresó a ella luego de su liberación del campo de concentración de Buchenwald. Es aquí que se produjeron sus obras más importantes, por las que fue galardonado con el Premio Nóbel de Literatura, sobre todo por ese descollante libro que es "Sin Destino", concluido y publicado en el año 1975, tras 12 años de trabajo. Con su extraordinario y rico panorama literario, ¿no hay nada en absoluto que lo haga sentir unido a su país?

K: Yo soy un producto de la cultura europea, un Décadent, si así lo quiere, un desarraigado, no me tilde de húngaro. Ya es suficiente con que sus compatriotas hayan hecho de mí un judío. La pertenencia nacional o racial no vale para mí. Y para ir a su rico panorama literario húngaro, le voy a revelar algo: durante todos los años que duró el socialismo no leí ni un sólo libro de los aprobados por el estado. Mi gusto me impedía tragarme algo así. Siempre que lo intentaba, el estómago se me revolvía. Claro que hay algunos escritores húngaros a los que admiro mucho, maravillosos artistas del lenguaje, naturalezas decadentes juguetonas, cuyos nombres a ustedes en Alemania no les dirán nada, como por ejemplo Gyula Kurdy, que vivió entre 1878 y 1933; o Dezsö Szomory, contemporáneo de Kurdy. Por lo demás, ambos eran al mismo tiempo extraordinarios ensayistas.

W: ¿Cómo Sándor Márai, al que usted también a admitido como tal?

K: Como Sándor Márai, cuyos Diarios considero excelentes. Sus novelas menos, no son la cumbre del Modernismo. En Hungría no se dio el Modernismo literario. Mucho después de la guerra Peter Nádas y yo lo recuperamos, y luego ya vino el Postmodernismo con Peter Esterházy. Pero cuando yo era joven, como iba a ser escritor, leía literatura europea, por encima de todo la alemana.

W: ¿Quién lo ha influenciado especialmente?

K: ¡Thomas Mann, sin duda! En 1954 Georg Lukácz publicó los primeros textos de Thomas Mann, que yo devoraba. Eso cambió mi vida, "Muerte en Venecia", "La Sangre de los Welsa"...

W: Justamente "La Sangre de los Welsa", con su caricatura antijudía...

K: A mí no me interesan las convicciones, me interesa la estética. Y, con la mano en el corazón, judíos presumidos, nuevos ricos, como los que describía Thomas Mann por el año 1910 en "La Sangre de los Welsa", hay ahora también. ¿Por qué se le debería reprochar eso al escritor?

W: Después de Auschwitz quizá no se pueda apreciar ya más algo así sin complejos.

K: Puede que así sea. Pero a mí no me molesta. Usted lo sabe, yo pienso de un modo muy obstinado sobre la Shoah. Yo, como Jean Améry, soy un judío no-judío, y ahí volvemos a la identidad colectiva. Eso no es lo mío. Tampoco me gusta la música folclórica. El Klezmer es aburrido.

W: De cualquier modo usted ha escrito sobre el Holocausto en muchos de sus libros.

K: Escribí sobre el Holocausto porque yo tuve que atravesar, pude atravesar, esta experiencia única, esta experiencia que es tan central al siglo XX; porque yo estuve en Auschwitz y en Buchenwald. Considere usted ¡qué capital! ¡Pero yo no escribí literatura del Holocausto, yo escribí novelas! Yo soy un escritor profesional. Yo me alegré por cada frase lograda y por cada palabra encontrada que me salió bien. Mi ambición, y por encima de todas las demás, siempre fue artística.

W: ¿Es por eso que usted no escribe sobre el exterminio de los judíos desde una perspectiva moral?

K: Entre otras cosas también por eso. Pero hay algo más. No se puede ver el intento de exterminio, el antisemitismo racial del siglo XX, de forma aislada. Debe verse en correlación con la gran experiencia de la época, que es el totalitarismo. Y el totalitarismo no quedó atrás con el final del dominio Nazi. En un país como Hungría usted puede ver que tampoco el antisemitismo decayó.

W: A quien lee sus libros; no sólo "Sin Destino", sino también su continuación, la novela "Fiasco", o su última novela, "Liquidación"; le llama enseguida la atención ese tono, un poco irónico, burlón, sarcástico, tan especial de Kertész. Conseguir ese estilo, ¿ha sido muy laborioso para usted? ¿O vale aquí el lema "Le style c'est l'homme"?

K: Tal cual, sí, así es realmente mi naturaleza.

W: Al comienzo hablábamos de regalos de cumpleaños. ¿Hay algo especial que quiera para su octagésimo cumpleaños?

K: Quiero lo mismo que para todas las demás personas: paz y cultura.

* En el original "ich bin ein Berliner", presumiblemente parodiando la conocida alocución de J. F. Kennedy en Berlín del Oeste del año 1963, que en alemán puede verse como "soy una berlinesa (de la panadería)", pero que en realidad, para alguien que no es de Berlín, y en el contexto formal en que se produjo, el uso del artículo indeterminado es absolutamente correcto y significa lo que Kennedy quiso expresar, a saber, que él también era un berlinés (a qué se refiere con esto sale del contexto de su discurso). De hecho, y curiosamente, los berlineses no llaman berlinesa a la pasta de la panadería, sino Pfannkuchen, esto es, panqueque, bajo berlinesa se lo denomina en otras zonas de Alemania, y no en todas. En Baviera por ejemplo se la conoce como Krapfen.